La interminable búsqueda.
Lola Ancira escribe una reseña sobre Orange Road de Isaí Moreno, novela que resultara ganadora del Premio Nacional de Novela Corta Juan García Ponce.
Lola Ancira escribe una reseña sobre Orange Road de Isaí Moreno, novela que resultara ganadora del Premio Nacional de Novela Corta Juan García Ponce.
Por Lola Ancira (@Lola_Tusitala)
“Ya que el mundo adopta un curso delirante, debemos adoptar sobre él un punto de vista delirante.”, cita de Jean Baudrillard, es el epígrafe de Orange Road (Nitro/Press y Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2019), y refleja puntualmente la esencia de la novela entera de Isaí Moreno, galardonada con el Premio Nacional de Novela Corta Juan García Ponce 2016.
La portada es en sí una señal de alerta, una previsión de la historia que resguarda. Si bien el camino es una invitación para desvelar el enigma de la carretera que parece no tener fin llamada Orange Road —el punto de fuga de una vía en medio del desierto donde contrastan el naranja y el negro—, la escena también se convierte en un símbolo de peligro: el color naranja, al originarse del rojo y el amarillo, se vincula con la exaltación y la energía, alude al sol y al fuego, a su luz incandescente e hipnotizadora, a la pasión o, incluso, la agresión.
En la misma novela, este color se asimila con la divinidad y está presente en todo momento: “el fulgor naranja”, “el sendero cubierto de polvillo casi rojo, casi naranja”, “el esplendor naranja de la inmensidad”.
Esta narrativa anuncia su peculiaridad desde el diseño editorial: algunos párrafos son precedidos por aforismos o reflexiones existencialistas. En esta historia de casi un centenar de páginas, Isaí condensa la ideología del funesto sectarismo estadounidense, manifiesto desde hace décadas, que ha originado sucesos estremecedores como los suicidios colectivos del Templo del Pueblo en Jonestown, en el 78, y de la secta Heaven’s Gate, en el 97, o la inmolación de los Davidianos de la Rama, en el 93. Generalmente, estos líderes se dan a conocer tras catástrofes similares que siempre son premeditadas, aposta.
Diferentes creencias, una gran simbología, la física y la metafísica, la religión y el fanatismo convergen en una historia que exhibe la transformación de un anhelo en debilidad: conocer el secreto deslumbrante de Orange Road.
Luis, el protagonista y narrador, es oriundo de Baja California Sur: su determinación por conocer el “lugar sagrado” y encontrar la plenitud surge de la hipnotizante aridez de su tierra, por lo que se integra a la Hermandad del Éter, secta religiosa apocalíptica que pretende despertar o sacudir al mundo.
El líder, una especie de mesías, los recibe con la promesa de la deificación. Bajo esta ilusión, creada o fomentada, y la lectura de las sagradas escrituras de El Libro de la Destrucción, logra la comunión de un grupo manipulable y vulnerable que se guía por una misma fe y propósito, una comunidad situada en un campamento en el desierto que circunda al Gran Cañón, en Arizona. El suyo es un escenario en decadencia, un santuario en ruinas. Ellos creen que el dolor y la agonía purifican, que son los escogidos para llevar a cabo la gran misión del “guiador de mentes”.
La secta vive en su propio paraíso basado en el éter, al que el autor alude tanto como compuesto químico como líquido hipotético: el guía manipula las conciencias de sus sectarios a través de éste elemento, cuyos efectos —alucinaciones visuales y auditivas, éxtasis y desinhibición— generan dependencia, y cuya abstinencia ocasiona angustia extrema e incluso convulsiones. Los convierte en un ejército aturdido que sólo puede obedecer.
Orange Road resulta inexplicable, pero la Hermandad lo traduce como una larga peregrinación, un éxodo infinito. A todos ellos los une una búsqueda tan árida como el terreno en el que están plantados, y las particularidades del desierto potencializan su fanatismo, esa “mezcla altamente explosiva de extremismo e imaginación” según Herbert Von Karajan, y que Diderot aseguró que está sólo a un paso de distancia de la barbarie.
Entre algunos de sus simbolismos religiosos resaltan los 144 000 “elegidos” —mencionados en el libro del Apocalipsis—, cuyos espíritus ascenderán al reino celestial. Otro es el desierto: según diversos versículos de la Biblia, representa una prueba de purificación en la que se debe creer, obedecer y temer.
Si bien un páramo extenso e inabarcable los rodea, hay otro que está dentro de cada uno de ellos. Es en este contexto de dominio y aislamiento donde el control mental puede realizarse de manera más eficaz, donde el líder puede manipular a su antojo la esperanza de sus seguidores y encausarlos a sus dañinos propósitos basados en la combustión y el fuego, elemento liberador y redentor.
La sensación continua que irradia Orange Road es de aridez, de un ardor casi insoportable que consume por dentro a cada personaje y que también está presente afuera, y la reiterativa idea del descenso o de la caída, de lo abismal, resulta fascinante y atrayente; hay una necesidad por el hundimiento, de tocar fondo para regresar renovado o incluso para no volver.
En particular, hay dos escenas muy impactantes: la mutilación de una extremidad y la ingesta de coches abandonados: “Mordisqueaba el metal, el vidrio de los parabrisas crujía dentro de su boca…”.
La narrativa de Isaí es tan eficaz que le transfiere al lector las obsesiones de los personajes, contagia el anhelo vehemente por saber qué hay al final del quimérico camino. Nos permite conocer a la Hermandad desde la intimidad, entender la naturaleza de cada elemento.
Esta novela es una carga de dinamita y litros de gasolina esperando que el lector, al comenzarla a leer, encienda un fósforo e inicie el siniestro.