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Por Berenice Aguilar

Puebla, México, 19 de julio de 2020 [00:28 GMT-5] (Neotraba)

Se vive para salir de uno mismo, perderse, y luego volver y seguir escribiendo el diario de esas salidas.

De acuerdo con el orden que impuse a estas reflexiones el tema a abordar tiene que ver con el arte y la censura. Las siguientes líneas versarán sobre ésto/ello.

Estas reflexiones, como menciona Silvio Mattoni en el prólogo de la Suma Ateológica Vol. II de Georges Bataille, “se tratan más bien de un cuerpo que escribe y se asoma al borde de su propio limite”[i]. Y, aunque se escriba para nadie, o para todos, la intención sigue siendo la misma, exponer someramente un tema.

Como lectora, encuentro que los años no son suficientes para tachar de mi lista de libros pendientes los libros que me interpelan. Como bibliotecaria me doy cuenta de mi incapacidad angustiosa por conocer autores y títulos: me he propuesto —ingenuamente— leer al menos el 20 % de los libros que reposan en los estantes de Profética y en mi pequeña biblioteca personal. Puedo concluir que la intención se tiene, pero los bordes de mi propio límite, al final, se asoman.

Es gracias a la pausa de mi existencia social y laboral que ahora puedo proseguir con esas lecturas pendientes. Una de ellas fue Madame Bovary, de Gustave Flaubert (1821-1880). Es con el prólogo a cargo de Jacques Neefs, de la edición de la editorial Penguin Random House, en dónde mi interés se exacerbó y me reafirmó la intuición obtenida en la primera parte de La ilusión de la neutralidad.Me refiero a la relación entre arte y censura que se encuentra en la historia de la creación artística humana.

Mi intención es describir muy brevemente las obras literarias que han sido prohibidas o censuradas en cierto momento, de tal manera que aquellas personas que lleguen —por error o suerte— a leer estás líneas puedan recordar o descubrir estos grandes autores y su fuerza creadora vertida en obras sobresalientes.

Portada de Madame Bovary, de Gustave Flaubert
Portada de Madame Bovary, de Gustave Flaubert

Regresando al prólogo de Madame Bovary, Jacques Neefs nos introduce a la historia de la censura a la que dicha obra fue sometida debido a su carácter anti moral para la época, pues algunas escenas y descripciones de ésta atentaban contra las buenas costumbres, además de considerarse como una ofensa a la moral publica y de ofensa a la moral religiosa por cierto tono lascivo de la obra. Recordemos que la novela habla acerca de la infidelidad por parte de Emma Bovary: hace descripciones —no tan gráficas ni sugerentes— de escenas sexuales y narra el suicidio de nuestra querida Emma. Todos eran temas prohibidos para la sociedad francesa.

Después descubriremos que Flaubert fue absuelto del juicio público, mismo que le otorgó gran notoriedad al libro. Un juicio totalmente contraproducente.

Otro autor para recordar es al poeta francés y ensayista Charles Baudelaire (1821-1867), quien sufrió la misma suerte al tratar de publicar su antología de poemas Flores del mal: fue acusado de ultraje a la moral pública en 1855. Él no corrió con tanta suerte y tuvo que pagar una multa de trescientos francos, mientras que el editor y el impresor debieron pagar una multa de cien francos cada uno. Además, fueron condenados a un año de prisión y, por supuesto, el libro se debía destruir.

Portada de Las flores del mal, de Charles Baudelaire
Portada de Las flores del mal, de Charles Baudelaire

Estos hechos históricos de obras, ahora consideradas clásicas, se repite en toda la historia de Occidente, sea a través de las artes narrativas o las artes visuales. Es importante aclarar que cuando hablo de censura me refiero a la censura moral y religiosa.

Novelas —eróticas—, cuentos, tratados científicos, obras filosóficas, poemas, son parte del mundo literario que ha sido avasallado en nombre de un orden y de una realidad establecida.

“Si ninguna perversión es concebible sin la instauración de interdictos fundamentales -religiosos o laicos- que gobiernen las sociedades, ninguna práctica sexual humana es posible sin el apoyo de una retórica”[ii]

Transgresión, fascinación y liberación son Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont (1846-1870) la encarnación de una obra inclasificable y única, impresa en 1869. Padeció la censura por parte de su editor Albert Lacroix, quien la consideró como blasfema, obscena y provocadora, por lo que no vio luz hasta 1980 en París, reivindicada por el movimiento surrealista y por su líder André Bretón, el cual la consideraba como “la expresión de una revelación total que parece sobrepasar las posibilidades humanas”.[iii]

Portada de Los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautrémont
Portada de Los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautrémont

Hablar de censura es abordar, necesariamente, la obra de Donatien Alphonse François de Sade, mejor conocido como el Marqués de Sade (1740-1814), escritor francés quién fue perseguido por el Antiguo Régimen, así como por las autoridades revolucionarias. Además, fue encerrado en la fortaleza de Vincennes y La Bastilla, durante 13 años y, para cerrar con broche de oro, condenado dos veces a la guillotina[iv]. Sus libros circularon clandestinamente por mucho tiempo, además ciertos títulos —Justine— se encuentran incluidos en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica, por su carácter libertino.

Dicho Índice fue creado a mediados del siglo XVI bajo el nombre de Index librorum prohibitorum, para dar a conocer los títulos de libros nocivos y transgresores de la fe y estaban prohibidos para los fieles, a reservas de ser excomulgados.

Interior de la primera edición de Justine, del Marqués de Sade
Interior de la primera edición de Justine, del Marqués de Sade

La influencia del Marqués de Sade es tal que el reconocido director de cine italiano Pier Paolo Pasolini llevó a la pantalla grande la adaptación de Saló: las 20 jornadas de Sodoma, el cual no logró ver el estreno debido a su extraño asesinato en 1975.

El filósofo y escritor francés George Bataille (1897-1962) consideró la obra de Sade como una apología del crimen.

Bataille —el filósofo que no se autoproclamaba así, porque, de acuerdo con él mismo, había empezado demasiado tarde en el oficio y, además, no tenía las herramientas con las que contaban los grandes pensadores—, logró establecer una obra muy interesante con base en el pensamiento erótico. Es cierto que un pensamiento sistemático no se visualiza en sus libros, pero el pensamiento corre y se desplaza hacia el ataque frontal contra las instituciones morales y éticas, cumbres de una sociedad. ¿Cuáles son los personajes que han liberado a la sociedad de sí misma? ¿Quiénes son los verdaderos héroes?

 La Historia del ojo —considerada una obra maestra en la literatura erótica—, Madame Eduarda, son obras que,de acuerdo con Rafael Conte “el erotismo —que sostiene Bataille— nos ha dado un Sade más próximo y difícil”[v].

¿Qué hacer con quien trasgrede esta ley con palabras? No puede ser encerrado, porque el crimen no existe más allá del papel y la imaginación. Entonces la sociedad cambia de estratagema: convierte al escritor en un degenerado moral, en un licencioso. Y un licencioso es un monstruo (no en el sentido estético, sino en el ético)[vi]

Portada de La Historia del ojo, de Georges Bataille
Portada de La Historia del ojo, de Georges Bataille

Elisabeth Roudinesco en su obra Nuestro lado oscuro sostiene que todas las culturas comparten ciertos elementos coherentes y de orden que le otorgan seguridad a las mismas. Un horizonte común hacia dónde mirar. Sin embargo, “la obra de estos autores constituye la gran escisión, así como una necesidad social”.

Preservar la norma sin dejar de asegurar a la especie humana la permanencia de sus placeres y de sus transgresiones. ¿Qué haríamos sin Sade, Mishima, Jean Genet, Pasolini, Hitchcock y tantos otros, ¿que nos legaron las obras más refinadas que quepa imaginar? ¿Qué haríamos si ya no nos fuese posible designar como chivos expiatorios -es decir, perversos- a aquellos que aceptan traducir mediante sus extraños actos las tendencias inconfesables que nos habitan y que reprimimos?[vii]

De eso y más en la siguiente columna.


[i] Bataille, G. (2017). El culpable. El aleluya. Suma a teológica II. Buenos Aires: El cuenco de plata.

[ii] Ibid.

[iii] http://www.valdemar.com/product_info.php?products_id=792&osCsid=

[iv] https://www.razon.com.mx/cultura/marques-de-sade-la-herencia-que-incomoda-a-francia/

[v] www.cic.cn.umich.mx › article › download

[vi] https://unahogueraparaqueardagoya.blogspot.com/2010/06/georges-bataille-historia-del-ojo.html

[vii] https://www.scienceofnoise.net/sade-la-lucha-contra-la-censura-desde-el-siglo-xviii/


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