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Foto de Alexis Salinas
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Por Berenice Aguilar

Puebla, México, 16 de junio de 2020 [01:05 GMT-5] (Neotraba)

“Un saber acerca de lo temporal denominado historia, la hystoria de Heródoto, saber de lo temporal, del acontecimiento contingente que esclaviza, del dato cierto del que no cabe liberación; saber de este mundo sin transmundo posible, ni vuelo. Oscilante entre el saber y la ignorancia, entre el poder y el desinterés, llena de consideraciones concretas y rebasando lo concreto a cada paso”

María Zambrano

Algunas semanas han transcurrido desde la primera parte de estas reflexiones. Sin embargo, el debate que las originó se ha desvanecido un poco ya que, como lo mencionaba en la primera parte, “uno se va a dormir con la ilusión de estar al día, con las noticias calientes del momento”. Nuevo día, nuevas cuestiones. El tema que nos corresponde desarrollar el día de hoy tiene que ver con la libertad de expresión. Resulta necesario en los días que han transcurrido y que transcurrirán, pues, varios movimientos se están forjando, constituyendo, reclamando voces y espacios.

En las últimas semanas encontramos noticias nuevas, mismas que sacudieron los medios de comunicación masiva y de entretenimiento. Como la desafortunada muerte de George Floyd, un ciudadano afroamericano, a manos de un policía blanco en Minneapolis, desatando una de las protestas más grandes en la historia de Estados Unidos –mismas que continúan. Los manifestantes exigían y demandaban un alto en la brutalidad policíaca y el racismo sistemático contra los afroestadounidenses, latinos y otros grupos raciales fuera del status quo.

En México no estamos exentos a este tipo de brutalidad por parte de nuestras autoridades. Así lo demuestra el asesinato de Alexander G., de 16 años, originario de Oaxaca, cuando elementos de la Policía Municipal de Acatlán de Pérez lo atacaron y a sus dos acompañantes, quienes no sufrieron heridas[1].

Semanas antes, la muerte de Giovanni López, originario de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco, arrestado por policías municipales por no portar –supuestamente– mascarilla o cubrebocas, nos mostraba que en nuestro país la brutalidad policiaca también está a la orden del día. 

Volvamos un poco a nuestro tema principal. La libertad de expresión es uno de los valores fundamentales de toda sociedad que se autoproclame democrática.

“Desde hace veinticinco siglos, la dignidad personal está ligada a la capacidad de reflexionar en voz alta sobre los límites de la conducta de los gobernantes, de dirimir el contenido de las doctrinas religiosas o de denunciar el recurso a la fuerza o la venalidad. La capacidad de pensar y la posibilidad de expresar lo pensando son la gran novela del ser humano”[2].

De acuerdo con el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, respecto a la libertad de expresión, nos dice, en primer lugar, que

a) Toda persona tendrá derecho a tener opiniones sin interferencias

b) Toda persona tendrá el derecho de la libertad de expresión; lo cual incluye la libertad de buscar, recibir y dar información e ideas de todo tipo, sin importar las fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa. En cualquier forma de arte, o a través del medio de su elección.

Pero, hay algunas cláusulas importantes para que los derechos mencionados arriba sean garantizados, las cuales son:

Cuando sea necesario


c) Asegurar el respeto de los derechos y la reputación de los demás.

d) La protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o moral o pública[3].

Un profesor de filosofía política, en los primeros días de mi enseñanza, mencionó que “los derechos humanos son el primer problema para el ser humano”. El motivo lo dejo en el aire

Hablar de libertad de expresión es un tema un poco traicionero cuando nos centramos en las altas esferas que ostentan el poder. Y los individuos que intentan mostrar un camino distinto al establecido corren el riesgo de padecer todo tipo de actos sustentados de forma constitucional, o incluso establecidos en el Pacto Internacional.

El ejemplo lo encontramos en la búsqueda y detención de Julián Assange, fundador y editor del sitio web Wikileaks (2006). Assange demostró que en algunos casos la liberta de expresión está bajo tácticas específicas –económicas y políticas– de ciertos gobiernos. Entonces la libertad de expresión sigue la ley por y para la cual fue creada.

“Se miente, se encubre corrupción, se asesina, se persigue, se espía, se tortura, se toman decisiones perversas y muchas cosas más, y sólo accedemos a estos datos gracias a los grandes enemigos de la “democracia”: Assange y Snowden”[4]

Las filtraciones de documentos, imágenes, videos y fotografías demuestran que las interacciones sociales están cambiando y, quizá, la libertad de expresión sea una de las batallas más grandes en la era actual.

Foto de Alexis Salinas
Foto de Alexis Salinas

Explicaré lo anterior tomando como referencia La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, de Walter Benjamin.

El filósofo francés –en resumen– considera que, en el arte griego, romántico y renacentista, existía un valor aurático en la obra. Es decir, un entretejido de espacio y tiempo único e irrepetible, otorgando a la subjetividad una experiencia de revelación del mundo. Dicha aura devenía en un producto con las mismas caracterícticas; difícil de reproducir, creado por el genio del artista. La experiencia estética que provocaba era admiración y/o veneración.

Con el avance científico y tecnológico, a mediados del siglo XIX, dos inventos cambian el ritmo de la producción y reproducción: me refiero a la imagen de la fotografía y al cine. El aura desaparece por la repetición de la obra, y la técnica la remplazará. Se abren dos nuevas modalidades: el valor ritual y el valor de exhibición.

El valor ritual –para Benjamin– será aquel arte de las primeras imágenes a las cuales se les otorgaba un valor mágico. Eran objetos, como señala su nombre, con función mágica, ritual o religiosa. Admirables o venerables. De carácter aristocrático. Pongamos un ejemplo de este tipo de arte: la escultura del David de Miguel Ángel. La experiencia estética que producía esta escultura era admiración y contemplación. Únicamente las personas de gran posición social podían –pueden– viajar al extranjero y admirar la obra.

Lo que el filósofo propone tiene que ver con la praxis.

El valor de exhibición en cambio da un acceso a la imagen más amplio. Cualquier persona puede acceder a él, a través de –situándonos en el año 2020– dispositivos móviles que tengan acceso a la red. El acceso a la imagen se democratiza y se hace accesible a las masas. Hay un acceso a la imagen o a la información, mismas que pueden cumplir con una función política emancipatoria. Se reduce la función estética contemplativa y se busca una politización en el arte para la generación de imágenes de propaganda antifascista y de contenido político. Además, cualquier persona puede ser creador y no un mero receptor.

Los videos que circulan en la web demuestran que la libertad de expresión está buscando nuevas y creativas formas de persistir y resistir ante la autoridades y las nuevas formas de control. Personas como Julian Assange o Edward Snowden, los videos de los asesinatos de George Floyd y Giovanni López, y muchos más que existen son prueba de estados fallidos y nuevas formas de reclamar justicia.

No obstante, las redes sociales son formas de control a diestra y siniestra y en el juego de las grandes naciones, políticos y corporaciones podemos respetar, cumplir y obedecer, por un poco de libertad de expresión.


[1] https://www.animalpolitico.com/2020/06/policias-matan-por-accidente-a-alexander-joven-de-16-anos-en-oaxaca/

[2] https://www.lavanguardia.com/cultura/20150121/54423595839/precio-libertad-expresion.html

[3] https://web.archive.org/web/20080705115024/http://www2.ohchr.org/english/law/ccpr.htm

[4] https://www.disruptiva.media/libertad-de-expresion-pero-no-mucha/

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