La eternidad es un deseo antagónico
Una eternidad que se termina. Una inconformidad con lo que está siempre. Plantas. Y nada más.
Una eternidad que se termina. Una inconformidad con lo que está siempre. Plantas. Y nada más.
Fotos y texto por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)
Puebla, México, 21 de junio de 2020 [00:17 GMT-5] (Neotraba)
Como a muchos, la cabeza no me ha dejado de dar vueltas. Ahora mismo no soy capaz de poner mi imaginación en paraísos mentales porque pronto los huracanes tocan tierra firme. Mis ejercicios de tranquilidad se ven interrumpidos por un bostezo, comezón en el brazo izquierdo o los escandalosos pellejitos de los labios. Lo impedido por la mente, lo busqué en la actividad y me hice de ciertos hábitos.
Me he encerrado en el jardín estos días. Quizá es difícil de creer, pero las plantas requieren la misma atención exigida por un perro o un gato. Si son de sol, persigo la luz todo lo posible con mis macetas en brazos. Me lamento si llueve pues acumulan agua y toman coloraciones raras. Si son de sombra, lo contrario: regar constantemente y tenderles malla para filtrar la luz. A veces paso el día entero ahí y he llegado a sentir ese presentimiento de mamás y abuelitas: que aquéllas, en los poros de las hojas o en las raíces, tienen oídos y escuchan. Entonces entiendo el lazo creado con los seres vivos que me han salvado de los desastres.
Como a todos, me gustaría que durase para siempre todo cuanto me gusta. Mis plantas, un par de amigos, los besos. Los libros de Del Paso o una canción de Yes –y esos ya de entrada parecen ser interminables. Un te amo que no es el mío y no se parece ni tantito. Lo malo, por más poéticos nuestros planteamientos: en el tiempo nada es susceptible de ser excluido. Si yo pidiese la eternidad de mis gustos, arrastraría también mis problemas, inseguridades y demás rasgos a transformar. Por supuesto, deseo que termine de una vez por todas la pandemia, una deuda económica importante, los políticos corruptos y la música de mis vecinos a las dos de la mañana. Y varias conductas mías.
A propósito del aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis, descubrí esta frase suya en Facebook: “Si nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso”. Acepto el pecado, no he leído el libro. Sin embargo, pensemos en ello: ¿acaso no hemos deseado dure para siempre nuestro amor? ¿Y la inmortalidad de un ser querido? ¿Una juventud sin fin? El paso en falso nos pone a temblar, desarraiga de una fantasiosa normalidad donde nada nunca se modificará: las mismas calles, el mismo trabajo y las mismas personas.
Es un punto contradictorio: este ente que somos, condenado a dejar de serlo algún día, a veces exige el final y a veces la eternidad. Le es vedado llevar su condición original, la de finito, al mundo, dándose el lujo de imaginarse las posibilidades más extrovertidas. Es inevitable preguntarme qué deseo yo. Hay ciertas añoranzas que me llaman la atención: regresar a un nivel escolar anterior o volver a encontrarse con cierta persona. No obstante, la mirada volteando atrás puede hacernos tropezar. El error no es el temor, sino la incapacidad de no querer el futuro cuando éste no pregunta a dónde queremos llegar. Trazar el destino es, en realidad, elegir el único disponible.
Esta semana que se va tuve una videollamada con alguien a quien amo. Después de tantos días de no vernos, fue inevitable sentirme triste. Si a ello le sumo mi incapacidad para ser optimista, se dieron como resultado lagunas de nostalgia. Los creadores de estas plataformas deben estar riéndose de 1) nuestras caras con el sexo contrario y 2) de todas las lágrimas por ver los rostros extrañados. Para colmo, tendré que aguantar las ganas de abrazar cuando los vea.
Ansiar el abrazo, el beso o la caricia me demuestra mi incapacidad de asegurar el futuro. Si se me concediera nunca morir, nada me sería tan exasperante como saberme vivo. ¿Qué sería de un mañana infinitamente el mismo? ¿Se puede ser feliz eternamente? ¿Deseamos serlo? El conflicto puede ser también el tiempo compartido, ¿acaso no nos hemos visto envueltos en el desastre ocasionado por la incapacidad de poder echar tierra firme? Lo complicado no sería el hoy inmenso para mí, sino el hoy inmenso provocado a alguien más.
A veces no podremos responder el qué somos cuando ni siquiera tenemos claro el qué soy. Otras simplemente no podremos tolerar la diferencia del pensar. Somos valientes sólo cuando podemos garantizarle el futuro a alguien más. O cuando empezamos cosas sabiendo que debemos terminarlas.
Y porque todo tiene un fin, ojalá pudiera abrazarte y besarte justo ahora.
“Todo va mal”, le dije a mi interlocutora. “Todo está mal”. Se llevó las manos a los ojos, los limpió, acomodó los cabellos en las orejas. “Deberías agrégale un por ahora”, contestó con una sonrisa. Dejando de lado mi tendencia al drama, tiene razón. Desde las cuestiones más básicas hasta las más complejas, nunca tendrán un lugar en el siempre.
Lo malo y lo bueno son categorías que nos abandonarán tarde o temprano. La pandemia no durará para siempre, ni mis plantas o mis relaciones. Mejor saberlo de aquí hasta el día de mi muerte. Todo está mal y bien, por ahora. Entonces, vuelvo a sentir comezón en el brazo izquierdo.