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Ciudad de México, 2 de noviembre de 2024

Ciudad de México, a 13 de mayo de 2024.

Querida Lucita:

¿Cómo estás, amiga? Siempre es un gusto escribirte, pero comprenderás que, en las presentes circunstancias, ha sido especialmente reconfortante saber que sigues ahí, al pie del cañón, acompañándome a pesar de la distancia y de tus propias vicisitudes.

Puedo imaginarme el sufrimiento que te causa la decisión de tu hijo Rudy, tan joven, brillante y valiente, de no regresarse a vivir en México con Alberto y contigo. Es difícil de creer que en un par de años de escuela en Israel esté ya tan adoctrinado que prefiera quedarse allá. Ojalá que sus próximas vacaciones en México lo regresen a sus cabales.

Como te comentaba en mi último e-mail, yo también estoy desecha: no tenemos idea de dónde está Federico ni esperanzas de encontrarlo vivo, dada la envergadura del lío que suscitó. Su fuga provocó una crisis en la familia. Afortunadamente, no hundió al partido, pues la auditoria comprobó que no tomó dinero del erario público para sus apuestas.

Tu recomendación de buscar apoyo para él con Mónica es la más lógica, dado que era nuestra tercera “mosquetera” y ahorita es un personaje poderoso en el gobierno federal. No obstante, Lucita, no tengo cara con qué pedirle nada. Hay una historia entre nosotras dos que te pasó desapercibida y te la voy a contar. No te ofendas, hemos sido copartícipes de muchas aventuras y sabes que no hay nadie más cercano a mí que tú, ni mis propias hermanas.

¿Qué mejor cómplice que tú, que hasta a tu primo, el guapísimo, me “prestaste”? Aún me río cada vez que me acuerdo (¿tú no?). Por cierto, fíjate que, en una ocasión, Mónica me pidió que la acompañara a entrevistarlo, pues el puesto que él tenía era exactamente lo que ella necesitaba para una tarea de teoría del estado. ¡Tuve que contarle todo!

Deberías haber visto la expresión en blanco que puso cuando le dije que no podía acompañarla porque tu primo se fue sin decir adiós después de que nos encerramos en mi casa por tres días la misma noche en que nos conocimos en esa fiesta en tu casa, mientras su esposa se volvía loca buscándolo. No nos hemos vuelto a ver desde entonces. Le comentó a unos amigos comunes que se había divorciado por mi culpa (¿tú crees?). ¿Con qué cara lo iba yo a buscar, aunque se tratara de un favor para Mónica?

Tengo que hacerte una segunda confesión. Fue un regalo de la vida que el esposo de Mónica no pusiera reparos en que ella hiciera un viaje conmigo por el sureste de Inglaterra con todo y Ale, su bebé. Ya sabes cómo es el campo allá: con tanta humedad, siempre verde. Ese verano las noches eran muy largas y la temperatura, muy agradable. Recorrimos un circuito desde Cambridge hacia Maidenhead, pasando por Anglesey Abbey y de vuelta a casa. Fue en el Bed & Breakfast de Maidenhead que nuestras agradables anfitrionas ofrecieron velar al bebé, después de que se quedara dormido, para que saliéramos a cenar a algún lugar agradable.

Nos dieron muy buena impresión, de modo que aceptamos: una buena cena con excelente servicio y un delicioso vino. Regresé inmersa en una felicidad etílica que no sentía desde mucho tiempo atrás. Como estudiantes que éramos, tuvimos recursos limitados y compartimos todo el viaje en la misma habitación. Esa precisa noche se detonó un descubrimiento en mí. Al salir Mónica del baño, su ajustado camisón, de satín blanco, dibujaba su silueta a la perfección y permitía que se transparentara su pecho. Veía la perfección en su cabello negro, su mirada limpia y su rostro. El vino, su belleza y la complicidad de nuestro trato se me subieron de pronto a la cabeza. Conteniendo mis recién descubiertos sentimientos por ella, me fui a la cama. Actué como si su compañía esa noche estuviera pasando desapercibida a mis sentidos y mis emociones.

El no transgredir nuestra relación permitió que la siguiera viendo. Los primeros años después de mi regreso de Francia y del de ella de Inglaterra fueron dichosos. Ya que nos habíamos desconectado de nuestras amistades aquí, en nuestras frecuentes pláticas y paseos éramos sólo ella y yo, sin interferencias. Esa dicha disipó los problemas a los que me enfrenté a mi regreso: la falta de dinero, de trabajo, el rompimiento definitivo con la familia.

Por varios años tuve que ocuparme de dos empleos y ella también estaba absorbida por su trabajo y el cuidado de su casa y familia. Pasada más de una década, la llamé para reencontrarnos. Al llegar a su casa, su hijo Alejandro me invitó a entrar, quien ahora tendría unos 16 años. Mónica le había avisado que no podría salir a tiempo del trabajo y le había pedido atenderme.

Charlamos por un rato. Durante los primeros minutos me sentí un poco incómoda. Pero resultó una delicia platicar con el muchacho. Reconocí expresiones y actitudes de Mónica en él. Era un chico esbelto, más alto que yo, un adolescente perfecto. Su sonrisa se parecía a la de su mamá, aunque era mucho más suelta, se dejaba el cabello largo, reía mucho… Definitivamente, era una versión mejorada de Mónica.

De pronto, al describir con los brazos un arcoiris, tiró un frasco que estaba en la mesa de centro; los dos nos apresuramos a evitar que llegara al suelo. Su roce con mi mano fue insoportable. No sabía qué hacer… pero sí sabía qué deseaba. Estaba segura de que, si me acercaba a él, huiría. Sin cambiar de lugar, me desabroché y abrí la blusa. Los increíblemente negros ojos me miraron interrogantes. Traté de calmarme… le pregunté si ya había estado alguna vez con una mujer. Respondió que no, sin retirar su vista de mis ojos. Tuve que pensar rápido. La necesidad de sentirlo cerca, de tocar su piel, de oler su aliento se convirtió en un dolor que me recorría del vientre al pecho.

Le dije que yo tenía experiencia y los quería mucho a Mónica y a él; que podía enseñarle con más ternura que cualquier otra persona lo que tenía que aprender. Él dudaba aún. No debía avanzar hacia él… Tomando aire, le dije que se acercara y que tocara, que no iba a pasarle nada por ello. Cuando dio el primer paso hacia mí, cuando su curiosidad venció, supe que éste sería el día más feliz de mi vida.

Lo convencí de cerrar los ojos y tocar más… por todos lados. La naturaleza hizo lo suyo y, después de breves y deliciosos instantes, comenzó a jadear. Supe que ya podía tocarlo… La piel nueva, inmaculada… El abdomen firme, su primer beso…

Salí una hora y media después de haber llegado. El chico aceptó no contar a nadie lo que había pasado. Pero cuando la semana siguiente busqué a Mónica, él contestó el teléfono. Me dijo que si volvía a buscar a su mamá, le diría a todo el mundo lo que pasó, que me mantuviera lejos de su familia. Sólo acerté a decile que era verdad mi amor por ellos y que con el tiempo lo comprendería… He tenido que decirle a su mamá que volví a las dos chambas y no tengo tiempo para ella.

Bueno, amiga, ahora sabes por qué no puedo recurrir a Mónica. Aunque ya ha pasado algo de tiempo, sé que Alejandro cumpliría su amenaza. Y prefiero que Mónica me crea distante, y no perderla definitivamente si se enterara de la verdad. El mundo es un sitio mejor si sé que ese precioso ser humano lo habita sin cobijar resentimientos contra mí.

Cambiando de tema, te comento que tengo unos amigos judíos muy progresistas. Son gente muy interesante intelectualmente y muy agradables. Tienen un par de jovencitos que podrían platicar con Rudy y hacerle ver cuál sería su futuro si se queda en Israel. Avísame cuando llegue a México y arreglo que se conozcan.

Seguiré buscando apoyos para Federico, defendiendo lo indefendible. Es mi hermano y lo quiero. A ti te deseo mucha suerte. Recibe, como siempre, un gran abrazo:

Pilar


Evelina Iniesta. Física de profesión, ha ocupado posiciones directivas en gestión de tecnología en el país y en el extranjero.

Desde chica ha sido una voraz lectora y desde siempre ha tenido la ilusión de escribir cuentos y novelas. Como escritora, la inquietan los fenómenos sociales y las estructuras de poder. Le gusta plantearse situaciones fuera de lo común y estirarlas hasta llegar a sus consecuencias.

Sueña con poder expresarse con el lenguaje poético de algunos de los escritores y maestros que más la han inspirado.


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