Hora y media de alucín: Natanael Cano en Monterrey
La inteligencia artificial nunca estará lista para la loquerana y la belikeada. Mucho menos para experimentar el impacto de adrenalina del que te colma un concierto de Natanael.
La inteligencia artificial nunca estará lista para la loquerana y la belikeada. Mucho menos para experimentar el impacto de adrenalina del que te colma un concierto de Natanael.
Por Clars
Monterrey, Nuevo León, 3 de agosto de 2024 (Neotraba)
Fotos a lo largo de la crónica de Amhed Monge y Foto de portada de Pedro Saavedra
Las ciudades, como los sueños y los corridos tumbados,
se construyen con miedos y deseos.
José Manuel Valenzuela Arce
¡Ábranse a la verga! No sería la entrada que “Meta AI” pudiera darte si le pides una crónica del concierto de Natanael Cano en Monterrey.
La inteligencia artificial no entendería la ironía del plebe al responder: Cálmate niña, hacemos música, no somos el Papa. Después de que una jovencita le expresa y jura al Rey de los Corridos Tumbados que le ha salvado tantas veces.
¡Ábranse a la verga! Les gritas a unos batos frente a ti. Suena el intro de “Cuerno Azulado”, te apresuras a grabarlo. Un par de alucinados y los compas de la cheve andan acelerados por atorarle a los puñetazos.
A ti también te salpicaron. Al alucinado lo empaparon. Su camisa AMIRI ya no huele a Valentino, ahora tiene aroma a Cerveza Indio, quizá, un poco azorrillada. No tienes certeza de quién se la tiene que hacer de pedo a quién. El alucín tuvo la culpa. Le tiró las cheves al vendedor. Ponte al tiro, te dices, desafánate de ese rollo. Ya estás aquí. Quita esa jeta. Que se maten entre ellos.
Los ánimos son desquiciantes. La raza anda insoportable. Con más de doce horas de fila a las afueras del estadio lo estarías también. Ojalá la AI pudiera hacer fila por nosotros. Mínimo no olería a culo ni a nauseabundos fluidos corporales. Fueron cuatro grupos previos al show esperado. Abucheos, mentadas de madre, resignados. No quedó de otra, ante la espera, que pagar los inflados precios de la cheve que los vendedores se encargaron de alterar para sacar lo de los chescos o el regreso a casa en taxi por la madrugada. De eso me enteré al día siguiente cuando compré cerveza en la barra: pagué $150 en lugar de los $180 a los vendedores con cubeta, los cuales se desplazan entre el cóctel humano con aroma a descomposición abarrotando la “Zona Tumbada”.
“Zona Tumbada” pa la plebada placosa. Ondeados y alucinados. En el aire se percibe la esencia de la verde. La “Zona VIP” pa los influencers y las barbies. De cancha general para atrás: mortales simples.
Lo deseaste hasta la médula que luego no supiste qué hacer. Se anunció la fecha. Sin preventas. Venta general y en tiempo récord de menos de cinco minutos los boletos se habían agotado. Las acreditaciones inciertas te causan conflicto. Ansiedad. Lo diste por perdido. Al anunciarse la segunda fecha no moviste ni un dedo. No le entraste. Que sea lo que tenga que ser. A la chingada. Y aquí andas al vergazo. Sin necesidad de patrocinador que te quiera cobrar con cuerpo o con videos de besos de tres entre tú y tus amigas.
Así lo anunciaron en grupos de compra venta de boletos en redes sociales algunos depravados: Todo corre por mi cuenta al mejor beso de tres.
Rocío Durcal revive y se vuelve a morir de escuchar al morro cantar “Amor Eterno” dice un reportero de espectáculos a la espera de acreditaciones afuera del estadio. Te da cringe, como diría la chaviza. Y es que te cae que la gente habla por hablar. La rola es de Juanga. Y en una de esas, si Juanga viviera, no dudo que se avienta su colaboración tumbada. La AI podría satisfacer tu morbo de pedirle “El de la codeína” con voz de Juan Gabriel, por ejemplo.
La tiradera al morro es evidente: Lo del reguetón y además los corridones no me tienen tan contento. Pinche morrillo guango. Ñango. Mamón. Alucinado. Loco. Chiflado. Murmuran entre ellos. Los medios de comunicación y sus corresponsales le cubren como no queriendo. Es música de nacos. Dicen. Pero esos mismos nacos les suben a los numeritos de sus notas amarillistas cada que pueden. Les da bronca y a la par colapsan las acreditaciones.
No dejan pasar la oportunidad de llevarse el contenido viral de la noche. A la espera del mínimo diálogo en guasa para tergiversar y meter polémica. Luego que por qué no dan entrevistas los morros.
Lo de cubrir fotografía lo diste por perdido. De lejotes no la armas.
Preparados, fotógrafos y camarógrafos, desde la Zona Tumbada. Acomodados. De pronto un golpe de suerte. Alguien los conduce a barricada. No podía salir mejor. Pensaste. Algo anda mal. La suerte no te persigue. De inmediato alguien más fue y reprobó la indicación. Un tiro breve entre seguridad y personal de la producción. Total. Pa afuera. Desconoces quién dio la orden para ir a barricada pero agradeces la intención. Lo de tirar de lejos nos jodió a la mayoría.
De vuelta a general. Sientes un gran hastío. El ir y venir te sofoca. Te empieza a dar la pinche ansiedad social. Te cuesta respirar. Necesitas inhalar salbutamol. La gente alrededor está encabronada. Pagaron un boleto y luego un montón de fotógrafos y camarógrafos frente a ellos con espacios delimitados. El público no sabe que nada más son tres rolas. Tampoco lo quieren entender. La hacen de pedo. Se apagan las luces y sientes cómo un proyectil enérgico sale disparado desde los cimientos más profundos del estadio.
Son más de treinta mil personas. Los primeros acordes de “El F” retumban en cada rincón del Estadio Mobil Super. El incesable oleaje de celulares hace lo suyo. Tus ojos están cansados. Tres rolas de fotografía no sirven de nada.
A la espera de volver al show después de hacer foto pasaron unas siete canciones. Pa colmo regresas y tienes la suertecita de tener enfrente al alucín y el ejército de vendedores de cheve que llegaron a tirarle esquina al pobre diablo que le tocó hacer encabronar al morro.
Los músculos de tu rostro están tiesos. Traes una jetota. Te sale una sonrisa temblorosa muy a la fuerza. Tan cerca y tan lejos. Te desplazas de un lado a otro. Eres más alta que la mayoría, pero no te da por asomar la cabeza o levantar los brazos para sacar un buen video.
Se te antoja una chela. Te la dejan caer y está pa caldo. Caliente como la chingada. Apenas y tuerces los labios para corear alguna rola. “Primo”, “Como es arriba es abajo”, “Pacas de billetes”, “Toro encartado”. Los ya esperados covers que Natanael ha revivido entre las nuevas generaciones: “O me voy o te vas” y “Ya te olvidé”. Lo de escucharlo cantar “Amor Eterno” en versión tumbada fue un golpe al corazón. Pocos perciben que muchos morros nacidos en los dosmiles jamás llegarían a apreciar una tremenda composición como esa. El derroche de llanto de los chavorrucos infiltrados se hace presente.
El lado amable de los morros que acaparan los reflectores a nivel mundial es que consiguen visibilizar y hacer trascender el trabajo del gran legado de compositores y letristas mexicanos al paso de los años.
Les prometo que pocos morros la corearon. Así mismo con “O me voy o te vas” de Marco Antonio Solís. Pasan de ser rolas anticuadas que escuchan sus jefes a ser rolitas valoradas que más adelante a sus hijos o los hijos de sus hijos probablemente les vayan a parecer igual de arcaicas.
Los papás de muchos se quedaron a las afueras del estadio a esperar a sus plebes. El tráfico es descomunal. El metro extendió su horario. La salida es bochornosa y lenta. La mercancía pirata y los revendedores de boletos van disminuyendo sus precios conforme avanza la noche.
Natanael ofreció un show en el que el protagonismo es a través de sus canciones y no de su producción. Sin entrar a detalles de la comparación, al escuchar a una compañera mencionar: no era lo que esperaba, Peso Pluma entregó un gran show. Te das cuenta que la forma de distinguir a quienes conocen el género solo por encima son sus comparaciones insustanciales.
Natanael Cano es el pionero del género. Peso Pluma ha portado bien la bandera y reconocimiento alrededor del mundo. Y sí, allá afuera, Peso sabe cómo elevar su show al nivel de grandes performances como C. Tangana o Rosalía, por mencionar algunos que te han volado la cabeza en vivo.
Natanael no requiere más que de la esencia que le mete a su interpretación para nuestra hora y media de alucín. Sin esfuerzo su voz es recia, dura y poderosa. Es un morro que se ha comido al mundo de trancazo. Ha callado bocas. Quisieron humillarlo y terminaron humillados. Siempre entre la polémica y el intento de sobrellevar una vida medianamente normal para un morro de su edad. La narrativa de sus rolas es una combinación de su historia con historias ajenas que portan ciertas similitudes a la hora de ambicionar una vida mejor. Haciendo énfasis en la superación personal y la vida de lujos. Juegos de poder. El narcotráfico: el reflejo de una sociedad, sus entramados. Las mentadas realidades juveniles retratadas en cada rola.
No fotos, no saludos, no interacción o acercamientos mediáticos. No le interesa. Y todo es completamente válido. Recuerdas entonces las palabras de un cantautor mexicano recién retirado de los escenarios: el artista se debe a su obra, no a su público, el público es consecuencia de lo otro.
Del concierto uno al concierto dos me quedo con el día uno, por su repertorio. Nunca se va a tener contento al público. “Diamantes” es una gran rola que no interpretó en ninguno de los dos días, para el público en general lo es, no para ti. Lampareados, al culminar el concierto, se fueron echando madres. Te da por compararte con el público en ratos y no te cabe en la cabeza su afán por quejarse de las horas de espera o del setlist. Así es la vida entre conciertos, constante riña por el borde a barricada, que se desquiten los miles de pesos del boleto. De estar cerca a tu ídolo. Sed, cansancio, hambre e insatisfacción.
Al menos el día uno cantó “Vino Tinto” de las más recientes una gran canción en colaboración con Peso Pluma y Gabito Ballesteros. Digamos que el día dos, con su caída, compensa las rolas que omitió. A la entrada de “El F” resbaló y cayó boca arriba, con su jersey de “Sultanes”, no paró y siguió cantando tirado sobre el escenario. “Los vamos a matar” gritó.
Así el día dos, de civil, ya con los ánimos fieros amainados, te dispones a disfrutar. Le entras a la cheleada, a reventar la garganta en cada rola, con el celular en modo “no molestar” y refundido en el bolso.
Te emputan las apariencias. Por figurar entre las tendencias y grabarte en medio del concierto coreando un corrido que nomás tarareas. Las fresitas presentes son adictas a hacerlo. A las que no les cuesta un boleto de su sudor y sangre. Les ha costado a sus jefes.
Las y los arremangados acá presentes nos diluimos en alcohol sin miedo a chingarle al primer turno de la mañana al siguiente día. Sin trucos, sin fallarle, sin llorar. Un día menos de salario mínimo es un pollo asado menos pal estómago o un cartón de cerveza pal hígado.
Natanael Cano seguramente pudo dimensionar el impacto que tendría, mas no estoy segura de que alguna vez haya pasado por su cabeza, convertirse en objeto de estudio. Incluso en que su nombre figure en el glosario del libro Corridos Tumbados. Bélicos ya somos, bélicos morimos, por el gran investigador de los corridos a lo largo de los años: José Manuel Valenzuela Arce. Libro que no existiría de no ser por esos transgresores de las narrativas políticamente correctas, como lo menciona Arce en dicha investigación.
La inteligencia artificial nunca estará lista para la loquerana y la belikeada. Mucho menos para experimentar el impacto de adrenalina del que te colma un concierto de Natanael Cano.