Guardo el espejo en que te vi, mientras te espero
Mundo Nuestro | Verónica Mastretta escribe sobre una escena emblemática de la novela El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Mundo Nuestro | Verónica Mastretta escribe sobre una escena emblemática de la novela El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Por Verónica Mastretta
Puebla, México, 30 de octubre de 2020 [00:01 GMT-5] (Mundo Nuestro)
Una de las páginas más eróticas y románticas de la literatura la escribió Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera*. La trama de esta perfecta novela ya la saben: la larga historia de amores contrariados, a lo largo de más de cincuenta años, entre Fermina Daza y Florentino Ariza. Sus coincidencias, aparentemente desafortunadas, suceden en la extrema juventud de ambos, cuando se conocen y se enamoran por primera vez para luego separarse por los prejuicios de clase; medio siglo después, en la aprensión hacia el enamoramiento entre viejos.
Florentino conoce a Fermina cuando ella acaba de cumplir doce años y él tiene dieciséis. Ella es una floreciente belleza de ojos almendrados, larga trenza color miel y voz ligeramente ronca. Le gustan las flores y los animales; es capaz de identificar el olor de cualquier persona en cualquier lugar. Vive cercada por los ojos vigilantes de un padre viudo y ambicioso que desea para ella un matrimonio conveniente que pueda darle la corona social que él cree que su hija se merece: no solo por su belleza e inteligencia, sino para complacerse.
Florentino es pobre, extremadamente flaco, miope y de vestimenta sombría, por lo que su edad siempre será difícil de descifrar. Su enorme afición a la poesía y su gusto por escribir cartas lo ayudarán a conquistar a Fermina con la ayuda de la tía que la cuida, y que acabará ayudando a que los jóvenes se escriban y se miren durante cuatro largos años. Cuando Lorenzo Daza se entera, ordena que la tía se vaya de la casa para siempre y a Fermina la aleja mandándola a una hacienda lejana. Después de muchos meses regresará, pero el tiempo ha puesto un velo en los ojos de Fermina, quien aparentemente ha perdido la pasión que sentía por Florentino. Conocerá y se casará con el doctor más célebre y rico de la comunidad caribeña, Juvenal Urbino, con el que sostendrá un largo duelo de poder, amor, odio y control dentro del matrimonio, uno de los tantos placeres peligrosos del amor domesticado.
Florentino, un romántico empedernido, decide esperar a Fermina y serle fiel hasta que la vida vuelva a juntarlos. Su fidelidad solo será emocional, pues para superar el abandono de Fermina cultivará una sensualidad implacable por medio de una intensa vida sexual con una variada lista de mujeres de todas las edades, condiciones, cuerpos y talentos, aunque en el rincón más secreto de su alma el altar sea para Fermina. Durante cincuenta años, él permanecerá soltero y desde lejos la verá vivir, tener hijos, madurar. Sabrá de su vida muchas cosas mientras él permanecerá distante y discreto. La conoce como a nadie, aunque no crucen una sola palabra. En medio de esa larga demora, Florentino prospera como empresario de la compañía fluvial del Caribe y adquiere un lugar sólido, confiable y enigmático en la ciudad.
Todo esto que recuerdo y mal cuento es solo para narrarles la escena que tanto me gustó:
Una tarde, veinticinco años después de separarse, los dos coinciden en el restaurante más concurrido del lugar. Ella nunca lo miraba a los ojos. “Aquella indiferencia hacia él no era más que una coraza contra el miedo”. Florentino siempre está a solas en público, porque su intensa vida amorosa era furtiva, al grado de que en la comunidad han llegado a creer que le gustan los hombres; esa noche se sienta en la mesa que suele usar, desde donde puede observar sin ser visto. Fermina y su marido llegan acompañados por un grupo de notables y ocupan una larga mesa, que tiene como fondo un hermoso espejo antiguo. Fermina se sienta justo frente al espejo, en el que su rostro se reflejará durante toda la velada. Sus gestos, su sonrisa, la forma de mover las manos e inclinar la cabeza, todo lo que Florentino amaba en ella fueron solo para él esa noche.
Al día siguiente se presentó con el dueño del restaurante y le compró el espejo antiguo al doble de su valor. Lo colocó en su cuarto. Desde ahí recordó a Fermina y se hizo fuerte para esperarla los veinte años que faltaban para volver a encontrarse a solas. Contra todos los prejuicios, Florentino y Fermina volverían a quererse, a entenderse y, claro, a amarse, al empezar la alta vejez. Le enseñó lo único que tenía que aprender para el amor: que la vida no la enseña nadie. Fue como si hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor.
* El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez. Editorial Diana, 1a. edición, diciembre de 1985.
Esta nota se publicó originalmente en Mundo Nuestro: