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Puebla, México, 7 de mayo de 2024 (Neotraba)

Alexandra Lobato Quesada es autora de Otro libro de sexo de la Editorial Casablanca. Obtuvo el Tercer Lugar en el Concurso de Cuento Ignacio Padilla 2017, con el cuento “El viaje de Juliana”. Mulata es su primera novela, además es una novela histórica ubicada en el Virreinato de la Nueva España. Mulata se publica por la editorial Letra Capital. Presentamos una entrevista con su autora.

Óscar Alarcón. Mulata, una novela de época, donde se muestran varios contrastes, ¿por qué el periodo virreinal fue tan llamativo? Es un periodo que puede ser doloroso y al mismo tiempo explosivo en cuanto a la evolución social.

Alexandra Lobato. La primera respuesta es porque he sido profesora de Historia de México muchísimos años. El periodo virreinal lo estudiamos brevemente en preparatoria y secundaria. Me sorprende el poco tiempo que le dedicamos: son tres siglos apasionantes. La razón principal es porque es el caldo de cultivo de lo que va a ser México. Ahí se juntan la mezcla de sangre, de religiones, de creencias, de prácticas, de cosmovisiones que en el México de hoy convivimos y sigue siendo contrastante.

Tenemos la sangre negra, que también nos deja un sello cultural y artístico. Y tenemos la sangre española y la sangre indígena –por supuesto– y toda la estructura de castas. Lo que más me he impactado es la mezcla de castas, cuando empiezas a ver los cuadros y se empiezan a dividir y dividir los nombres de las castas –con nombres absurdos, como saltapatrás o tentenelaire– dices: “Todos los mexicanos somos eso”, pero cuál sería el nombre de la última casta.

Me parece apasionante que a todas partes a las que voy en México me aparece el sello del virreinato, el sello de la Colonia.

La novela se detona en un sueño, soñé que yo era una mulata y que me arrebataban a mi hijo de los brazos. Yo tengo un hijo, en ese momento era un niño todavía, y me desperté con esa sensación maternal de que te están robando a tu hijo. En mi sueño, yo era mulata, el niño era muy blanco –aunque yo sabía que era mi hijo– y el que me lo arrebataba era un oficial del ejército realista con toda la parafernalia que tiene el uniforme, los sombreros muy de la época. Me desperté a las tres de la mañana muy sobresaltada con ese sueño muy vivido. Escribí el episodio: una mulata que está jugando con un niño muy blanco y se lo arrebatan.

Entonces empecé a imaginar por qué el niño era blanco, si es su hijo o no es su hijo. Y ahí se armó la historia.

ÓA. Para el siglo XVI ni siquiera existía el concepto de “maternidades”, ¿qué es lo que has investigado sobre las maternidades de aquella época?

AL. La novela se ubica a principios del siglo XVIII, en donde la maternidad no es una opción para algunas mujeres: en clase alta, las mujeres españolas y criollas tenían como posibilidad ser mamás y esposas o tomar los hábitos. Esas eran las opciones para las mujeres. Y como no todas tenían la vocación religiosa, la maternidad era una condición sine qua non, o sea, eres mujer y eso te toca ser. Y no todas tenemos vocación maternal, ni en el pasado ni ahora.

Catalina, una de las dos personajes principales, entiende de manera muy natural ser mamá, pero hubiera preferido elegir otras cosas, y aun así ama a sus hijos. Entonces, justo lo que quise representar fue esa maternidad que ni siquiera fue elegida, pero que el instinto y el amor termina sacándole la fortaleza para darle sentido a la vida a través de sus hijas. Yo diría que la mayoría de los mexicanos somos herederos de embarazos no deseados, ya sea en el matrimonio o de violaciones que era de lo más común: mujeres que no tenían esposo o que se sabía en las comunidades que ya no eran vírgenes, se consideraban casi mujeres públicas. Eso era terrible porque esa mujer ya no vale nada porque ya no es virgen y si me la encuentro en el río o si voy borracho –sobre todo mujeres indígenas, negras, mulatas– podía violarlas. Esos actos daban como resultado maternidades no deseadas.

Es un tema muy reciente como lo dices, desde hace diez años que se está hablando de esto. Pero justo quise representar que esto ha pasado siempre y entonces revalorar –a través de los ojos del presente– la elección de la maternidad o la renuncia a ella, como una posibilidad única que tenemos las mujeres de este siglo.

ÓA. Hubo mujeres que fueron violadas y, a pesar de ello, decidieron tener a sus hijos. Háblanos sobre este tema.

AL. Era absolutamente común, dentro del matrimonio se consideraba un deber absoluto de la mujer ceder siempre a las demandas sexuales de su esposo y no se podía negar. Podía haber parido recientemente y el hombre podía solicitarla sexualmente; negarse era considerado un pecado.

Es casi volver loca a las mujeres: antes de casarte se les dice que el sexo es pecado, no lo pienses, no lo hables, reprime toda tu energía sexual porque eso no existe. Y en el día en que te casas, en cuestión de lo que dura la misa no solo tienes que hacerlo, sino tienes que estar dispuesta, siempre de buenas, siempre abierta a las demandas de tu esposo.

Unas amigas lectoras me decían: “Nos hiciste ver que era casi imposible encontrar placer sexual para la mujer, ni aun para la casada ni aun para las que fueron violadas”. La sexualidad femenina es muy compleja y necesita un crecimiento del deseo mucho más lento que la sexualidad masculina. Es una cuestión biológica, nada más.

El deseo y el placer de la sexualidad femenina requiere un camino mucho más largo. ¿Cuándo iban a experimentarlo estas mujeres? La violencia está tanto en las mujeres casadas como en las no casadas. Se consideraba natural que los hombres fueran depredadores sexuales. La naturaleza animal de los varones es, en general, mucho más activa y mucho más depredadora.

También la sexualidad femenina tiene su parte instintiva, pero creo que nuestra naturaleza por proteger a las crías, de proteger tu embarazo y nuestros ciclos hormonales nos llevan a que nuestra sexualidad sea por períodos, mucho más en calma.

En estos últimos 50 años de la historia humana es cuando se ha hablado con libertad esto. Inicia el siglo XX con un boom de hablar de sexualidad. Llevamos 100 años, si quieres, explorando realmente las diferencias y empatando. Las parejas tenemos diferentes ritmos, diferentes necesidades. Pero esto es algo hiper moderno, entonces la sexualidad de las mujeres de aquella época era, casi siempre, una experiencia violenta.

ÓA. ¿Cuáles son las expresiones de las festividades de castas de mulatos que encontraste durante la investigación para tu novela?

AL. En México, la población negra fue mucho menor que la indígena. En realidad, había una minoría. En nuestro país el 1% tiene sangre negra. Entonces, si ves esa proporción quiere decir que era una población pequeña, pero sí hubo compra y venta de esclavos, sobre todo en Veracruz y esclavos de la zona del Pacífico, en Acapulco, negros de África, pero significativamente la sangre es poca.

Y en esa medida, lo mismo ocurre con la influencia cultural. En Veracruz se nota muchísimo, el uso de las guitarras, de los instrumentos de percusión. Las guitarras son españolas, pero los negros inventaban instrumentos con palos y cuerdas y con tripas de animales. Mucho de esto se funciona con el mundo indígena, porque también usaban los tambores de manera festiva y ritual. Por eso es fascinante el virreinato: tienes África, tienes España con la delicadeza de los instrumentos y la construcción de los lauderos, pero la guitarra originalmente también tiene origen africano de palos con cuerdas y tripas de gato. Creo que en la alegría jarocha vemos la sangre negra, en la música, pero habría que hacer investigación musical de fondo para discernirlo.

Guerrero era la entrada y salida de esclavos tanto de África como de Filipinas y la zona de los indígenas: no eran negros, eran indígenas, de las islas del pacífico. Mi mamá es de Costa Rica, la zona de Limón es todavía de sangre negra. En el bajío no hay tanto.

La novela está ubicada en Querétaro, en San Juan del Río principalmente, que era la ciudad más importante de paso hacia tierra adentro. Ahí había pocos negros, hubo poca presencia negra en el bajío, para resolver eso en la novela fue fácil porque la familia desembarca en Veracruz y ahí la mujer española le dice a su esposo: “necesito una esclava, necesito ayuda doméstica”. Les dicen que en el bajío no van a conseguir esclavos negros.

Ella elige a una mujer zamba porque Catalina es buena persona, es una mujer con una mínima conciencia social que se podía tener en ese entonces, de ideología borbón –con un abuelo borbón–, ella trae una ideología más liberal. Se apiada de esta negra, que es más o menos de su edad y porque es zamba y sabe que la van a explotar o la van a terminar matando, porque no se iba a vender. La escoge y se la lleva a su hacienda en Querétaro.

ÓA. Una borbón con una zamba, en Querétaro que presume de ser una ciudad española. ¿Cómo resuelves la historia –en cuanto a lo literario– para que una mujer se apiade de una mulata y que no terminen asesinándola? ¿De qué forma la parte femenina impera en estos personajes?

AL. Catalina compra a Gregoria en Veracruz, precisamente con la característica de decir “va a ser una esclava de casa” una esclava de puertas abiertas. Alguien que va a comprar esclavos para trabajar la tierra no necesita una esclava con ese defecto, digámoslo así. Lo resuelvo de este modo: Catalina decide defenderla durante toda la novela principalmente de su esposo porque es un español muy caricaturesco, muy estereotípico, muy español de la época. Él le dice: “tienes esta mujer que no sirve para nada”. Y van a terminar más interrelacionadas de lo que uno quisiera o de lo que hubieran querido todos, porque la vida doméstica se complica cuando ocurren interacciones que las involucran y terminan queriéndose muchísimo.

A pesar de que la negra no es una persona con estudios, por supuesto, es una esclava totalmente ignorante, conoce la lealtad y valora lo que Catalina hizo para comprarla, defenderla, procurarle cuidados que ella cree que merece por dignidad. Se resuelve de esa manera porque Catalina es una persona de ideas liberales y se resuelve en la confrontación que debe de tener toda novela: con la tensión constante del esposo, que es su maldito diciendo: “A ver cuánto le dura la esclava”.

Por otro lado, se resuelve en términos históricos con una licencia poética porque a lo largo de la historia te vas enterando de que Catalina viene de una familia de pensamiento liberal. Vas entendiendo que su padre –que representa muchísimo a mi abuelo costarricense– también era un hombre de ideas muy liberales, muy adelantado a su época, que trataba con enorme dignidad a sus trabajadores, a la gente del campo. Mi abuelo costarricense fue presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y llevaba casos, en su despacho de abogado, de campesinos que les habían robado unas vacas, por ejemplo, o que las gallinas se les murieron y querían demandar. Casos tan domésticos y tan pequeños que para mí siempre significó la sensibilidad que tenía.

El personaje se llama Manuel Antonio como mi abuelo, porque lo quise representar para que tuviera su huella en su hija. Porque si no dices “Bueno, ¿por qué es tan liberal?, ¿por qué tiene esa conciencia social?”. Históricamente se resuelve de esas dos maneras, en lo literario.

ÓA. ¿Qué ocurre con la mezcla de las lenguas? Es interesante cuando las palabras de los negros se mezclan con el sustrato indígena y con el español.

AL. Intenté mantener a los personajes hablando un poco en su estilo. La negra tiene slang y un español muy corto, porque si no, no le das verosimilitud. El español de la negra es muy breve, una mujer de muy cortas palabras que a duras penas aprende el español, por eso habla poco y porque también le han enseñado eso: “No habrás la boca porque te vas a meter en problemas”, con la persona que más habla es con Catalina, además es muy lacónica en su manera de dirigirse a ella. Pero es muy certera.

Quise plantear el hecho de que uno se va topando en la vida con gente de formación muy sencilla, extracción cultural muy pobre, pero con una naturaleza muy buena, una constitución moral sólida. Eso fue lo que quise plantear en Gregoria. Sabe que tiene que hablar poco y habla muy corto y cuando nace el bebé tiene palabras y cantos de las lenguas africanas.

Me cuidé de eso, no sé si lo logré del todo, eso lo dirán los lectores y los críticos, pero me cuidé bastante. Me han dicho que está bien construida, me han dicho que la española habla como española. Una vez me dijeron que la mulata habla como una persona más culta de lo que debería, pero si pones atención a la historia está justificado.

Según yo, está justificado porque crece en un ambiente de muchos cuidados culturales, mucho más que cualquier otro mulato. Están creciendo la mulata y la hija de la española –Mari Isabel, la mulata; Ana, la española–, que son de la misma edad y desde que nacen hasta que tienen 7 años, Catalina las contiene en la hacienda, las educa, les lleva a las maestras que les enseñaban bordado. Cuando el esposo llega de viaje y las ve, siempre les está haciendo problemas, precisamente porque la negra no tiene por qué jugar con sus hijas. Catalina no le informa que está dándole a la niña negra un poco de calidad de vida.

ÓA. Como bien mencionas, tenemos una línea de negritud en México muy tenue. Sin embargo, es muy notoria. Hablando del siglo XXI, ¿qué pasa con la discriminación? Noto que hay mayor discriminación en otros sectores, quizá la gente discrimina más a las personas por ser pobres, por ser indígenas, ¿en este país discriminan a la gente por ser negros?

AL. Sí, mientras tengan más rasgos de piel oscura. Estábamos hablando con Nacho Pata, el músico, y nos contaba que una de sus hijas tiene sangre negra muy marcada. Sus abuelos son negros y ella ha sentido mucha discriminación –tiene 25 años–, en los últimos dos años ha dicho que es cubana o puertorriqueña porque siente que ha padecido esa discriminación.

En Puebla y Querétaro no tenemos población negra, punto final. En Querétaro llego a ver a alguien e inmediatamente digo: “Jugador de basquetbol contratado por las universidades”. Sí existe racismo, pero no lo vemos porque en Puebla y Querétaro no existe la población afromexicana.

ÓA. Te lo pregunto porque en este momento la situación en Haití es horrible y desde hace cinco o seis años tenemos una migración haitiana. En Monterrey, por ejemplo, notas que la gente que trabaja lavando los autos son haitianos. En la ciudad de México también hay una población haitiana muy fuerte, por eso te lo preguntaba: que si en México, ¿en lugar de discriminarlos estamos adoptándolos? Sería algo positivo.

AL. Yo creo que sí, pero no se ve porque tenemos poca población negra en proporción, pero siento que es la misma discriminación si no es que hasta peor. Por lo menos Querétaro es súper conservador. Hemos llegado mucha gente de fuera –porque yo soy de la Ciudad de México y tengo la mitad de la vida en Querétaro–, pero la gente muy queretana tiende a hacer esto: “Somos los blancos, los herederos de los españoles”. Y sí, siento muchísimo racismo.

En Querétaro pasa “La bestia” –el tren– y baja muchísima gente que se ha colgado de los trenes en América Latina, con rasgos más indígenas y más negros y hay muchísima discriminación, dicen: “En Querétaro no ocurrían asaltos porque no había inmigración”, lo que ocurre es que hay más gente con rasgos indígenas que de sangre negra.

ÓA. Creo que has logrado encontrar un tema para la literatura: las excepciones. En este caso para Puebla, Querétaro, Zacatecas en donde no encontramos negritud. A final de cuentas es una novela que habla sobre una de las minorías en México.

AL. Sí, exactamente. Dentro de la novela están las minorías como las que hablábamos de las mujeres en las ciudades coloniales –porque no somos minoría, pero ha habido esa pues esta dificultad para abrirse espacios. Los mulatos, que empezaban a ser minoría, pero la mayoría de los mexicanos tenemos la sangre mezclada. Los negros, que en el centro y en el bajío siguen siendo minorías.

No lo pensé en esos términos, creo que lo pensé mucho más en las dificultades de la vida femenina en la época que en términos de plantear los retos de las minorías, pero efectivamente, al menos con la parte de la negritud está presente. Es la primera vez que lo pienso ahora que me lo estás preguntando.

ÓA. Liliana Pedroza tiene un ejercicio muy interesante en sus clases: le pregunta sobre las mujeres escritoras que conocen y comienzan con Sor Juana y de ahí brincan a Elena Garro, y dejan fuera a todas las mujeres que están entre esos siglos, ¿qué ocurre con la omisión de las historias de las mujeres y que además están contadas por mujeres?

AL. Y a grandes escritoras que se han saltado en la historia. En Querétaro está pasando un fenómeno súper sorprendente, me parece de vanguardia: Tenemos un consejo literario queretano, que se formó hace tres años o cuatro años. Antes de eso hubo un encuentro que duró 10 años que se llamó “Lumbre entre las hojas” y que la poeta Martha Favila fue quien lo desarrolló junto con la Secretaría de Cultura del Estado y reunía puras mujeres. Ha sido todo un debate porque ya te imaginarás: “¿Por qué a esas mujeres se las llevan a los municipios, las publican, las invitan a presentar?” A mí me cuesta trabajo responder porque no hay un movimiento igual de hombres. Lo que Martha siempre respondía era: “Organícense, hombres”.

Y por otro lado tenemos a Dalia Larisa, directora del Consejo Literario Queretano; Yolanda Rubio Ceja, que es también una escritora más o menos conocida. En fin, somos un puñado de 20 mujeres que estamos leyéndonos entre nosotras, empujando nuestras carreras, ayudándonos muchísimos en las presentaciones. Un fenómeno interesante.

Tengo un puñado de seis amigas que dices “Qué maravilla realmente ser amigas”, porque son vínculos que van más allá de lo literario; qué fenómeno extraño porque no hay rivalidades –por lo menos entre estas seis.

Le llamamos “La otra red” y si te invitan a presentar algún lado le dices a la persona que te invitó: “Oye, tengo otra amiga escritora, ¿no te gustaría invitarla para una presentación posterior?” y se hacen unas cadenas de apoyo, de solidaridad. Creo que el contrapeso que estamos haciendo en Querétaro espero que esté pasando en otros estados. Eso va a lograr que esas escritoras del siglo XX no queden en el olvido, eso que estamos haciendo las del siglo XXI.

Es un fenómeno extraño. Hay que tener mucha entereza moral para no competir entre nosotras. La competencia tiene que ser contigo. Tu versión como mejor escritora exígetela tú, puedes guiar y apoya, pero en realidad lo que necesitas es hacer comunidad.


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