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Mi Patagonia, de Cristina Rascón. Foto de Luis J. L. Chigo

Por Luis J. L. Chigo

Puebla, México, 17 de marzo de 2020 (Neotraba)

En última instancia, si la literatura nos hace más hábiles cognitivamente, es cosa sin relevancia para mí. “Defiendo a la literatura porque me salvó la vida”. Esto último no es mío, me lo dijo Mauricio Bares el sábado, cuando visitó Puebla en compañía de Lilia Barajas y de su hijo Bruno, de quien me hice fan.

Los libros llegaron en el momento menos tolerante de mi existencia. Me levantaron, me sacudieron el polvo y aún hoy no sé si les puedo hacer justicia. No estaba solo, me dije cuando adolescente y leía La ciudad y los perros. “La literatura nos rescata porque desbarata el pensamiento de ser únicos en la tragedia” . Esto último lo dijo Lilia Barajas.

Muchos de mis libros, la peculiar presencia de una narrativa o discurso poético a mi alcance, llegaron como flotando a la cadena de carencias que represento. Cada libro rompe un eslabón. Sentimental, intelectual.

Me alegro de conocer a varios de mis héroes personales, personajes desenfadados con la hoja en blanco. Por mi lugar de nacimiento, por el lugar en donde vivo, por mi familia; mi destino era otro y logré huir. La pena me impide a dar las gracias.


Sirva la confesión anterior para decir lo siguiente. Mi Patagonia cruzó la solidez de mis días llenos de sueño, cuando, harto de escuchar en el metrobús a dos señoras hablar de los mariguanos subidos en las azoteas de sus casas, decidí comenzar su lectura. Cristina Rascón es un claro ejemplo de la coincidencia entre lo cotidiano y lo literario, la oportunidad de salvarse todos los días.

Hace apenas algunas semanas Franco Félix nos manifestaba que, contrario a lo creído, escribir es una tarea complicada. Fernando del Paso tardó diez años en llevar a cabo Noticias del imperio. El manuscrito fue extraviado en París y, sentado en una banca de la capital francesa, se dijo a sí mismo que todo estaba terminado.

Las páginas de Rascón transpiran justamente eso: un proceso de sanación basado en el esfuerzo de lo escrito, el dolor con el que fueron gestadas. El libro es un emblema emocional harto transparente. Pero también es un logro literario difícilmente categorizable. La lectura hace romper el estándar de su portada: crónicas.

Crónicas escritas en segunda persona; paisajes imaginables sin descripciones descabelladas; antesalas emocionales. Lo habido frente a nosotros al comenzar es precisamente esa diversidad de géneros literarios. Crónica, cuento, poesía. Crónica literaria o poesía cronicada. Como si el lector caminara a la orilla del mar –paisaje que inunda las tres primeras crónicas–, se percatará de cómo las palabras funcionan aquí como rumores: las sensaciones van y vienen, se difuminan en frases que al formar párrafos nos convocan a situaciones oníricas.

No podría ser de otra manera. El alcance de la experiencia religiosa en aquellos textos desarrollados en Brasil confunde al lector convencional como yo. Dioses caóticos, entregados de manera irrespetuosa a las fuerzas naturales, sin consideración por el bienestar de la figura humana. Pero, sobre todo, dioses embriagando personas. Dominan el sexo, los deseos. Y entonces –repito– oscilamos.

Oscila entre la geografía. Del mar abundante, del desborde de sus límites, pasamos a la pampa de Argentina, lugar sin aire y donde el sol devora la piel. La limpieza de los paisajes se traduce en una observación precisa del horizonte: siempre se quiere llegar a él y por ello se le presta mucha atención.

Cristina Rascón. Foto de Mónica Hammeken
Cristina Rascón. Foto de Mónica Hammeken

Mi Patagonia está escrito con la carne y con la sangre. Sus páginas transportan el duelo frente a la pérdida al borde o de un sol tropical o de uno desértico. Con los pies en la arena o al pie de una montaña, Rascón consolida una personalidad debatiéndose entre la derrota de la muerte y la convivencia sin temor a ella.

La narración comienza también a tener una fluidez distinta. La mujer regresando al origen sea quizá uno de los temas poco recurrentes en la literatura. Aquel cuerpo que al inicio se mostraba renuente a la ritualidad, comienza a tornarse consciente de sus formas al aceptar la multiplicidad de dioses. Abandonada al mar, en Axé, se fragua una secrecía entre la mujer y su identidad, así como el lugar de pertenencia. En la crónica mencionada, cuando el mar comienza a modelar la materia del cuerpo, nace una nueva mujer frente al mundo. Rascón lo ha escuchado a través de las voces locales y lo persigue.

En esta parte desarrollada en Brasil, se nos entrega un relato donde se hace gala de la transportación del lenguaje al mundo. En Mensagens de pé la autora crea frases a partir de las huellas de las aves en la playa. Dos huellas juntas significan observar. Huellas en círculo, jugar. Huellas alternadas, avanzar. La persecución del significado –Rascón dando brinquitos en la arena–, tiene su fin cuando, contraria a peces o aves, no puede hacer más que quedarse en la tierra. A mi parecer, construye aquí la definición de crónica para su libro:

Avanzar es igual a vivir es igual a escribir es igual a observarobservarobservar.

Mis ojos hacia el mar.

Mis ojos hacia la arena.

Página 60.

El paso a la pampa es más sofocante. El aire tropical queda atrás, se vuelve un oscuro remolino persiguiendo a la autora en la montaña. Nuevamente movida por los mitos locales, al tratar de subir una montaña, se lastimará la mano. Esta vez, acompañada de un grupo de amigas, la colectividad femenina se vuelve la protagonista.

Entonces, Mi Patagonia, no sólo es un libro con los confines del mundo como temática. Cuando los desenlaces se hilan a través de una cartografía como la sudamericana, los escritos comienzan a viajar desde Culiacán hasta el cono sur y viceversa. El mundo se reunifica en la superación de los muertos, cuyos agentes en la primer crónica –La muerte también cura– viajan sobre las corrientes de aire.

También los viajes aparecen no sólo de manera geográfica. Encontramos constantes referencias a la poesía de Fernando Pessoa, así como incrustaciones del portugués. Pero, algo valiente en él será la intimidad entregada por Cristina Rascón al lector. La capacidad de llevar algo tan personal a una persona desconocida, entregarle el pensamiento a flor de piel y las emociones correspondientes, componen su característica esencial.

Los duelos son también de todo tipo: el familiar fallecido, la relación amorosa recién terminada, las sociedades patriarcales totalmente iguales en cualquier latitud. Todo en este libro refiere a aquello deseado y por ende, prohibido. El ansia se trata con una paciencia impresionante: cada texto avanza con delicadeza sobre la tentación de romper de una vez por todas con la espera. Por ello la atmósfera de la nostalgia aparece en toda su extensión. Nos entrega así en la página 73 un corolario como pocos:

Desear: desejar: desechar. Elegir un horizonte es desechar otro.

Entonces, todo dará un vuelco. Cristina Rascón reta al lector y en la continuación de su lectura también deja indefenso a quien se acerque a sus páginas. Porque sabe, a la manera de un dios tropical, cómo apropiarse de la sangre y la carne del espectador.

Sin lugar a dudas, Mi Patagonia perseguirá al lector y por ello la recomendación de precavidos con su lectura. Su genialidad me abordó a mí durante un periodo de obcecación emocional. No obstante, es, también sin ninguna duda, un libro que transformará personas.

*Cristina Rascón es escritora, economista y traductora literaria. Algunos de sus títulos son En voz alta, publicado también en Nitro/Press, Hanami, Cuentráficos, entre otros.

Cristina Rascón, foto del Instituto Sinaloense de Cultura
Cristina Rascón, foto del Instituto Sinaloense de Cultura
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