El que mucho se despide
No conocí a Armando Palomas de antes. Puede que haya sido diferente. Quizá los excesos le han consumido la batería social. Ningún artista se debe a su público, se debe a su obra. Una crónica de Clars.
No conocí a Armando Palomas de antes. Puede que haya sido diferente. Quizá los excesos le han consumido la batería social. Ningún artista se debe a su público, se debe a su obra. Una crónica de Clars.
Por Clars
Todas las fotos son de The Newman
Monterrey, Nuevo León, 4 de julio de 2024 (Neotraba)
Lo trituró con sus manos. Resquicios de un disco virgen. Hilillo de sangre que se escurre entre sus dedos. Rastro de manchas hemáticas que conducen a la puerta de salida. Emputado. Si tú fueras él. Lo estarías también. De saber que ahora sí va la despedida. No verle más. Ni siquiera alcanzar a recibir un desdén de su parte. Un desaire. La escasa voluntad que le queda de sonreír o lidiar con la fanaticada. No firmas. No fotos. No dedicatorias.
No conocí al Armando de antes. Puede que haya sido diferente. Quizá los excesos le han consumido la batería social. Dos o tres malas experiencias. De algún o alguna aprovechada. Meros supuestos los que expongo aquí. Ningún artista se debe a su público, se debe a su obra. El público es consecuencia de la misma. Lo repite una y otra vez. Su mantra.
Sarta de diabólicos improperios. Arrojó al concreto unos cuantos pesos. Una edición especial. Escupió su coraje delante de su mujer. Se fue a casa. La espera nunca vale la pena. Recomiendo no conocer a tus ídolos. Van más allá de la decepción. Quizá lo mejor que le pasó fue no cruzar la puerta al improvisado camerino. No estrechar sus manos. La despedida fue perfecta. Emotivo concierto.
Reducir el material discográfico edición especial a meros añicos. Por odio. Iracundo. Le ha dotado de verdadero valor. Levantaste un trozo de ese disco. Lo metiste en tu bolso. Ahora es una real obra de arte que rinde homenaje al artista independiente que no se vende en ninguna de sus formas más allá de sus canciones. Un fan menos. O uno todavía más vehemente a la figura del cantautor que se niega a la interacción cercana con el público fuera de los escenarios.
Esta noche coincides por primera vez con la arcaica idea de no usar el dispositivo móvil. Has comprado una tarjeta de memoria para entregarla. No pretendes siquiera tener un respaldo. A la mierda el formato. Irrepetible o no. Te dispones a vivirlo. Ni siquiera tienes la disposición de proteger el recuerdo intacto en tu cabeza.
Aprendiste de la irreverencia sobre el escenario de Armando. Ha domado al público. No hay necesidad de insistir en NO USAR sus celulares. Nadie los usa. Ni siquiera se atreven a mirar la hora. Ni por error. El show transcurre de manera habitual. Salvo quienes piden a gritos una canción y terminan bateados por tal exigencia.
Han quedado expuestos. Orates. Impertinentes. Es parte del sazón de la noche. El show lo hace el público. Armando tiene razón. Se sabe provocador. Es experto. Les da en la mera pata de palo. De la que renguean.
Toco esa pero me salto la que sigue en el setlist. Les contesta Armando. Luego les da una probadita del intro de la canción siguiente. Proceden a guardar silencio. A continuar con la ya pactada naturalidad del show. Desenlace orgánico. Diría la chaviza.
Armando y “De Regreso al Burdel de la Soledad” acompañado de una banda de mujeres que han alternado ya en otros escenarios con referentes del rock mexicano.
La novedad de las chicas acompañando a Armando en el XV aniversario del álbum hizo sold out de la fecha de hoy. Muñeca. Le gritan a alguna. Armando les defiende de los chistes y piropos malos. Las muchachas están curadas de espanto. Traen colmillo y le aprenden al maestro. Se les resbala. Se disponen a disfrutar la velada. Negar dos o tres fotos. Una firma o un saludo.
Desde tu punto de vista te resulta incómodo para las dos partes. No eres una rockstar. Has estado un par de veces más bien del lado mortal. Odias fanear. Te pasó con Javier Corcobado la primera y única vez que lo viste hace unos nueve o diez años atrás. Esperaste horas por una firma pedorra en un libro que adquiriste. Bastante caro.
Pedorra es poco. Cualquiera pudo hacerla. Te da rabia. Ni que el Corco viviera aquí a la esquina. Vive a kilómetros. Con suerte lo volverías a ver. Total. Desde entonces no deseas conocer a tus ídolos. Mejor de lejos. El encanto se pierde con la cercanía ajena a sus personajes. Ama al personaje. Cásate con él. Nunca con el auténtico protagonista que porta la máscara. Acabas mal. En la nauseabunda existencia en que se regodea. Diferencias de convicciones o creencias. De lejos es mejor. El egoísmo palpable de sus personalidades ocultas. Brinca esa oportunidad siempre. Desaprovéchala.
Para el bochornoso y tajante “NO” existen los “managers”. Acostumbrados a la hostilidad. Uno que otro disfruta el poder y el dolor ajeno de quienes desaira. A mi me mandó a la verga Cerati. Dice el Tuna. Manager de Armando. Muy por encima escuchas la historia. No te sorprende que entonces tenga un talento bien arraigado en su conducta de alterar a gran escala el temperamento de los apasionados fans de Armando Palomas.
Beto es un pan de Dios. No se mete con nadie. Tiene la habilidad de mandar a la verga a la gente desde el lado más amable y humano posible. Beto es asistente y conductor. Odias que le digan chofer. Beto es un equilibrio en el viaje. Intuyes que Armando lo sabe. Le pasa los cigarros y le sirve el pisto mientras canta. Se mantiene a su lado. ¡Beeeeetoooo! le grita Armando a la exigencia de una breve bocanada de tabaco barato.
Es subjetivo el poco o mucho tiempo que consideras trabajaste y conviviste con ellos. A veces encuentras las diferencias entre Armando Palomas y Armando Jiménez. A veces de plano ya ni los reconoces. Incluso ya da igual. De la misma forma en que le crees todo. Le crees nada. A las personas aprendiste a creerles las acciones.
C Tangana dice “No les creo Nada”:
Yo no les creo nunca cuando hablan. No les creo cuando dicen que soy el mejor ni cuando dicen que soy el peor. Solo les creo cuando bailan, cuando ríen, cuando lloran… ahí no tienen forma de mentir.
Y hoy por poco le miras una lágrima. Sobre el escenario al entregar uno de sus mejores shows. Ahora sí la definitiva. Ya no hay retorno al acalorado, desgastado y maloliente bar que durante años fue punto de encuentro entre Armando y su público.
No hay ni excusa pa volver. Napoleón lleva haciendo despedida desde hace veinte años, mi gira duró un año y medio. Les dice Armando a los asistentes. Se aguanta las ganas de romper en llanto. Hoy por primera vez casi le creo.
Ha dejado emociones compactadas en los ecos eternos del lugar. Condenadas a vivir el enclaustramiento entre generaciones venideras. La música en pena. Historias desgarradoras de canciones en el limbo de este pequeño escenario. Nueva música, nuevas voces, nuevas y novedosas propuestas. Mejores o peores. No ha corrido una lágrima hoy de Armando Palomas. Eso les condena. Reprimió su llanto.
A sus pies cuatro amigos que se abrazan. Uno ha bebido demasiado y se ha quedado dormido. Era su oportunidad y le ganó el alcohol. Un hombre con su mujer. Ella se nota ligeramente aburrida. A él le percibes bastante triste. Unos weyes más atrás se paran, se abrazan, gritan y bailan. El más robusto se pone una cubeta de cheve en la cabeza. Grita desde adentro. Recio y hondo. Una mujer embarazada con su esposo. Armando la invita al escenario. Les canta. Les bendice. Armando quiere ser abuelo. Lo repite una y otra vez. Es por eso que se aleja. Del exceso, la vida pública y las malpasadas.
Previo a un show, un achaque. Crees que algo pasa. Pudo ser casualidad. Te hace más feliz conservar la idea de que Armando se sigue poniendo nervioso a pesar de los años. Que no deja de ser ajeno a las emociones antes de salir a cantar. Eso es mejor que pensar que realmente algo más serio y grave pasa con su salud.
Te mira entre la penumbra del lugar. Al subir. Saluda. Sabes que la noche entonces tendrá un exitoso desenlace. Así fue. De inicio a fin. La despedida. Abrazarle con gusto. Sientes ganas de llorar. Incluso desde antes. Escuchaste “Hasta el fondo del Zaguán” y te enojó reconocer que alguna vez una canción de Armando Palomas te pondría a llorar.
Conociste entre conciertos el efecto que causan sus canciones en su público. Derroche de dolor, felicidad, amor y pasión. Darle mate a la botella mientras suena “El último blues”. De bailar y quitarse la camisa en alguna pieza desenfrenada e improvisada al final del show.
Te quedas con una interminable lista de canciones que nunca le escuchaste en vivo. Una que otra atesorada en la memoria destartalada que posees. De esos momentos más Martha Higareda, diría Armando. De cuando te cantó una que otra rola después de algún show.
Quítense las pinches ansias, saquen el celular, graben. Les grita Armando. Y sin pensar lo hacen. Se atesoran un momento en el móvil. Pa la posteridad digital. Pal testigo de lo acontecido solamente. La emoción y esencia de la noche no tiene métodos tecnológicos para su preservación.
Se despide. Le persiguen los fanáticos. Chuy Mario, el ingeniero de audio, lo abraza. Está llorando, se sabe frágil. Yo estuve aquí desde la primera vez. Te dice. Te abraza. Sientes un revoltijo de emociones en el estómago. Puñaladas sin piedad al vientre. Una pesadez. A la vez un ligero respiro.
El pensamiento constante en tu cabeza del día uno hasta hoy: “disfruta el momento, no volverá”. Aprendiste a gozar de verdad. Lo bueno y lo malo. Los sinsabores de la rockstareada. Lidiar con temperamentos complicados. Diversos. Aguantarse las flatulencias y reconocer a sus dueños. Las miradas de hartazgo. De emoción y felicidad. Tristeza y nostalgia del largo andar y girar que traen encima. De lo poco que te tocó. Te dieron una oportunidad y aprendiste a la mala. Sobre la marcha. A los leones directo y sin escala. Miras al cielo, respiras y agradeces. Hiciste lo mejor que pudiste.
Te retiras. Le obligas a que se levante de su lugar. Pal abrazo indiferente de despedida. Como si de verdad existiera un volver a verse. Un hasta pronto. En tus adentros pides por no volver a verlo. De verdad quieres que cumpla su promesa. Dejar los escenarios. Ni rastro del hombre triste que bebe whisky, baila y canta para las almas rotas que van a verle.
Te quiero un chingo, le dices. Yo te amo, responde. Yo más. Insistes. Ella me ha hecho muchas de mis mejores fotos. Les asegura a las chicas que le acompañan. Haces como que no oyes. Das la media vuelta. Te alejas.
Por qué no. Tú no le crees nada. Le agradeces todo. Sí. Por ejemplo: Las grandes y pequeñas mentiras. Esas. Por mucho. Agradeces por encima de cualquier otra cosa. Sonríes.