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Ciudad de México, 17 de junio de 2024 (Neotraba)

Para Valentina y Sofía

I

Danita era una niña gordita, pachoncita. Amigajonadita como bolsa de Pan Bimbo hasta el cielo de calorías. Dulce como piloncillo de caña brava. Acomedida como hormiguita inmobiliaria. Escalifragilística y desoxirribonucleica como pregón de político en campaña.

Una tarde –con 39 grados a la sombra– mientras Danita alternaba sus juegos entre su ‘Casimerita’ y su perro Pug con cruza de Rottweiler, de pronto empezó a sonar repetidas veces el timbre de la casa. ¿Será algún cobrador?, pensó Danita. ¿Las señoras aleluyas con su libro negro y su paraguas en ristre? ¿La mamá de Kiko en busca de azúcar granulado? ¿El Chavo del Ocho en temporada de resurrección? Pues no: al asomarse a través del mosquitero metálico, observó que allá en la calle, del otro lado de la reja con figuras de mariposa y ojos de Salomón entrecerrados, se encontraba una señora en uniforme de gabardina color gris uranio (sombrero y chaleco), con una tablilla de anotaciones en la mano derecha y un paraguas rosa en la otra. Aunque Danita no era muy suspicaz, ‘¿sombrero y paraguas?’, caviló: ‘Aquí hay algo raro’. ‘Además, la nariz ganchuda y esos ojos hundidos en ojeras enormes no me dan muy buena espina’.

–Hola, niña. Los visitamos de Encuestas Todogratis, ¿puedes hablarle a alguno de tus papás, por favor?

–No tengo papá –responde la niña–, mi mamá está en el trabajo y mi abuelita que es quien me cuida, está en el baño.

–Bueno pues –concluyó la supuesta encuestadora–, en un rato regreso a ver si tu abuelita me puede atender y ya veremos.

II

‘Y ya veremos’. Tal expresión casi amenazante me sonó también muy rara.

Justo al terminar de oír aquella frase, me descubro volando por los aires sobre el tendido eléctrico y las copas de los árboles, arrebatada por una inmensa nube de flores de algodón / blancas como la nieve, pero que huele a azufre, cloro, amoníaco, o algo parecido.

Mi perro Pug con cruza de Rottweiler va conmigo. A mis pies se distingue diminuto, alejándose de prisa, el hogar familiar con sus bugambilias color azul turquesa, que a estas alturas ya extraño y valoro en demasía. A lo infinito se vislumbra magnífica, en vecindad de Dios, la sombra de un relámpago. Veo pasar vertiginosa una bola dorada que parece ser de Quidditch y tras ella un galope fulgurante de escobas amarillas –montadas por seres encasullados de filiación humana– que aparecen y desaparecen de forma intermitente sobre el manto celeste. ¿Miedo? Curiosamente, no sentí miedo. Más bien recordé la historia aquella del anciano escondido en su perfil de mago, en cuyo reino perdido entre efluvios de amapolas un globo mágico anulaba los peligros del vuelo repentino.

Lo que yo necesitaba, en todo caso, era un tornado para perderme como la chica de ese relato tan picudo, ¡bah! Pero aquí me tienen flotando en una cursi, devaluada y chocante nube de flores de algodón.

¡Un tornado! –me dije–, un tornado marca Acme, era lo que necesitaba para estar en sintonía con el tiempo medular y que la historia fluyera como río fantástico, y hubiera espantapájaros parlantes y hombres de hojalata de enmielado corazón y hechiceros que no ejecutan mayor sortilegio que el de encantar el mundo con palabras lisonjeras.

Pero viéndolo bien: prescindamos del tornado y hagamos que mejor asome un prestidigitador con su chistera apareciendo y desapareciendo objetos, conejos o palomas: un mago de verdad.

¿Pero para qué quiero un mago de verdad, si las brujas de cuento –como éste que les narro– prácticamente efectúan los mismos malabares? Ellas también provocan entuertos, arrebatan tranquilidades y pronuncian conjuros que alteran la realidad.

La tal encuestadora que hace poco tocó el timbre de mi casa, es, sin lugar a dudas, la bruja que ha provocado todo este borlote de flores de algodón y olores raros.

III

Se ha disipado ya la inoportuna, pestilente nube de flores de algodón. Sólo queda este sabor a incertidumbre y pasos que no encuentran su cauce. Me veo en ‘Quiensabedonde’, país perdido en los confines del tiempo y la memoria, frente a un sendero de árboles enormes que pareciera no tener fin. Múltiples, extrañas presencias, se levantan amenazantes –por inexplicables y absurdas, quizá– a ambos lados del camino interminable: hay Cigarras frotando su furiosa canción contra el Guardabarrancos que en términos zoológicos no existe, ya que ejerce una labor ajena, la del topo. Y el Sordogüis / sordogüis / sordogüis /, obsesivo pastor de los crepúsculos, cuya alharaca atardecida anula el sol todos los días. Y ese genial y enorme escarabajo, el Cornizuelo: de pronto sube a un árbol y no baja más: de su flojera van emergiendo ramas que sorpresivamente se convierten en tentáculos de cuernos florecidos. Y la Drágora: su relincho inverso hace que la arboleda explote en sahumerios de benjuí. Y el Chichiltote de alas multicolores y doble pico, que hamaquea sus crías en el alto madroño. Y la Iguana Dorada que únicamente porta su color por veinticuatro horas para convertirse después en un enorme lagartijo sin cresta, de piel salamandrina, que finalmente es asesinado por la luz del día. Y la más asombrosa ave de rapiña, predadora mordaz de los pantanos léxicos: el Pájaro-león de anca moteada.

IV

Y ese Pájaro-león (comedor de ranas estelares, parlanchín siempre oportuno que habla por los ojos) es quién me dice: ‘para encontrar el camino de regreso a tu hogar debes acudir con el Mago de Oxxo-gas que con su sola cercanía te librará del hechizo que te ha traído hasta este territorio suspendido en la nada. Él y no otro es quien transforma en vía de retorno los umbrales perdidos.

En los tiempos de hadas y princesas encantadas, el combustible de pasos, carruajes y voluntades en suspenso, eran los sueños, en estos tiempos de irremediable, densa, hiriente realidad, todo se mueve –hasta los sueños– con fétido y azufroso huachicol’.

‘Para encontrar una ruta de retorno seguro a tu preciado hogar deberás confiar tu travesía al Mago de Oxxo-gas: él te dará los pormenores del regreso. Sigue pues aquellas nubes amarillas de destello plomizo y el canto majestuoso del Cormorán Piroco de tierra adentro. El Cormorán Piroco, en su huida del océano se ha convertido por azar providente en la más confiable brújula de las rutas perdidas. Ambos entes del aire te conducirán hasta el lugar exacto en donde se encuentra el mago en cuestión: la colina ámbar frente al centro de abastos’.

‘Lo reconocerás porque está bajo un galpón de lámina fosforescente con el enorme anuncio: OXXO-GAS por tu dinero más. Lo verás manipulando un artilugio con forma de pistola curvada que inyecta combustible a los vehículos para lograr que lleguen a su feliz destino. Además, de sus manos chispeantes brotarán como por ensalmo ciertos utensilios de limpieza de cristales que provocan –mágicamente– que el mundo se vea diferente: límpido, alegre, esperanzador, lleno de esa luz cálida que es capaz de revelar de forma clara y precisa, las señales más propicias del camino.

Así como el Mago de Oz poseía un globo mágico para sobrevolar los sueños, el Mago de Oxxo-gas porta un paño prodigioso que calibra toda ruta, destierra los males del mundo y acicala el paisaje’.

V

Y aquí me tienen, cansada mental y físicamente por tamaña aventura, pero finalmente de regreso a casa, sana y salva. El Mago de Oxxo logró lo que para mí parecía ya imposible.

Juro por todas las criaturas maravillosas que encontré en el sendero interminable y sus orillas delirantes: por las cigarras y los guardabarrancos y los sordogüices y los cornizuelos y las drágoras humeantes de benjuí y los chichiltotes de doble pico y la iguana dorada que se convierte en salamandra y el Pájaro-león de anca moteada y el cormorán piroco que al huir del mar se vuelve guiño de salvación. Juro hasta por el mismísimo Mago de Oxxo que reencamina los pasos perdidos:

nunca más volveré a abrir ni por asomo la puerta de mi casa sin permiso de mis mayores, ni a cruzar palabras arriesgadas con ningún desconocido.

Recuerden muy bien, queridos hermanitos de ensueño: cualquier intruso / intrusa que ronde los muros de sus casas sin motivo aparente, con uniforme o sin él, con paraguas y surtidor de nubes raras o sin ellos, bien podría ser la misma bruja encuestífera que a mí me abismó en aquella hedionda nube de flores de algodón.


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