: digo,
Presentamos un fragmento de Impresos Bonita, novela de Javier Elizondo Granillo
Por Javier Elizondo Granillo
Ciudad de México, 30 de agosto de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
una historia: mentira, dos historias:
Un par de mujeres llegó –se acuerpó– a la casa. Buscaban al señor Ber. Aquí estoy, ¿qué necesitan? El par, todavía afuera de la casa, le dijo: mire: resulta que una piedra con la que vivimos pregunta por usted. Nosotras, no nosotras, en parte sí, bueno, nosotras con un hermano que tenemos compramos un edificio porque vamos a hacer ahí un templo. Y el edificio no sirve. O sea: pusimos el agua y no, se nos rompieron las tuberías; pusimos el gas y lo mismo; quisimos poner electricidad: lo mismo: todo –se– rompe. Ya no le queríamos mover (hasta la azotea nos hizo un pancho: colgamos unos trapitos y cuando subimos por ellos nada, se los llevó el viento). Ya el edificio lo íbamos a vender, ¿o no, hermana?
–Sí.
Pero nos llegó esto:
Así que el señor Ber miró el recado y le dijo que sí al par de mujeres.
Piedra: como me lo pediste, te ofrezco lo poco que tengo: mi música. Toco para ti para que tu fortuna sea mayor. Toco lo que sé tocar y ojo: a la vuelta de donde yo vivo, no de aquí, de donde yo vivo, alguien también toca, mejor, pero, piedra, tú, algo en esto que te voy a tocar a ti te, te dijo, como que te habló, ¿no? Ahí te va.
Así que el señor Ber comenzó a tocar el saxofón frente a la piedra y sufrió un rapto: ya, ahorita, pues, no recuerda lo que sucedió. Pero pero sí tiene una historia. Dos:
Los gitanos tocaron el timbre y la señora Bir atendió. Bebieron (obvio). En algún momento, uno de los gitanos –se llamaba Yh– se puso al piano que Ber y Bir tenían en la estancia: un piano de pared, chiquito. Yh tocó, esto dicen, un par de notas y ¡ah!
Todos se quedaron dormidos.
Incluso él. Eso es lo más bonito de la historia.
Porque al rato, como estaban dormidos, despertaron. La señora Bir así lo cuenta, lo contaba, siempre: despertamos. También él, el gitano. Desayunaron (obvio) y estas gentes, los gitanos, se fueron.
Ber dijo: la piedra, en serio, me raptó. Con su sax ¿qué otra cosa iba a hacer? Tocar. Había una lana, además. Un mes tenía que estarle tocando a la piedra y un mes estuvo tocándole a la piedra. Le preguntó, el señor Ber, a Di-s: Di-s, ¿hago bien? Di-s le dijo: sí, vas. Así que un mes, el señor Ber, su saxofón, lo poco que entendía, su cabeza, su cuerpo, no delgado pero curioso de lo breve que era, su ¿qué? Su comprensión, no ya, su imaginación, sus ojos también, de manera inexplicable, pequeños, también porque siempre hacía así: como que no veía pero sí veía, claro, sus ojos, el sueño al que no le era nada complicado acceder, es decir: el sueño de la noche, cuando uno se va a dormir: por eso, al final del rapto, él también decía: desperté.
Dos historias: quien se ría, pierde. Sobres.
La primera se trata de dos señoras que no son monjas, pero casi. La segunda se trata de una pareja de gitanos. Aparecen la señora Bir y el señor Ber.
Ya que lo único que me une a estas historias es la fe (porque no fui testigo; brincos diera), digo: