Por Óscar Alarcón
Alguna vez, platicando con Fernando Morales, cuando fue mi maestro en la facultad de Filosofía y Letras, me contó la anécdota que inspiró a la película Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, Francia, 2001), y resultó curiosa aunque un poco escatológica. Así que si ustedes son de gustos finos les recomiendo no continuar con esta lectura.
Resulta que uno de los que escribieron el guión gustaba de tener largas caminatas por París. Según cuenta el guionista —y Fernando Morales— la ciudad está llena de excremento de perro, hecho que le llevó a no quitar la mirada del piso, pues para no ensuciarse los zapatos tenía que estar muy al pendiente en dónde plantaba el pie.
Mantener la mirada en el piso —esquivando las minas de mierda que dejaban los perros— lo llevaron a darse cuenta de que la gente tiraba las fotografías que no le gustaban al salir de la caseta en donde se las tomaba —ya saben, esas máquinas donde uno deposita algunas monedas y se hace una tira de fotografías, en Puebla se ven cada vez con menos frecuencia—; anécdota de sobra conocida y que dio pie para escribir la historia que se relata en la cinta.
En columnas anteriores hablé un poco de los perros de algunos de mis amigos, hice a un lado el tema pues sentí que podría ser aburrido y que quizá a nadie le interesaría saber lo que cada semana hacía mi perro Bolo —rebautizado recientemente como Roman Bolansky—. Sin embargo, en estos días de vacaciones, tuve el tiempo suficiente para salir con él al Parque Juárez —parques como el que está en Puebla debe de haber muchos: un enorme monumento a don Benito y el resto del nombre es mera deducción—.
Y en mis caminatas matutinas me di cuenta de que el fenómeno que dio origen al guión de Amélie estaba ocurriendo en la ciudad de Puebla: caca en las banquetas alrededor del parque. Si han tenido la fortuna de ir muy de mañana, como a eso de las 7 u 8, se podrán percatar de que mucha gente va a correr en compañía de sus mascotas. Y si han ido a partir de las 4 de la tarde, seguramente han visto a la banda de perros que se reúne a jugar.
Espero que esta columna sirva para alentar a los dueños de los perros a que lleven bolsitas para recoger la popó de sus mascotas. O alguien terminará filmando la vida de una loca que sigue a un enajenado de las fotografías rotas en la ciudad de Puebla.
“… una loca que sigue a un enajenado de las fotografías rotas”
Jajaja, me gustó mucho esta entrada. No sabía esa anécdota, que interesante.
Ya sé. Eso de las bolsas neta en necesario. Qué bonito que salgas con Bolo a pasear, eso es muy lindo y siempre nos lo agradecen.