Ardores de primavera
Un cuento de Alejandro León en donde una mujer se enamora de una estrella de cine y ese amor se convierte en una experiencia lúbrica.
Un cuento de Alejandro León en donde una mujer se enamora de una estrella de cine y ese amor se convierte en una experiencia lúbrica.
Por Alejandro León
Puebla, México, 12 de enero de 2024 (Neotraba)
Fue un domingo, ahí lo conocí en medio del bullicio de la gente, llevaba un traje bellísimo, un traje ajustado que hacía resaltar su figura. Se cargaba unas nalgas… ¡Uff! nada más de acordarme me prendo, me derrito. No exagero, es todo un sueño el condenado. Estaba babeando y no podía despegar la mirada de la pantalla de los premios Oscar, siempre me habían parecido una entrega de estatuillas para reconocer a las películas más aburridas del año. No había nada que ver, era un domingo de echar hueva y llenarse la boca de botanas. Fíjese que no es nada fácil llevar un grupo de 30 pubertos, todos ellos creyéndose mejores que sus catedráticos, me gusta esa palabra “Catedráticos”, suena muy elegante. Trato de usar esas palabras cada vez que puedo, de esas letras finas y poco conocidas. Sabe algo, trato siempre de investigar palabras que desconozco para meterlas en mis conversaciones. Una vez en una fiesta del 10 de mayo utilice la palabra “Sempiterno”. En esa ocasión…
–Por favor no se desvíe del tema. Continúe con su declaración.
¡Ay, pues qué aguado! La cosa es que me enamoré, fue un flechazo inmediato, amor a primera vista, un amor a la antigua, toda una ilusión que parecía muy lejana. Me dediqué a ver videos en YouTube sobre él, mi morenito nalgón. Supe que había tenido una carrera exitosa como diseñador de moda, creaba atuendos exclusivos para la gala de los premios Oscar, para Cannes, para los BAFTA, para los Goya y los Globos de Oro. Esos son de los que me acuerdo de momento. Toda una eminencia en el buen vestir.
¿Qué si me obsesione con él? Cada noche pensaba en mi francesito Jérémie. Usted comprenderá, soy una catedrática rodeada de jóvenes que viven la etapa más pasional y exuberante de sus vidas se embulle en las pasiones joviales, ese bello sentimiento que te produce la satisfacción de la adolescencia. Aunque también llega el hartazgo de sentir que nunca harás algo por ellos, yo lo sé, hay muchos con una estupidez inigualable y para nada es un secreto que los adolescentes son odiosos, se sienten superiores al ver los reels de TikTok y decir que nosotros los guardianes de la educación somos los culpables de sus pendejadas, le creen a cualquier idiota que sale en sus videos.
Pero también hay momentos de asombro, me pasó cuando descubrí a mis alumnas besándose en el baño. La pasión se desbordaba y la más alta recorría sus manos por toda su espalda hasta llegar a sus glúteos. El camino de las manos era lo más delicioso, la importancia de las manos radica en el goce que nos trasmite el detectar la humedad de la piel y la suavidad o la rigidez del cuerpo. Las vi desvestirse y morderse las flores dulces, saborear el néctar que produce la serotonina al llegar al clímax. Lo envidiaba, lo necesitaba.
Es por eso que me dejé llevar por el previo, por la salivación que nos produce la preparación del sexo. Me contagié por la fiebre de la primavera. Una excitación que me hizo volver a sentirme bonita, la sensación que provocó en mi piel imaginarme a Jérémie recorrer sus tibias manos por todo mi cuerpo me dio una felicidad momentánea. Lo quería sentir siempre, la soledad es cabrona en un mundo urbanizado por la tendencia de lo inmediato y si algo me habían enseñado esas niñas en el baño, es que el placer se puede sentir en cualquier lugar y si hay un añadido de adrenalina el goce es superior. Hay una frase que escuché en algún lado, el peligro nos produce adrenalina y cuando más cerca de la muerte estás, más viva te sientes. Eso mismo es lo que hizo que mis vellos se erizaran todas las noches junto a mi francesito. ¡Jérémie, Jérémie, Jérémie! él me tocaba a través de mis dedos repletos de saliva, se hundía en mi sexo y gozaba imaginándome la escena de penetración mientras yo rasguñaba su espalda, lo tomaba y él me tomaba a mi uniéndonos en una mezcla de metales ardientes.
Decidí que no esperaría más noches, yo debía poseerlo a todas horas. No me importó pasar más de cuarenta minutos en el baño de la escuela, mucho menos me sentí responsable de brindarles unos cuantos minutos de clases a esos horribles pubertos. Ni lo notaban o quizá solo lo ignoraban para centrar sus energías en ver videos pendejos de influencers.
–Le pido, por favor, que omita algunos aspectos de su vida y se centre en el incidente.
¡Claro, hombre! ¡Para allá voy! Los demás días continué masturbándome con saña y exquisita malicia. Experimenté con juguetes que compré en la Sexshop, con paletas, frutas y verduras, que después de haberlos usado los cocinaba y devoraba en el nombre de mi amado Jérémie. El goce de devorarlo era mi adicción, era magnífico saber que el placer no está destinado para unos cuantos, sino que cualquiera lo puede experimentar en distintas etapas.
La mayor delicia que experimenté fue cuando en una visita en el Walmart, en el pasillo de salsas y aderezos vi la bandera de Francia, quería tenerte a toda costa, mi Jérémie. Tomé de la repisa varios frascos y botellas con nombres impronunciables, llegué a casa entusiasmada. En mi cama solamente se encontraba mi desnudez y los pedazos de Francia que vertía en las yemas de mis dedos. Lenta y delicadamente. Se convirtió en una tradición, comenzaba mi ritual.
Al principio sentí un poco de picazón y molestia que se fue transformando poco a poco en un placer exuberante y rítmico. Había ocasiones en las que soñaba con Jérémie recitando poemas del romanticismo francés al oído. Me llevaba a las grandes pasarelas y me diseñaba ropa que nunca compartía con esas lagartonas de las actrices de Hollywood. Él era todo lo que yo quería porque era un ser creado que había tomado mi realidad, ahí estaba él. Apareció en pequeñas figuras redondas y rojas que rodeaban mis labios vaginales y en mi clítoris. Me asusté y le pedí ayuda a la directora de la preparatoria donde daba clases. Ella ya me tenía en la mira por las ausencias tan prolongadas y constantes en el salón. Así que le dije sin tapujos que la situación de mis largas idas al baño eran consecuencia de una infección, ella tan amable me sugirió que visitara a su hermana, una de las mejores ginecólogas de Puebla según sus palabras. Me encantó la idea y agendé una cita para el 4 de junio. Lo único malo es que ya no podía vivir sin experimentar el gozo que me provocaba sumergir mis dedos en las salsas y recorrer mi cuerpo hasta llegar a mi sexo. Las pequeñas llagas ya eran parte de mí, una comunidad llena de vida que lograba hacerme explotar de placer con mi Jérémie.
El placer viene del dolor, ¿no? Del momento en el que vivimos y disfrutamos soñando en vida. Además, ya estaba hasta la madre de todo. Decidí retirarme de gustos fetichistas y no juzgue, usted debe de tener alguno por allí. Nadie es un santo en esta vida. Como dicen por ahí ¡quién tenga miedo de vivir que no nazca!
–Vaya al grano por favor.
Un día antes de la cita decidí ir a comprar a la Gran Bodega una botella de habanero, ya que las salsas francesas se me habían terminado y deseaba experimentar algo más fuerte y especial para mi última visita a Jérémie. Además de que las anteriores ya no me provocan los mismos orgasmos. Compré también una salsa que vendían exclusivamente ahí, la había visto en un canal de esos youtubers extranjeros que siempre se plantean retos estúpidos. También añadí salsa macha de la tortillería que quedaba en la esquina de mi casa.
Vertí las salsas en mi molcajete, olí la mezcla. Juro que me quemaba los vellos de la nariz, tuve miedo, pero imaginarme por última vez a mi querido Jérémie tomándome a través de mis propias extremidades causaban un éxtasis que lograba humectar y salivar como loca. Tomé el tejolote, no era la primera vez que lo usaba, esa rigidez me gustaba mucho, el dolor del placer era memorable.
Regué mi pócima exótica sobre mi cuerpo como lluvia primaveral. Lentamente tocándome las flores de mis pechos con la mano izquierda, con la derecha tocaba las yemas de mis dedos mis labios íntimos. El ardor del dolor me llenó de éxtasis que me provocó un orgasmo que explotó en mi ser culminando en un grito de satisfacción. ¿Habría siquiera la posibilidad de encontrármelo alguna vez? ¿Será la única manera de verlo y sentirlo?
Los roces de mi piel con piel eran un paraíso que solo mi francesito podía ofrecerme. ¡Jérémie!
Mis manos recorrían mi cara y mordía mis dedos humectados de felicidad. Tomé un sin fin de veces el tejolote paseándolo por todo mi cuerpo, el picante y la rigidez era lo que más viva me hacia sentir. Me montaba, él era mío y yo era suya, en esa noche y para siempre fundidos en los olores, la saliva y los flujos de nuestros cuerpos amargados. El placer no debe ser acaparado, no debe ser un mecanismo de control, debe ser libre y respetado como el fuego.
Esa noche bohemia se convirtió en un infierno, desperté cruda del sexo con los volcanes enormes en mi cuerpo, se habían esparcido como yerba en mí. Veía hormigas rojas caminando de arriba abajo, mi vulva era su nido. Quemaba como aceite caliente, me di un baño, me puse hielos y mostaza. No hubo mejora. Decidí irme al hospital lo más pronto posible. Pedí un Uber y llegué antes de mi cita. Le dije al recepcionista que me urgía atención, que la ginecóloga era una conocida mía y que me aceptaría sin más. Él me escaneó con la mirada y me pidió que me sentara, pero cómo hacerlo si traía un incendio en todo mi ser y en especial en mis nalgas. Volví a insistir al recepcionista que me urgía y el muy ojete simplemente me ignoraba. No pude más y le lancé unas cachetadas. Sabe lo que pasó después, el muy cabrón llamó a seguridad, entonces me hizo encabronar de verdad y tomé un extintor, se lo vacié en todo su cuerpo.
La ginecóloga llegó entre los guardias y yo me desvestí para que viera la gravedad de mi estado. Me tacharon de loca y la ginecóloga llamó a las enfermeras para que me tomaran de las piernas y las manos inyectando un sedante poderoso que me hizo sentir las cortinas de mis párpados pesados y caí en un sueño con el último vestigio de mi Jérémie.
¿No ve una injusticia ahí? Una viene de gravedad y no la quieren atender, de verdad que son unos ojetes. Justo quiero que anote la brutalidad con la que se me trató, me amarraron a esta cama como un animal. ¡Quiero demandar al hospital!
–Gracias por su colaboración, le estaremos notificando sobre la sentencia que tendrá.
¿Ya se va? Todavía no le cuento de la porquería de comida que aquí nos dan, esto es un trato inhumano ¡Oiga no se vaya! ¿Cuándo me darán de alta?
¡Pinche culero!