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Nuevo León, México, 9 de julio de 2024 (Neotraba)

En América Latina el rescate de los discursos culturales de los pueblos originarios ha tenido en los últimos años un importante avance en el sector editorial. Ya sea como recopilaciones de narraciones mitológicas, poemas, o novelas como la que Luis Sepúlveda mandó a la imprenta en 2016. Historia de un perro llamado Leal es una obra indigenista que se sustenta en la cosmovisión y la lengua mapuche. El autor, que se reconoce descendiente de la Gente de la tierra[1], describe en el prólogo titulado Dungu (palabras, en mapudungun[2]) que uno de sus sueños era contar una historia a los niños de la cultura asentada en la región de Araucania. La narración de la vida del perro Leal es la consumación de ese objetivo de vida.

La trama inicia con un perro pastor alemán siguiendo la pista de un joven mapuche, que unos sicarios chilenos intentan capturar para asesinarlo. El perro sigue el rastro en una montaña cubierta de nieve. “La manada de hombres tiene miedo. Lo sé porque soy un perro y el olor ácido del miedo me llega al olfato” (Sepúlveda, 13). Mientras avanza, el perro percibe olores que le resultan familiares pues el indígena al que persiguen los sicarios es miembro de la comunidad donde fue criado. El can lo comprende de inmediato y hace lo posible por confundir a los rastreadores y llevarlos lejos de su presa.

La novela no es un ejercicio narrativo lineal del tipo Ab Ovo. Al contrario, es una interesante trama que entrelaza tiempos distintos pues en la misma historia se conjugan cuadros descriptivos pertenecientes a dos épocas diferentes. Las constantes analépsis relatan fragmentos del pasado del perro, por eso sabemos que cuando era cachorro cayó de una bolsa donde lo transportaban a través de un paisaje de nieve, sabemos que lo rescató nawel, el jaguar de la montaña, y que ese animal fue a entregarlo, como un regalo, a una aldea de mapuches. Las ilustraciones en acuarela de Marta R. Gustems son bellas representaciones del discurso literario de Sepúlveda y ayudan a comprender el palimpsesto narrativo en el que se superponen el tiempo del cachorro con la noche donde el mismo perro, ya adulto, caza a su primer amigo. Una tragedia en todo significado del término.

Aunado a lo anterior, la obra merece la atención porque está escrita como un glosario de voces mapudungun. Incluso al final del libro hay un glosario con ciento veintidós palabras que se mencionan en los diez capítulos de la novela y que sostienen a la misma pues tienen un significado muy profundo para la conformación de la trama debido a que es difícil acercarse a la cosmovisión mapuche sin entender el vínculo que los une a la naturaleza y que está presente en su idioma.

Nunca sabremos dónde lo encontró nawel, el jaguar, ni qué ocurrió con su madre, pero sabemos que este cachorro ha sobrevivido al hambre y al frío de la montaña. Este cachorro ha demostrado lealtad con monwen, la vida, no ha cedido a la cómoda invitación de lakonn, la muerte, y por eso se llamará Afmau, que en nuestra lengua significa leal y fiel (Sepúlveda, 38).

Cuando es cachorro el perro Afmau tiene un amigo niño llamado Aukamañ que es el mapuche al que persigue en la edad adulta, obligado por los mismos sicarios que matan a Wenchulaf, el abuelo de Aukamañ, y que secuestran al perro frente al cadáver humeante del viejo; ahora necesitan asesinar al joven mapuche que amenaza la estabilidad de sus puntos de extracción maderera. La obra no es ingenua, aunque fue concebida para relatarse a niños. Luis Sepúlveda utiliza su discurso literario para dar voz a los pueblos desposeídos, a los indígenas ultrajados por intereses extractivistas que no tienen respeto ni por la vida ni por las leyes de los países donde se asientan.

Eso les está narrando Wenchulaf a los niños mapuches cuando es interrumpido por las voces de alarma que llegan desde las rukas. Un vehículo se acerca, se detiene, de él se baja una manada de hombres. Son wingkas, extraños, no son Gente de la Tierra, y llevan armas de matar.” (Sepúlveda, 53).

En América Latina el despojo de tierras a los pueblos indígenas es un hecho comprobado y con poca voluntad política para enmendarlo. Tan solo en México la cantidad de activistas asesinados por corporaciones a través de sicarios es alarmante. Veintiocho en 2021[3]. El desplazamiento forzoso y el asesinato sistémico de cualquier tipo de disidencia indígena es impulsado por los intereses económicos de las potencias. Mientras tanto, los gobiernos autodenominados del mundo desarrollado utilizan un discurso pluralista, pero en la práctica los hechos son muy diferentes. Tenemos el caso de Canadá y sus minas en México. Mientras el primer ministro Justin Trudeau presume de que su país migra a energías limpias y a una economía ética, en la práctica extractiva no es así. Sin embargo, ya sabemos cómo se las juegan los países industrializados para lavarse la cara de toda la basura que realizan en territorios del mundo en vías de desarrollo[4].

El jefe de la manada de Wingkas le enseña una hoja de papel y dice que en esa hoja de papel se ordena que la Gente de la Tierra abandone el poblado, sus casas, sus tierras, sus bosques, sus ríos, sus lagos, sus quebradas, sus frutos, su harina, su leche y su miel.

Wenchulaf responde que el suelo que pisan y todo lo que ven es del ngünemapu, y que la Gente de la Tierra no se irá, y agrega con una voz que nunca antes habíamos escuchado en él, muy diferente a la dulce y tranquila voz de sus narraciones y sus cánticos:

Hace mucho, mucho tiempo, vinieron wingkas del norte, de la pikun mapu, la tierra de la mala suerte, y luchamos, vencimos y los expulsamos. Luego vinieron wingkas de oeste, de la lafken mapu, la tierra de los espíritus del mal, ellos trajeron tu lengua wingka y tu dios, y luchamos, los vencimos, y los obligamos a aceptar la paz. Vete y di a tu longko que la Gente de la Tierra no se irá. (…) entonces el jefe de la manada de wingkas alza su arma de matar y la sangre de Wenchulaf escapa a raudales de su pecho y se une a la wallmapu. (Sepúlveda, 54)[5]

Cabe mencionar la diferencia cultural en la concepción de la naturaleza entre los mapuches y los wingkas[6]. Mientras para unos es importante pedir perdón y permiso a la tierra para realizar cualquier acto que altere el equilibrio del ecosistema (Afmau en alguna parte de la novela le pide perdón a un ratón por matarlo para comer)[7] para los otros, representantes de los intereses de la cultura capitalista-occidental, eso no tiene importancia y devastan árboles y tierras sin importarles la destrucción que dejan a su paso y de la cual los mapuches intentan defenderse y defender a la naturaleza, tal como los elfos y orcos en El señor de los anillos:

Los wingkas son seres de costumbres extrañas, no sienten gratitud hacia todo lo que hay. Al cortar el pan lo hacen sin agradecer al ngünemapu por ese alimento, y cuando sus bestias de metal talan el viejo bosque de siempre, no sienten el dolor de lemu, ni le piden perdón por lo que hacen (Sepúlveda, 59).

Lo que observa el perro es el pragmatismo capitalista que conduce a la extinción de especies animales, al calentamiento global y probablemente nos llevará a la extinción masiva de las especies que conforman la era geológica conocida como Antropoceno.

El perro se llama Afmau, leal a la vida, leal a los mapuches y a su amigo Aukamañ, un activista indígena por el que sacrifica su vida para salvarlo.

Luis Sepúlveda Calfucura fue un activista ecologista y miembro del partido comunista en su juventud. Por lo tanto, su libro Historia de un perro llamado Leal cuenta con la influencia de ambas vertientes de pensamiento, más el indigenismo que defiende como un orgullo heredado por su familia. Como Afmau, permaneció leal a sus ideales hasta su muerte acaecida en 2020.


[1] “nombre que conforman dos palabras unidas: “mapu”, que significa Tierra, y “che” gente, y cuya traducción correcta es “Gente de la Tierra”” (Sepúlveda, 11)

[2] Lengua mapuche

[3] EFE. https://www.efe.com/efe/america/sociedad/alarman-los-asesinatos-contra-defensores-ambientales-e-indigenas-en-mexico/20000013-4587490

[4] Dicen ser ejemplo de democracia sana. Cuando un político latinoamericano se reelige para mantenerse en el poder (por ejemplo, el caso de Nayib Bukele en El Salvador) lo acusan de tirano, dictador. Pero si es el líder de un país desarrollado los medios callan y ni pensar llamarlo dictador enquistado en el poder. ¿Cuántos años lleva Trudeau al frente de Canadá? ¿Cuántos periodos cumplió Angela Merkel al frente de Alemania? Con esto no afirmo que estoy a favor de las dictaduras en América Latina. Tan solo quiero demostrar el nivel de hipocresía que algunos países manejan a escala internacional.

[5] Los mapuches históricamente han sido un pueblo guerrero que no se deja intimidar por otros. Ni siquiera los españoles durante el siglo XVI lograron someterlos. Los indígenas quemaron dos veces la recién fundada ciudad de Santiago de Chile. Recomiendo leer la guerra del Arauco descrita por el poeta español Alonso de Ercilla en su magnífica epopeya La Araucana (1569)

[6] Mestizos chilenos o cualquier extranjero.

[7] “No me cuesta cazar a tunduku, el ratón de las montañas, lo degüello de un mordisco, pero antes de comérmelo recuerdo lo que aprendí de la Gente de la Tierra y gruño suavemente. “Así como che, el hombre, pide perdón a aliwen, el árbol, antes de talarlo, y a ufisa, la oveja, antes de quitarle la lana, yo te pido perdón, tunduku, por saciar mi hambre con tu cuerpo”. Como rápido, pero no más de lo necesario, y el cálido cuerpo de tunduku me entrega su calor y su energía. Lo que queda será un festín para ñamku, el aguilucho, y alguna vez, mientras éste vuele en el amplio cielo, tunduku se alimentará de sus huevos” (Sepúlveda, 33)


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