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Monterrey, Nuevo León, 5 de febrero de 2025 (Neotraba)

Las obras literarias postapocalípticas en la tercera década del siglo XXI abundan como nunca. Desde años antes de que se desatara la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2, las series de televisión, el cine, los libros de ficción, etc. se apropiaron del miedo epidemiológico; enarbolaron la bandera del fin de los tiempos, tanto con fines de entretenimiento como para generar reflexión sobre los hábitos de consumo de las sociedades contemporáneas y la fragilidad de la existencia humana en el mundo del libre mercado y la interdependencia entre los países que, como una red, nos cubre y nos atrapa a todos sin importar en qué continente se encuentre el receptor del arte del fin del mundo.

En este sentido la novela gráfica Rover Red Charlie (2014), escrita por Garth Ennis e ilustrada por Michael Dipascale, propone un escenario que a muchos podría resultar familiar: la extinción de la especie humana víctima de una pandemia. No obstante, la historia se sale del guion elaborado para películas de zombies porque los personajes protagónicos de esta novela no son Homo sapiens son Canis familiaris de distintas razas, que atestiguan la debacle de la humanidad producida por una extraña infección que obliga a los contagiados a comportarse de manera violenta y atacarse brutalmente los unos a los otros y, sobre todo, a ellos mismos con una saña tal que los conduce al suicidio.

A los humanos les escurre sangre por los ojos, la boca, los oídos y cualquier orificio corporal. La enfermedad pandémica que describe el libro tiene visos de tratarse del virus Ébola, pero una cepa más agresiva y de fácil contagio. Tanto, que en apenas unas horas la ciudad de Nueva York, de donde son oriundos los protagonistas, se consume en llamas. Los tres perros deben escapar para iniciar una aventura de supervivencia que los llevará a explorar su instinto salvaje, mermado por la adopción de los modales que los humanos les enseñaron.

Red, Rover y Charlie se ven obligados a cazar mientras observan un territorio estadounidense completamente vacío de humanos y arrastran esa desolación como una crítica, desde sus inocentes ojos, a la estupidez humana y las armas de autodestrucción masiva.

Si bien el libro no menciona que el virus fue una creación de laboratorio, los constantes escenarios de tecnología militar lo sugieren. Los perros, cuya inteligencia no es tan ágil como la de los gatos, caminan como cándidas criaturas en un mundo destruido por la enfermedad.

En la introducción que redactó Alan Moore para la novela gráfica se lee:

Innumerables autores, incluyendo a Ennis y al presente autor, han usado el fin del mundo como medio para estudiar a la humanidad al borde de la muerte, con la esperanza de brindar perspectivas más amplias sobre nuestra condición. Es claro que, con la humanidad notoriamente ausente en la mayor parte del relato, no es lo que Rover Red Charlie pretende. Aún más ambicioso es que nos permite presenciar el Armagedón a través de los ojos, oídos y olfato de una especie que no puede aspirar a comprender el gran espectáculo de extinción que está presenciando. (Ennis, 6)

Los perros son arrojados a una vorágine de salvajismo donde la supervivencia dependerá de sus aptitudes para entender las nuevas condiciones del medio en el que se desenvuelven. Una malinterpretación de la teoría evolucionista de Charles Darwin invita a creer a muchas personas que la supervivencia es del más fuerte. Craso error. Son los más aptos, no necesariamente los más fuertes, quienes sobreviven a la extinción masiva y replican sus genes en la próxima generación[1].

En el libro hay un ejemplo de la teoría darwinista con el personaje Hermann, un perro de pelea que hace las veces de antagonista en la historia. Profundamente denigrado por la decadencia humana, el perro Hermann deambula con un humano enloquecido y semidesnudo, el “chico caca”, a quien el perro obliga a lamerle su ano como consecuencia de lo aprendido en la industria pornográfica donde fue explotado para realizar escenas de zoofilia. El perro representa, en su carácter, los traumas y degradación al que los humanos someten a los animales domésticos y de granja que describe en toda su crueldad Franz-Olivier Giesbert en su libro Un animal es una persona (2014). El perro Hermann es víctima de las circunstancias que lo volvieron la bestia cruel y asesina que es:

Los alimentadores de Hermann no eran como los otros. Lo volvieron un perro de pelea. Lo golpeaban y mataban de hambre y luego lo golpeaban y mataban de hambre otra vez… y luego lo soltaban. Y cuando ganaba, como siempre lo hacía, Hermann era premiado. Por cada garganta le daban un bistec de Muu. Luego era volver a los golpes y al hambre. Así era su vida. Desde cachorro. Y otras veces había una cosa diferente que hacían… y Hermann lo daba y Hermann lo recibía, porque así era la vida de Hermann. (Ennis; Dipascale, 2020)

Hermann es el perro más fuerte y agresivo de la historia, pero al ser incapaz de superar sus traumas no logra adaptarse al medio y sucumbe. Por el contrario, Charlie, Red y Rover superan sus hábitos domésticos y paulatinamente se adaptan al terreno; su experiencia culmina con la camada que procrea Red con la hermosa perrita Sasha.

En esta novela los perros conocen especímenes como Hobby, el perro con el cerebro expuesto que contrajo la enfermedad, pero no desarrolla los síntomas humanos. También se encuentran con el perro militar cuya fidelidad, instinto canino, lo obliga a esperar la muerte en el lugar donde sus alimentadores le indicaron o Albert, el perro salchicha que sobrevive cerca de un autobús escolar. Todos ellos luchan por subsistir en un mundo cambiante. La novela gráfica plantea un único dilema: ¿cómo se recuperaría la vida silvestre sin la actividad humana? Una interesante reflexión propia del Antropoceno.


[1] El escenario de Rover Red Charlie tiene semejanzas con el planteado por el documental La Tierra sin humanos, de History Channel.


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