Hechizos y chispitas
En la amistad pueden converger situaciones inexplicables y despedidas aterradoras. Camila desarrolla este cuento con esa temática.
En la amistad pueden converger situaciones inexplicables y despedidas aterradoras. Camila desarrolla este cuento con esa temática.
Por Camila R. H.
Puebla, México, 21 de enero de 2022 [02:13 GMT-5] (Neotraba)
Las cortinas están abajo, tiñen la habitación de un color azul oscuro, como si la noche ya hubiese llegado. Alex duerme con las manos debajo de la almohada, el cuerpo completamente boca abajo y los labios entreabiertos. El cobertor de la cama se arruga cuando él mueve inquietamente las piernas, inmerso en su sueño de media tarde. Algo le impregna la sensación de urgencia, un claro: debo despertar ahora. No sabe por qué pero ya es muy tarde cuando toma una bocanada de aire, ambientándose en su propia habitación, despistado por la iluminación y por haber sido arrancado de su siesta.
Se pasa una mano por la nuca, sintiéndose extraño, sin espabilarse todavía. A su lado, la pantalla de su celular se ilumina con la llegada de una notificación. Debe recordar cómo se mueven sus músculos para poder responder.
“¿Estás despierto?”, pregunta Mat.
“Apenas”, responde. “¿Por qué?”, se da vuelta en la cama considerando la idea de ponerse en pie.
“Adivina qué”, recibe. “La nueva expansión de Magic acaba de ser anunciada por YouTube y es de lo mejor”, acompaña al mensaje una cara demasiado sonriente.
“¿No acabas de comprarte una expansión hace como dos semanas?”, inquiere.
“Eso es agua pasada, Alex”, contesta de inmediato. “¿Hoy vamos al parque?”, recibe un tirón en la cabeza que lo distrae por un instante, es similar a la sensación de haberse despertado sabiendo que algo estaba mal. “Si sí, dime ahora porque hace frío y yo no quiero enfermarme”, vuelve en sí para responderle a su molesto mejor amigo.
“Justo eso te iba a decir”, y acepta. “Te veo en diez. Ponte un suéter, anciano” y finalmente se levanta de la cama, se pone unos tenis para correr que no usa para correr y se ata las agujetas con mucha fuerza, como tiene el cabello hecho un desastre se cubre la cabeza con un gorro tejido (gracias a su abuela) y está listo para salir. Antes de marcharse vuelve a abrir la cortina, pensando en cómo su siesta merecía un poco más de tiempo.
Matías descansa contra el respaldo de una banca de metal, está helada y le enfría la espalda aún a través de su suéter invernal. Una corriente de aire pasa, no sólo desajustándole la bufanda, también dejándole ver a Alex, quien camina en su dirección con las manos en los bolsillos y los pies pesados. Como si estuviera cansado.
Se reacomoda la bufanda, haciéndole un nudo alrededor de su cuello. Alex se ríe al verlo, porque, uno: apenas van a dar las siete de la tarde; dos: esa bufanda fue un regalo de la abuela de Alex porque, para ella, Matías es una muy buena influencia; y tres: porque le hace gracia siempre.
—Hola, nerd —Alex se deja caer a su lado en la banca, el sonido de las patinetas al chocar con el concreto del parque les armoniza la tarde. Ninguno de ellos patina, son demasiado descoordinados como para hacerlo y nunca les han agradado los chicos que sí patinan. Demasiado punks, demasiado emos y demasiado fumadores. Alex no puede fumar, tiene asma—. ¿Por qué estamos hoy aquí reunidos? —bromea.
—Porque siempre estamos aquí reunidos.
—Buen punto —entrelaza sus dedos largos juntos. Alex es muy largo para ese mundo o, en su defecto, Matías es muy pequeño en comparación—. ¿Por qué ya estamos en Octubre? ¿No es como irreal?
—¿Irreal? ¿Quieres que te de la explicación de por qué el calendario funciona así? —se burla—. Y, ¿por qué importa? Sólo es un mes más.
—No, es octubre.
—¿Cuando te disfrazas de vampiro? Sí, es verdad.
—Quiero decir que ya —explica—. Demasiado tarde para sacarle provecho al año.
—Le sacaste provecho a tu año —se encoge de hombros—. Pasaste a tercero de prepa, Alex, deja de quejarte, ni que tuvieras cuarenta años.
—Pero estoy más cerca de tener cuarenta años.
—Obvio, así funciona el tiempo —Mati le golpea el brazo para llamarle la atención—. ¿Cómo está tu abuela? ¿No se enfermó el otro día?
—Ah, sí, ya está mejor, comimos puras cosas calientes esta semana, quería invitarte porque a ti sí te gusta el caldo de pollo —bromea—. Le dije que no porque eres un adicto a Magic y estabas muy ocupado apostándole tu casa a desconocidos.
—Cállate, te encanta hacerme lucir mal frente a tu abuelita y yo ni siquiera apuesto.
—Porque no tienes ni un peso —su amigo se quita el gorro, pasándose una mano por el cabello sin cuidado entre sus rizos largos. Se peina con desesperación—. ¿No te sientes extraño?
—No.
—Como si me estuvieran mirando fijamente.
Matías se ríe.
—Tú te crees muy guapo —se cruza de brazos—. Cálmate, tal vez sólo te va a dar gripa —Alex se echa hacia el frente—. Relájate, ¿no me dijiste que estabas viendo una nueva serie?
—¡Oh! Es verdad, no entiendo nada, Mat —la sonrisa le vuelve al rostro—. Como tú estás dentro de este mundo de seguro le sabes, aunque sea un poco. Mira —toma aire—, alguien llega a un mundo alterno lleno de cosas extrañas, como magia, y aparentemente todos a su alrededor saben quién es y qué debe hacer. Todos menos yo.
—¿Qué tipo de magia?
—Pues ya sabes —se ríe—. La de hechizos y chispitas.
—Uh, no mi tipo de magia —reniega, con las cejas agachadas. Matías tiene las cejas gruesas y oscuras, por lo cual siempre luce ligeramente enojado. El resto del tiempo, como no quiere verse intimidante (mide 1.65, Alex no considera esa posibilidad viable) se la pasa sonriendo como en comercial de pasta de dientes—. Oye, te sigues viendo del asco —y no miente, aparte de su usual cabello desordenado parece chupado de la cara, pálido y ojeroso. Una mala señal porque Alex duerme dieciséis horas al día.
—Sácate, estoy bien.
Una corriente de aire le pasa al lado de la oreja, Matías se retuerce cuando la siente, es como si alguien le estuviese susurrando al oído. Incómodo y escalofriante. Una sensación punzante de que algo está mal y debe resolverse. “Mentiroso”, afirma, aunque no tiene nada para probarlo.
—Tú eres el mentiroso —declara, también como si pudiera comprobarlo—. Tienes tu tonta cara de cuando le mientes a tus papás para obtener más cartas.
—Esa cara no existe.
—Sí —señala—, es esa —y hace una muy mala imitación de cómo se ve Mat en ese instante—. ¿Qué te pasa? ¿Cometiste un crimen? Porque entonces no quiero saberlo, ni ser tu cómplice. Ya estoy en la ruina de todas formas.
—¡No! Y ni estás en la ruina —lo empuja—. Déjame en paz.
—Entonces sí ocultas algo.
—Oh, de veras contigo.
—Mmm, ¿te le declaraste a alguien y te rechazó? Pero ¿a quién? ¿A Mari? Porque si sí, qué menso, a Mari le gusta Beto —parlotea, sobre todo para molestar—. ¿Mati?
—¿No te sientes raro?
—Oh, que sí —suelta el aire por la nariz—. Quién sabe, de seguro es porque ya se va a acabar el año.
—No tiene nada que ver, Alex —guardan silencio, porque no tienen nada más para decirse y porque Mati teme seguir hablando y luego ya no poder detenerse. Para dejar constancia, no se le declaró a María, María ni le gusta—. Me voy a mudar.
—¿Qué? —Alex voltea a verlo con una cara de terror horrible.
—¿Qué de qué? —se gana un ceño fruncido—. Hasta te pusiste pálido.
—¿Qué dijiste? —exige, indispuesto a seguir jugando el juego de tirar la piedra para luego esconder la mano—. ¿Te vas a mudar?
Matías abre los ojos como si un auto se hubiera saltado el semáforo rojo y avanzara directo hacia él. Una amenaza inevitable. “No”, dice, sobre todo para salvarse de esa conversación. “Sí”.
Como Alex lo está mirando puede percibir la mentira, pero más importante aún observa cómo ese “sí” no es pronunciado por sus labios, es algo que sólo sabe. Información flotando en el aire de su conversación, no es verbal y no existe en realidad. Pero es verdad, se siente como verdad. Se para, alejándose de Mati en la banca, quien preocupado estira la mano en su dirección para calmarlo.
—No me voy a mudar, todavía —aclara.
—¡Pero te vas a mudar!
—No deberías saberlo, ese es el punto —rezonga—. ¿Quién te dijo? ¿Fue Leo? Porque si te lo dijo, juro que voy a asesinarlo. Ese imbécil debería dejar de meterse en mis asuntos, ¿qué más le importa?
Alex se quita el gorro, perdiendo la paciencia.
—¡No! Sólo acabo de descubrirlo, lo escuché, ¿no lo sientes?
—¿Sentir qué?
—Como si te clavaran algo en la cabeza.
—Enloqueciste —afirma, poniéndose ansioso gracias al nerviosismo irradiando de su amigo.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —pregunta ahora, cambiando el objetivo de la conversación a cómo su amigo acaba de mentirle en toda la cara.
—Yo qué sé, esperaba el momento indicado, tal vez en Navidad o así —de nuevo, le está mintiendo y Alex vuelve a sentir como si le jalaran el cabello con fuerza, el cerebro entumecido al escuchar la respuesta honesta. La de verdad—. Porque me voy a mudar, Alex, y no quiero.
—Respuesta incorrecta —alega—. Es porque te vas a mudar y no quieres hacerlo —recita.
—Bien, esto definitivamente se puso raro. Yo no dije eso.
—Pero seguramente lo pensaste —mete las manos en los bolsillos, a la defensiva—. Pregúntame algo.
—¿Por qué estás enojado? ¿Tan enojado?
Alex considera esa pregunta un golpe bajo. Tomando en cuenta las recientes condiciones de su conversación, tiene todo el derecho de estar enojado, pero ciertamente no puede estar en ese grado de enfado y tampoco entiende por qué el sentimiento fue formándose poco a poco en su pecho desde que se despertó de su siesta. Como leche puesta a fuego lento, hirviendo con tranquilidad hasta llegar a desbordarse sin previo aviso. Regándose de la cacerola en un desastre espumoso e irremediable.
—Ah —pronuncia entre dientes—. Ya entendí el problema.
—¡¿Lo sentiste?! Eso no puede estar bien.
—Bueno, teóricamente, puedes saber todos mis secretos, ¿no? —ladea la cabeza—. Y no tenemos muchos secretos restantes.
—No es sólo si podemos saber cuando el otro miente, Mat, es que es intrusivo y que es malditamente extraño, ¿no? Como de película. Deberíamos resolverlo —toma la decisión sin consultar.
—Ni siquiera lo entendemos, genio —Matías se envuelve mejor en su bufanda, escondiendo la nariz—. Y deja de ignorar lo importante.
—¿Que te vas a mudar y no me lo habías dicho? No hay nada que decir al respecto —frunce el ceño, parado a cinco pasos de Matías, de pie y lejano—. Entonces, tenemos telepatía, ¿no? ¿Cómo se quita?
—¿Para qué quieres quitarla?
—¡De todas formas te vas a mudar!
—¿Ves? Sí te importa.
La tarde empieza a desaparecer a su alrededor y ni siquiera las patinetas persisten con su ruido sordo contra el suelo de cemento, Alex puede sentir los moscos zumbando inquietamente a su alrededor y cada vez está más cerca de perder los estribos. No debió levantarse de la siesta, no debió ir al parque y no debió descubrir la mentira de Matías. ¿Qué le queda?
No mucho, eso es claro. Alex dejó de preocuparse por con quién juntarse cuando cumplió 15 y todos sus compañeros se volvieron adolescentes hormonales y borrachos. Alex tiene asma, las fiestas claramente no son lo suyo. Incluso si lo fueran, iría a fiestas con Mati, lo cual acabaría, indiscutiblemente, en pasar ocho horas frente al Xbox de Matías jugando Halo o algo así de nerd. Porque son esa clase de chicos.
La clase de chicos que se junta con otros chicos de la misma clase. Y alrededor de sus quince cuadras sólo se tienen el uno al otro. Alex sólo tiene a Mati, al menos. Si él se va, le va a quedar como sustituto el homofóbico de Raúl. Inadmisible.
—Vete al infierno —suelta un suspiro, encorva su postura y se ríe frente a sus pocas opciones.
—Eso fue más breve que todo el discurso de tu cerebro poético —declara, burlándose a medias—. Y, oye, seremos amigos de internet.
—Matías, en serio cállate —le da la espalda cuando comienza a caminar—. Mi abuela va a hacer chocolate, muévete.
—¿Estás invitándome?
—Sólo porque así eres tú quien le va a decir a mi pobre abuela que te vas a ir a quién sabe a dónde —justifica—. Maldición, Mat, hasta cree que somos novios o algo así. Le vas a romper el corazón.
—Guácala —responde, Alex le avienta una piedra—. Lo digo porque nunca saldría contigo. Ni tú conmigo, tienes cara de ser un terrible novio, además.
—Lo dice Matías, a quien su novia dejó porque pasaba mucho tiempo interesado en las cartas.
—Magic es vida.
Alex se ríe.
—Es aterrador que digas eso completamente desde el corazón —se burla—. Lo sé porque ahora soy un polígrafo.
—Ni modos, así nos tocó.