Cuando se sube el muerto
Falta el aire y no se puede respirar. La piel se pone chinita. Cuando eso ocurre es porque tenemos a un muerto cerca. ¿Le ha pasado? De esto y de Tres Cruces de Alejandro Paniagua Anguiano trata la columna de esta semana.
Falta el aire y no se puede respirar. La piel se pone chinita. Cuando eso ocurre es porque tenemos a un muerto cerca. ¿Le ha pasado? De esto y de Tres Cruces de Alejandro Paniagua Anguiano trata la columna de esta semana.
Por Adriana Barba
Monterrey, Nuevo León, 16 de julio de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)
Como muchos de los eventos determinantes de la existencia,
tu relación cercana con la muerte comenzó con una pregunta.
Tres Cruces, Alejandro Paniagua Anguiano
En esa casa espantan. En una noche cualquiera y sin advertencia alguna la piel se te pone chinita, tratas de pensar rápido en una respuesta lógica a tu sentir y lo único que sientes es frío. Dicen que cuando pasa eso está un muerto al lado tuyo. Mejor quedarte quietito hasta que pase, dicen.
En los ranchos de Nuevo León, se aparecen lechuzas, a eso de las 3 a.m, cuando los señores están cantando a todo pulmón un cadetazo, algo así como:
Por ahí dice una leyenda que en el Rancho de Canales, se aparecen tres mujeres que en vida fueron rivales se dieron de puñaladas allá por los mezquitales.
Dicen, no me consta, que el ruido de las lechuzas que los merodea no los deja seguir con la siguiente estrofa y ellos enojados empiezan a mentar madres. Y ¡pues madres! Al otro día, una señora vestida de negro les toca la puerta y les pide la sal que en la noche le aventaron. Ya se imaginará el sustote que les pone.
Al escuchar esas historias tenebrosas de voz de mi abuelo paterno –quien nació en un rancho llamado Dr. González, Nuevo León– por mi cabeza pasaba la idea de que yo le tenía más miedo a las brujas que tenemos cerca, esas que se visten bonito y huelen a Carolina Herrera, pero con el corazón podrido por ver la felicidad ajena. Eso sí: a las lechuzas siempre mi mayor respeto.
Desde niña he sido bien miedosa, ni como negarlo y ruego al cielo estar siempre lejos de ese tipo de eventos que no tienen explicación. Han pasado muchos años desde que escuché una plática de alguien que “se le había subido el muerto” y el escalofrío lo sigo sintiendo.
El fin de semana pasado, después de terminar la novela Tres Cruces de Alejandro Paniagua Anguiano, me quedé muy sensible. Una se mete tanto en la novela, entiendes perfecto a los personajes que de repente sientes que te están hablando, o pasas por sitios donde ellos podrían vivir.
Cerca de casa –en un lugar sombrío– encontré la posible casa de Lúa, su protagonista. Me imaginaba perfecto los diálogos en aquel lugar, emocionada por encontrar esa casa tan parecida a lo que el autor nos describe en su novela, le pedí a mi novio que fuéramos a aquel lugar a grabar un pequeño video para insertar la voz de algún fragmento.
Todo iba bien: oscuro, solo, tenebroso; mientras mi novio grababa, yo cuidaba que nadie se acercara y arruinara el video. De repente, un ruido escalofriante hizo que la sangre se nos fuera al piso, parecía que a un lado de la casa saldría una persona. El sonido de una puerta de fierro fue claro, pero ni siquiera había una puerta. Sentí que me paralizaba pero corrí a la camioneta. “Pon los seguros”, escuché decir a un poblano que estaba tan asustado como yo.
Al manejar pensé ¿de qué servirían los seguros del coche para resguardarnos de algo que no es de este mundo?
Si se le puso la piel chinita como a mí, relájese, vaya a leer Tres Cruces y después platicamos.