El descapotable de Nancy Downs
Antonio León revisa a Nancy Downs (Fairuza Balk) del film "The Craft" (Jóvenes Brujas), y cuestiona lo bueno y lo malo del destino del personaje.
Antonio León revisa a Nancy Downs (Fairuza Balk) del film "The Craft" (Jóvenes Brujas), y cuestiona lo bueno y lo malo del destino del personaje.
Por Antonio León
Mexicali, Baja California, 29 de julio de 2020 [01:30 GMT-5] (Neotraba)
En The Craft, traducida para el público latino como Jóvenes Brujas, la historia nos cambió la imagen de pijamadas juveniles jugando al ¡Basta! por aquelarres de chicas junto a pilas de revistas Teen y veladoras de esencia de vainilla. Nancy era hija de la distraída Grace Downs y, a falta de padre, tuvo que convivir con el nuevo esposo de su madre, un nefasto hombre llamado Ray, de cuyo apellido no queremos acordarnos.
Ray era un tipo pedosjediondos y chichesdefuera, un roncador infame y un partidario del sofá a deshoras: un distinguido miembro de la Norteamérica white trash que tenía todas las cosas malas que un viejo lesbiano puede tener. Nancy lo detestaba y sus fans instantáneos también.
Fairuza Balk nació en 1974 (así es, dentro de cuatro años cumplirá el medio siglo) y debutó en el cine en el papel de Dorothy de Return to Oz, producida en 1985 por Disney. Su carrera se vio nutrida por papeles de joven rebelde e incomprendida, perpetuando esta idea en películas como American History X, Almost Famous y The Waterboy: todos ellos, filmes que parecían patrocinados por Hot Topic y las botas Dr. Martens.
Si nos ponemos cronológicos, el personaje de nuestra bruja favorita vino al mundo en algún momento de los primeros años ochenta y de ellos heredó el gusto por el labial intenso. Nancy Downs es una figura central en la danza melodramática del medioevo noventero, sobreviviente de Kurt Cobain y las camisas de franela. Este personaje, en la piel de la actriz Fairuza Balk, marcó la última parte de la adolescencia protoemo y postdarks de la Generación X.
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Hace un par de años vimos a Fairuza Balk como una atormentada adulta disfuncional en Ray Donovan, una de esas series con tufillo Film Noir que tanto gusta a las audiencias que procuran acción desmedida, pero con algo más que la dinámica de la madriza per se. Una especie de Juan Orol con presupuesto para los damnificados de Drive, del director Nicolas Winding Refn.
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Nancy Downs no admitía medias tintas, era partidaria de echar netas, gritar precios y bufar sabroso. Por alguna razón, se juntaba con tres anodinas de moral y culpa judeocristiana que, al final, no aguantaron el éxito en el mundo de la hechicería. Las Spice Girls góticas del pueblo le salieron bastante chafas.
Nancy se liberó del yugo familiar impuesto por un padrastro de mierda, pero se llevó a su madre, que era bien vaciada y fanática de la cantante Connie Francis, a darse la gran vida que, el ogro convertidor de alcohol en caca, nunca le pudo dar.
Nuestra querida bruja tuvo las cosas claras desde el principio y se mantuvo fiel a sus convicciones. Al ver que las amigas le pedían a Manón todopoderoso puras pendejaditas que bien pudieron conseguir en DAX, Bissu o Miniso, asumió el control a punta de hechizos pegajosos, vestuario de fan de Tim Burton y sobredosis de rímel y delineador.
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Los mustios responsables de la historia le hicieron a Nancy la misma gatada que al Acertijo y otros villanos fanáticos del poder desmesurado: le dieron un final mediocre porque no soportaban la idea de que el mal triunfara.
No me chinguen.
Ser abusada por el padrastro de gelatina de vísceras estaba bien, según la lógica de esta película. Y el mal era mandarlo todo por el caño para ser estupenda y viajar en un automóvil descapotable con las amigas a toda velocidad, con los temas de Portishead a todo volumen, con el viento en la melena de azabache en aquellos caminos a prueba de semáforos.
Los de la producción noventera se equivocaron igual que se equivocarían ahora: eso era el bien.