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Mujer trabajando en el café. Foto de Karina Pani
Mujer trabajando en el café. Foto de Karina Pani

Por Citlal Solano

Sierra Norte de Puebla, México, 09 de marzo de 2020 (Neotraba)

¿Qué es lo que mantiene firmes a las comunidades al defender sus territorios aun a costa de sus vidas? Es una pregunta latente para muchos investigadores. Para mí lo sigue siendo, aun cuando pareciera que todo me es más claro por vivir constantemente cercana a la comunidad, por caminar entre ellos y fraternar en sus reuniones.

En el último mes he podido recapitular parte de lo que sucede en los diversos escenarios de lucha, a lo largo de la Sierra Norte de Puebla. He tenido la oportunidad de toparme, sin saberlo y sin tener la intención previa, con personas que han defendido sus territorios, sus identidades y sus derechos, que con tanto valor y coraje lo siguen haciendo.

Pero, ¿qué representa en sí esta lucha, estas diversas luchas? Dependiendo de la formación, cada individuo da su postura al respecto. Sin embargo, si esta postura no se contrasta con la realidad que viven ellos, las y los marginados, las y los apartados y excluidos, entonces carece de criterio. Por más experto, académico, posgraduado que sea quien pretende comprender este contexto.

Las luchas de quienes viven acá no son contrastes de blanco y negro. Estas luchas se manifiestan como una gama de colores donde no existen fronteras entre unos y otros, donde los límites comienzan a borrarse o dibujarse según el contexto. El proceso es dinámico, es complejo y es caótico.

Mujer bordando, foto de Citlal Solano
Mujer bordando, foto de Citlal Solano

Voy a retomar una anécdota para aterrizar ciertos puntos resonantes en mi andar por la Sierra. No es más especial que el andar de otros, pero representa una mirada muy personal.

Hace unos años, cuando viví en una comunidad lejana de la sierra –a seis horas de la ciudad–, conocí la historia de ese lugar. Una historia que ya me habían podido contar por fragmentos, pero que me daba una idea un tanto general sobre cómo y con quién llegar.

Había leído previamente un libro sobre esa comunidad –”El paraíso perdido” le llamaban–, que llegó a mis manos no sé cómo. No lo compré, no lo pedí, de pronto lo tenía y fue como una guía general del lugar que, un mes después, iba a ser mi hogar por un año.

Fue un choque de dos culturas, dos dimensiones tremendamente contrastantes y con un recelo histórico que comprendí después.

En ese lugar se conserva la lengua originaria y su vestimenta tradicional. Aun hacen mangas con goma vegetal, un látex viscoso que al secarse vuelve impermeable la tela. Caminan como flotando, sin huaraches la mayoría, con unos pies moldeados extraordinariamente a su entorno y a su andar. Son unos pies amplios, anchos y expandidos, porque esas personas están más cerca de la tierra, han echado más raíces, sienten cada paso que dan.

Hablan tutunakú, que significa tres corazones, y sin duda son poseedores de un enorme corazón que parecieran tres. Sonríen y saludan aunque no hablen español, aunque seas un extraño, como yo.

En ese lugar comprendí el significado de la resistencia y la lucha constante. Entendí que las mujeres y los hombres viven como pueden, viven gracias a su historia. Transforman ese dolor del pasado en digna rebeldía y no se doblan por nada; son robles andando por las colinas, sembrando semillas y forjando la historia.

Leí mucho sobre este pueblo. Todas las tardes estando allá, subía a platicar con los jueces indígenas, con los líderes de las organizaciones. Con las mujeres en los talleres, con los comerciantes de los jueves o con personas que después se convirtieron en grandes amigos. Hablaba lo más que podía para ir armando un rompecabezas que parecía no tener bordes.

Después de algún tiempo todo fue más claro. Era un pueblo que había surgido de rebeliones, de luchas, de desplazamientos, de asesinatos y desapariciones. Entonces entendí todo ese coraje. Comprendí lo hermético de las reuniones, los roles organizativos y el papel de hombres y mujeres en sus luchas.

Cocinando, foto de Citlal Solano
Cocinando, foto de Citlal Solano

Constantemente había talleres de medicina tradicional. En las calles se hablaba de brujas, de parteras, de hechiceros y médicos tradicionales. Había talleres de bordado de fajas para el traje típico, venta de blusas y camisas, locales por todos lados. Era el más puro símbolo de resistencia frente a un mundo homogeneizante y voraz.

La iglesia se organizaba con las personas que defendían sus territorios. Iban a pueblos lejanos a divulgar e incitar a la rebeldía, a no dejarse dominar y moldear, a seguir siendo ese pueblo digno. Quienes estaban al frente por parte de la iglesia eran mujeres, tres sabias y fuertes mujeres que coordinaban y planeaban todo. Detrás de la organización principal, de sus líderes, estaban firmes sus compañeras de vida. En contacto siempre con la iglesia, amadrinando las luchas con una voz potente, una voz que no se quebraba ante el asesinato o la perdida de alguno de sus compañeros en manos de los grupos delictivos.

Mientras los hombres se reunían en los lugares de siempre, las mujeres aprovechaban espacios menos concurridos, más íntimos, para platicar y lidiar con los conflictos. Mientras en asambleas abiertas los hombres discutían en voz baja entre ellos, como respondiendo a una situación difícil, las mujeres se levantaban de sus asientos y les aterrizaban esas ideas. Se llevaban toda la atención. Ahí empezaban a organizarse.

En reuniones todos hablan al mismo tiempo. Así se entienden. Pero si la nana toma la palabra, todos se callan, todos escuchan atentos. Ella es la sabia, ella entiende a la naturaleza, ella trae vida siendo partera y alimenta esa vida con sus guisos y consejos.

La mujer es ese pilar central fundamental en la vida política organizativa en esta y muchas otras comunidades. Gracias a su sabiduría y sensibilidad se comprende la profundidad de la defensa del territorio: de la defensa de su vida y replicación de sus costumbres y tradiciones en los lugares que habitan.

El traje tradicional de la mujer representa el todo con ella. La mujer viste, porta y defiende el universo semántico en su traje, en su andar constante.

La faja representa el soporte y cuidado maternal. La falda es el hogar que protege y alimenta. Los bordados de la camisa son un lenguaje simbólico; cada animal expresa un sentir; cada rombo es una representación del universo, los 4 puntos que rigen la vida en la siembra.

Incluso los cerros que brindan agua son representados como femeninos, lo mismo que nacimientos de agua y pozos. La fertilidad de la tierra es, en esencia, una representación de la gestación del territorio. No es posible sin la expresión rotunda de la mujer.

El carácter originario de los pueblos se comprende con ese proceso de gestación e intervención de las mujeres dadoras de vida. Quizá no todas las comunidades lo interpretan con el mismo énfasis, pero sin duda, el carácter critico y sensible sobre la defensa del territorio, lo da la mujer.

Escena cotidiana, foto de Citlal Solano
Escena cotidiana, foto de Citlal Solano

¿Qué características tienen esas mujeres aguerridas que defienden la vida con sus vidas?

Esas mujeres son las que no son dignas de ser llamadas o convocadas en encuentros, congresos o simposios en las ciudades y con las estructuras epistemológicas actuales. Esas mujeres que han sido marginadas, ocultadas y minimizadas son las que dicen, “¡no quiero tu teoría!”, “¡no me incluyas en tus luchas porque no son las mías!”

Esas mujeres son las que sostienen la cultura del mundo. Son quienes, a pesar de las adversidades, reivindican lo que son sin etiquetarse, sin enfrascarse, lidiando y asimilando de manera constante sus realidades. No son ignorantes, no son sumisas, pero sus realidades les exigen otras urgencias.

Son estas mujeres que preguntan, “¿y ese paro de qué nos sirve cuando ya vivimos aisladas y resistiendo? Nosotras nos resignificamos todos los días, nuestra lucha es desde que amanece hasta que nos acostamos. Nosotras sí vivimos al día. Nos falta apoyo psicológico y nadie de la ciudad es que vaya a venir a dárnoslo con sus teorías. No le debemos nada a su lucha de papel”.

Cuando se alcanza a penetrar la susceptibilidad del origen de sus luchas, su constante confrontación consigo mismas, con la vida política o religiosa, a partir de “conocimiento válido”, lo único que se logra es borrarlas, ignorarlas y minimizar el monstruo con el que luchan constantemente.

Cocinando, foto de Citlal Solano
Cocinando, foto de Citlal Solano

“Nosotras no le debemos nada a su lucha de papel. Porque sí, aquí también nos matan, acá también nos desaparecen, también nos torturan, esclavizan y violan, pero y ¿qué hacen ellas [de la ciudad] para evidenciar lo que sucede aquí?”

En estos días –que parecieran ser los únicos válidos para reivindicar las luchas de las mujeres–, ellas, quienes pelean con fuerza su reconocimiento histórico, siguen siendo ignoradas, siguen siendo un relleno que sólo a veces sirve para los discursos más burdos.

Lo que para las mujeres serranas es una exigencia cotidiana, en estos días se convierte en un discurso carente y débil en las ciudades. Lo que genera tanto dolor para todas, en estos días se siente como molestia generalizada, gracias a una aparente institucionalización de la protesta, de la demanda.

¿Qué mensaje se les está mandando a estas mujeres cuando en los encabezados, en redes y radio se habla del feminismo? De un feminismo que no las incluye, que no habla ni aboga por su grandeza. ¿En qué parte de los distintos “feminismos” caben las mujeres rezagadas y desplazadas a la cola de la sociedad moderna que arremete con fuerza como una ola desbordándolo todo?

A veces parece que las mujeres de la sierra, las que están luchando hoy y que no van a parar mañana, siguen y seguirán solas. Pareciera que solo alcanzarán a ser vistas como esas mujeres grandes pero no partícipes, no importantes, para el “movimiento” que sólo secundariamente les da ciertos beneficios.

Aquí la gente no para por un día oficial, porque su día oficial es siempre. Su lucha es diaria y su resistencia tiene siglos.

Aquí las mujeres saben del feminismo, saben la historia –en parte. Conocen algunos de los logros que ha traído, pero les queda muy claro que nunca, que en ningún proceso histórico de la lucha de las mujeres, ellas han sido consideradas e incluidas.

Y bien, esas luchas abrumadoras que las opacan desde las ciudades y las instituciones para nada ocultan su fortaleza y furia al levantarse a defender su dignidad, sus territorios y la defensa de la vida. Aunque para ello deban de poner la suya.

Descansando. Foto de Fer Montero
Descansando. Foto de Fer Montero
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