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Puebla, México, 16 de abril de 2024 (Neotraba)

Platicar con Édgar A. Contreras es echarte unas cervezas y prepararte a escuchar referencias de buena literatura en México, sin dejar de lado al box. Vive en San Luis Río Colorado, un lugar de Sonora en el ultranorte del país. Es un hombre valiente y se nota, a leguas, que es un hombre de familia, que daría todo por defender a sus hijos. Autor de los libros de cuentos Los otros días y Dirty Silk, con su primera novela Dónde estabas tú obtiene el Premio Nacional de Novela «Ignacio Manuel Altamirano» 2022. Es uno de los más recientes integrantes de los Bad Hombres de Nitro Press. Nos echamos unos taquitos que resultaron un combinado de jabs y de uppers directo a la mandíbula.

1. Dónde estabas tú es un libro con una temática dolorosa, ¿lloraste al escribirlo?

    ¡Ámonos!, empezamos fuerte ajajjaja. Sí me pasó. Cuando escribía una de las escenas casi al final del libro, la que ocurre en el yonke –deshuesadero de autos– me quebré un par de veces, luego mientras lo corregía me sucedió alguna vez. Pero más que el llanto era un continuo choque con mis propios miedos, con mi propia historia, con mi relación con mi padre y a su vez la relación de mi madre con él. Es una historia más personal de lo que parece.

    2. Cuéntanos cómo es un día tranquilo y normal en San Luis Río Colorado, una ciudad en el ultranorte del país.

    Un punto importante es que contesto esta entrevista en abril. Que el calor aún no rebasa los 30 grados y la gente entiende estos meses como una tregua entre el calor infernal y el frío que te entume los pies.

    La gente aquí es muy chambeadora, en cuanto clarea –es un horario definido en el norte– puedes encontrar burritos en la esquina, albañiles comenzando la obra y una línea fronteriza vacía porque ya todos han cruzado hacia el filoso (field-campo) a ganarse el pan.El tráfico es relajado, las distancias cortas y la gente amablemente franca. Por la tarde alguien camina con un envase de caguama hacía la tienda luego de completar la jornada, otros comienzan a guardar sus puestos de comida, algunos más servimos de taxi a nuestros hijos y en medio de todo una bola de hijosdeputa reparten balas a diestra y siniestra peleando por algo que ni ellos se enteran qué es, estorbándonos la vida a los demás.

    3. ¿Qué es más difícil, escribir una novela que gane un concurso nacional o aguantarle 12 rounds a Julio César Chávez?

    Enfrentarte a JC Chávez te dejaría completamente destrozado. Primero machacaría tu hígado y de paso tus piernas con ganchos precisos y dolorosos, luego combinaría rectos y volados a la mandíbula esperando desconectarte y jugaría mentalmente contigo burlándose porque no puedes conectarlo… ahora que lo pienso, escribir una novela es también como una pelea a 12 rounds: te desgasta, te frustras, todo el tiempo corres el riesgo de terminar noqueado y sólo si eres lo suficientemente necio terminarás de pie hasta la última campanada. Ya el que gane algún premio es como ir a las tarjetas de los jueces, puede no gustarles tu estilo, puede no interesarles tu historia, puedes haber hecho un gran trabajo y aun así no ganar; pero puede también que logres conectar con ellos, que tu texto los sacuda y te den el fallo. Eso es muy chido. Pero luego, en un par de meses, debes volver al gimnasio a investigar porque otra historia se te ha metido en la cabeza y no entiendes bien la razón, pero vas a treparte al ring a que te peguen otra chinga.

    4. ¿Qué fue lo último que soñaste?

    En Puebla soñé que me quedaba dormido para una cita con un tal Óscar Alarcón, me desperté asustado y revisando el celular.

    10 taquitos con todo para llevar de Édgar A. Contreras
    10 taquitos con todo para llevar de Édgar A. Contreras

    5. ¿Cuáles son los mejores tacos del lugar donde vives?

    Ufff, quizá esta pregunta fue la que más me hizo pensar, ja ja ja ja. Los que me conocen pensarían que nombraría algún buen puesto de tacos de carnitas, que los hay, pero fíjate que hace no mucho abrieron un local muy pequeño cerca de mi casa, con paredes hechas de madera y todo muy rústico.

    La primera vez fui buscando unos burritos de cabeza de res que alguien me dijo eran muy buenos: cuando entré lo primero que vi detrás de las mesas y una pequeña barra donde ordenas tu comida, fue a cuatro mujeres y dos hombres haciendo una perfecta cadena en la que comenzaban de un lado preparando la harina, luego alguien amasaba y dos más paloteaban –extendían con un palo de madera las bolitas de harina– las tortillas y el último las cocía sobre un comal enorme calentado con brazas ardiendo de leña.

    Ahí la cosa ya pintaba muy bien, pero cuando esperaba por mi orden para llevarla a casa, una mano divina me acercó una tortilla recién salida del comal, la puso en mi mano y señaló con un movimiento de cuello un plato con mantequilla y una cuchara enterrada en ella como espada esperando al comensal indicado. La mantequilla apenas rozaba la tortilla, comenzaba a derretirse y entendías que era el momento de cerrar el taco y llevarlo hasta la boca. Esa combinación parecía deshacerse en tu paladar y convertirse en un hechizo de texturas y sabores.

    He ido un par de veces más y, en estricto apego a la verdad, esta nueva ocasión en que tomé la foto. Todas ellas con un café en la mano y mi mente esperando el momento en que otra mano gloriosa se extienda frente a mí y sobre ella un pedazo de cielo y trigo espere a ser untado con mantequilla. A propósito, los burritos de cabeza de res no están nada mal tampoco.

    10 taquitos con mantequilla de Édgar A. Contreras
    10 taquitos con mantequilla de Édgar A. Contreras

    6. ¿Te pegaron alguna vez con la chancla?

    Aunque creo haberlo merecido en más de una ocasión mis padres jamás me pegaron. Y mira que criaron a cuatro pelados y cuatro morras que seguro lo merecíamos. Pero sí recuerdo muy claro alguna vez que llegué a casa con un reporte de la escuela, no tengo claro por qué, pero debió ser por ahí de cuarto o quinto de primaria. Durante toda la comida esperé a que decidieran mi castigo. Después de un rato mi padre me mandó llamar a la sala. Me esperaba sentado en su sillón de siempre, tranquilo como era él. No creo que aquello durara más de media hora, pero desde que me dijo: “¿qué pasó ahí, gallo?”, me doblé y no dejé de llorar durante todo el tiempo que Don Pancho me hablaba tranquilamente, porque eso fue, un monólogo tranquilo que recuerdo con agua en los ojos y una tarde que caía. Sentí que le había fallado al viejo; imagínate cómo me marcó eso que es fecha que la escena está muy clara en mis recuerdos.

    7. ¿Alguna vez has visto a un fantasma?, ¿cómo fue?

    Aunque tuve mi época paranormal, no suelo creer en esas cosas. Cuando era niño en el departamento justo debajo de mi casa todos los que ahí vivieron contaban que en las noches se escuchaba cómo alguien soltaba muchas canicas al suelo y estas rebotaban hasta apagar su ruido. Luego en la segunda casa que habitamos mi esposa, mi niño y yo –que es de una tía política– nos advirtieron que un niño de camiseta blanca y short rojo, que había fallecido atropellado a unos metros de ahí, se le veía caminando por las habitaciones frecuentemente.

    La verdad en ninguno de los dos casos cuando estuve ahí vi ni escuché nada. Incluso los huéspedes que llegaron después de nosotros nos contaron que por las noches sentían que alguien se sentaba a la orilla de su cama. Aún estoy esperando que algún hecho en específico dé sentido a todo y entienda que en realidad el fantasma siempre fui yo; lo que significaría que todos ustedes también lo son. ¡Échate ese trompo a la uña, Juan Rulfo!

    8. Cuéntanos una travesura de tu niñez.

    De niño fui bastante tranquilo, pero recuerdo una tarde en que mis carnales –que en realidad son mis sobrinos, pero nos criamos juntos y los quiero un chingo– y yo nos moríamos de calor. Aun vivíamos en el entonces deefe. En la azotea de la casa de mis padres había un pequeño cuarto en el que el techo tenía unas vistas ideales para retener el agua que subimos por una escalera, en una bien organizada cadena humana desde el lavadero que quedaba justo abajo. Tardamos bastante en llenar el pequeño techo, creo que mucho más de lo que esperábamos, pero en cuanto quedó lleno nos recostamos a refrescarnos y tomar los rayos de sol que el smog dejaba pasar. Luego decidimos tendernos un rato en los lazos que servían para secar la ropa, no quiero imaginar la risa de algún vecino que vio a los tres mensos que “pendían” de los tendederos esperando que el aire hiciera lo suyo.

    El crimen no paga. Nadie nos avisó que el techo tenía grietas y jamás creímos que esa fuera la razón de que nos demorara tanto llenar la pequeña azotea. No pasó demasiado tiempo antes que mi madre subiera a buscar algo “importante” que mi padre guardaba en ese cuarto y encontrara una alberca más profunda dentro y a tres babosos secando al sol un poco más adelante. No sé cómo sobrevivimos a eso, quizá no lo hicimos y de ahí mi teoría de la pregunta anterior.

    9. Si te encontraras con un extraterrestre, ¿qué le dirías?

    Aunque pudiera decirle algo no creo que él, ella, o eso lograra entenderme si viene de la fiesta con Elma Correa y Franco Félix jajajaja (échenle ojo a sus entrevistas para entender la referencia).

    10. Si no fueras escritor, ¿a qué te hubiera gustado dedicarte?

    No sé si ese mote de escritor me venga bien. La verdad siempre me he sentido incómodo cuando por casualidad me llaman así. De niño quería ser futbolista, luego boxeador, pero para eso se requiere que en el futuro no te busquen para una entrevista que se llame “10 taquitos con todo para llevar” ajjaja. Creo que la pasión por los libros y las historias complementan muy chido a la docencia, y la docencia combinada con los libros me ha acercado a hacer lo que me gusta; no siempre dentro de las escuelas: a veces en algún centro de readaptación, a veces en algún taller, otras en alguna prepa o uni. Pero si por alguna razón no pudiera escribir, me gustaría estar siempre cerca de los chavos, escucharlos y aprender de ellos cómo es este cotorreo de la vida.


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