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Por Saúl Telpalo

Pachuca, Hidalgo, 03 de octubre de 2020 [13:37 GMT-5] (Neotraba)

Nacido el 3 de octubre de 1900, hace 120 años, Thomas Wolfe es una autor a quien el tiempo no le fue favorable. El joven de Asheville, Estados Unidos, considerado en su momento como uno de los escritores más importantes del siglo, ahora parece olvidado cuando se habla de los autores de su generación. Quizá se deba a su temprana muerte, con tan sólo 38 años; o a la extensión de sus textos y lo pesado de su lectura, a comparación de narraciones actuales; o tal vez Wolfe estaría de acuerdo con esto y su olvido sólo se deba a uno de esos curiosos giros en los que se desenvuelve el destino de un hombre.

Wolfe vivió toda su niñez en Asheville. Su carácter lo hizo siempre sentirse insatisfecho con el ritmo de vida que este lugar le ofrecía y añoraba con creces las ciudades del norte y sus oportunidades. A los 17 años, marcado por la muerte de su hermano Benjamín, plantea a su madre el interés de estudiar en Harvard y parte al norte decidido a no volver jamás.

Durante los siguientes años se dedica de lleno a la escritura. Tiene un periodo de fracaso personal al no destacar mucho como dramaturgo y entonces decide guiar su talento hacia la novela. Es así que años más tarde su primer manuscrito de nombre Oh perdido llega a manos del prestigioso Maxwell Perkins, editor responsable de llevar a la luz a otros grandes como Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. Lo anterior gracias a la intervención de Aline Bernstein.

Portada de El Ángel que nos mira, de Thomas Wolfe
Portada de El Ángel que nos mira, de Thomas Wolfe

Perkins se encargó de transformar aquel extenso manuscrito del joven Wolfe en lo que ahora conocemos como El ángel que nos mira (1929),su primera obra. A partir de ahí, los esfuerzos de Wolfe fueron bien recompensados y, si bien su primer libro tuvo una recepción grata, será su segunda obra Del tiempo y el rio (1935) la que lo cimenta como uno de los escritores más importantes de esos años y le da el éxito con el que tanto había soñado. Un éxito que tristemente disfrutó poco tiempo, pues falleció el 15 de septiembre de 1938.

En general, adentrarse en la obra de Wolfe es adentrarse en su vida. Mirar a aquel menor de 6 hermanos, su descubrimiento de un misterioso amor por las letras, su aventura en un largo viaje al norte en busca de aquella tierra de sus sueños en la que planea encontrarse, inspirado por lo que él mismo llamaba la furia de su juventud.

No será extraño imaginar entonces el gran revuelo que su obra ocasionó tras publicarse: muchas personas de su pueblo natal se sintieron agredidas al encontrarse dentro de sus letras, algunas incluso lo amenazaron de muerte por ello. Wolfe se vio en la obligación de calmar el asunto con una breve explicación en la introducción de su texto, donde nos dice:

“[…] nosotros somos la suma de todos los momentos de nuestras vidas; todo lo nuestro está en ellos: no podemos eludirlo ni ocultarlo. Si el escritor ha empleado la arcilla de su vida para crear su libro, no ha hecho más que emplear lo que todos los hombres deben usar, lo que nadie puede dejar de usar.”

Wolfe. El ángel que nos mira, p. 8
Portada de Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe.
Portada de Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe.

Y es que no se encontrará nunca en sus letras algún mundo fantástico o algún artificio de ficción para ayudarnos a huir del mundo. En un sentido amplio, la obra de Wolfe es una búsqueda: una búsqueda personal por el sentido de la vida. No se encontrarán en ellas las grandes aventuras, sino los más mínimos detalles de la vida de un hombre como cualquier otro, adornados por una prosa completamente poética.

Pero ésto que aleja a algunos, será justamente lo más atrayente para otros. El repaso que Wolfe hace sobre su vida, el drama que marca el camino de todos sus años, es un drama que aún existe en las personas. Es el drama de mirar a nuestra existencia, de ver cada momento y preguntarnos el sentido de los mismos; es el drama de las pequeñas victorias y del sentimiento de fracaso. Wolfe da un repaso a su vida, no por una acción de un ego enorme, sino para mirar que cada paso, cada roca, cada hoja y cada puerta que nunca encontraremos, forma lo que somos y lo que hemos sido. De eso se trataría la obra de este autor olvidado.

Yo soy —pensaba él— parte de todo lo que he tocado y que me ha tocado, lo cual, no teniendo para mí más existencia que la que le di, se convirtió en algo diferente al mezclarse con lo que yo era entonces, y ahora es de nuevo diferente al fundirse con lo que soy ahora, lo cual es a su vez una acumulación de todo lo que he sido. ¿Por qué aquí? ¿Por qué allí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué entonces?

Wolfe. El ángel que nos mira, p. 239

REFERENCIAS:

Wolfe, Thomas. (1929) El ángel que nos mira. Barcelona: Ciudad de Libros.

Wolfe, Thomas. (1935) Del tiempo y el río. Barcelona: Ciudad de Libros.


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