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Ciudad de México, 21 de octubre de 2024

I
POEMA CURSI PARA UNA MUÑECA INFLABLE

Mi bella curvilínea,

estoy dispuesto a confesar todos los nombres

que han pasado por tu acta de fetiche:

porque has sido Sofía,

Marilyn,

Raquel,

Claudia,

Rossana

o cualquier nombre

que necesariamente

lleve una diosa oculta en el corsé.

Aquí estoy pronunciándote,

bordando en el silbido

(que te apaga las noches y me apaga)

la dulce oscuridad

orificial,

redonda

como ese guiño cómplice de todas las mujeres

que asoman en tu boca.

Eres siempre tan fría,

mi dama metafórica,

mi baratija china,

mi acrílico indomable.

Sobre todo en las noches de Diciembre

con cuatro bajo cero

hay que ver como calan en mi cuerpo

esos muslos de luna envenenada.

Más es por tu silencio que te prefiero a muchas:

siempre tan comprensiva,

con una mudez nueva cada día.

Mi cuerpo es el sagrario

del eco taciturno de tus óes profundas.

El amor,

esa deidad huraña que Segovia cantaba,

se encuentra en ti

en materia de luz enajenada.

La mujer–carne–hueso

carga siempre el amor como chantaje

para usarlo de pronto

en contra tuya

y extenderlo las veces necesarias

en tu lecho durmiente de sombras y vacío,

y decirte: ese eras,

nunca más,

eres nada.

Resucita ese amor –dice–

para que hable mi cuerpo

de nuevo con tu música.

El cielo a veces canta

con un rumor tan suave

que debemos callarnos

y silenciar el alma para no interrumpirlo.

Eso eres tú:

el silencio,

el alma más callada,

la inmóvil cercanía de la mujer ausente

que no reclama gasto,

que no pide caricias ni besos a deshoras.

Y cuando todas gimen

por un amor fingido que no tiene remedio

tú estoicamente observas la arenilla que cae

desde el techo

sobre mi suelo falso.

Esa eres tú también: la falsedad más suave,

el frío sortilegio

que sostiene mi realidad marchita.

Por eso te procuro:

te baño con jabones de Oyamel,

te ungüento con aceites aromáticos de las más finas marcas,

acicalo tus trenzas de petate con la delicadeza de un suicida.

Mi fría curvilínea,

alójame en tu boca,

muérdeme

con el caucho ventral de tu saliva,

nómbrame con la circuncisión de tu evangelio

mudo,

múdame a tu mudez:

y déjame venir

cuando haga falta.

II
EL CHALECO DE ONÁN

Me estaba construyendo una chamarra

con olanes de ‘polvo enamorado’:

lo hacía con solícito cuidado

como si de una joya se tratara.

Alguien dijo al descubrirme artero:

deja ya tu terrible confección

e interrumpí mi corte en la intención

de agregar un pespunte soflamero.

Me sentí en el paréntesis matrero

de unas piernas azules y en el centro

aquel ojo que mira para adentro

escupiendo cerumen venidero.

Mientras le pongo barbas a un chaleco

descubro que Onán fue tamaulipeco.

III
BOTONES PARA CHAQUETA

Los sabedores dicen

que lo mejor es un bistec diezmillo

corto en grasa

(doscientos pesos kilo)

aderezado con polvos de eucalipto.

O a palma limpia

con el puño mirando hacia el poniente

tratar la ejecución del trote inverso.

O esa zurda burlona

–untada en Vapo Rub–

que para nada sirve

salvo sostener algún clavo

sobre un muro

con el riesgo implícito

de acabar con la uña supurante

bajo las inclemencias del martillo.

Los chambelanes

de correctísima entrepierna

aconsejan esperar

en el tren de horas cansadas

un sueño húmedo

después de media hora

de sesión intensiva del Play Boy

o cualquier papeleta nalgocéntrica.

Pero lo culiabsuelto

lo fuera de este mundo

es untarle los labios

a tu muñeca inflable made in China

con mermelada de guanábana

mientras contemplas

con los ojos en éxtasis

la ordeña especular

de la vía láctea.

IV
DILDO

Consuélate dildo

al centro del vaivén

eje sin evidencia

en envés de su ronda.

Dama:

la culpa no procede

mientras haya calambres

en el tris femoral.

Estírate con precisa cautela

al sopesar la imagen

que redunda redonda

de índice palmario.

“Coyote cojo in res derelictae”:

emblema / insignia

que concentra toda lucubración

más allá del vínculo fisgón

sin perentorio acceso.

Cuídate:

no dejes ver la puerta que te esconde

el cristal que te rompe con su azogue perfecto:

tras la imagen sicalíptica

habrá siempre un dedo

señalante y otro

que actúa de opúsculo:

cabálgate

bajo tal cielo uncido de manganas

sin que importe el mirón

que haga otro tanto

a partir de tus imágenes

y congele por siempre

la caída del ángel.


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