Una ventana inmensa: Omar Ortiz
Poemas del editor de la revista de poesía "Luna Nueva", autor de por lo menos 13 libros de poesía y que ahora se publican en la sección que coordina Manuel Parra Aguilar.
Poemas del editor de la revista de poesía "Luna Nueva", autor de por lo menos 13 libros de poesía y que ahora se publican en la sección que coordina Manuel Parra Aguilar.
Por Omar Ortiz
Valle del Cauca, Colombia, 22 de junio de 2023 [00:10 GMT-5] (Neotraba)
El demasiado alcohol arruinó mi visión.
No tengo trato con los dioses,
el futuro es para mí un enigma
y procuro olvidar el paso de los días.
La música de las cantinas es la única que
reconozco
y soy incapaz de distinguir un do sostenido
de un grito de mi mujer cuando me embriago.
No puedo entonces ser poeta, ni me importa
el comercio con las musas.
Desde que no puedo hablarle a los ojos
administro un garito, nadie como yo para
distinguir
la mala suerte del derrotado,
de la buena estrella del advenedizo.
Dios no me entregó los libros y la noche,
me dio la luz que palpita en la sombra.
Me confunden con el héroe de Los Chancos,
pero no, la vida es mi batalla.
Dura contienda, soy maestro en artes musicales.
En tiempos mejores, violinista de la Scala
de Milán,
donde hice amistad con Brindis de Salas,
habanero de nacimiento, cenizo y pasudo,
pero tocado con el don de las castálidas,
a quien, para su infortunio, invité a estas
tierras,
donde fue consumido en un palenque
de Guayaco
por una negra brava que lo esclavizó
en sus encantos,
bebiendo aguardiente y recorriendo el río
para llenar la panza de guayabas silvestres.
Carlos Brindis de Salas volvió a su isla
donde murió olvidado. Pero el mundo
es suertudo,
la negra está tocando el piano.
Al salir de un garito,
donde fui esquilmado por cuatro tahúres
que me aliviaron de todos mis bienes,
una muchacha que Dios tentó con la piedad,
me hizo el regalo de un poema anónimo
que quiero que mis deudos inscriban en el patio
de los geranios.
Escúchenlo con recogimiento:
“Nunca he visto la flor del tabaco,
la imagino azul como el humo en invierno.
Del cáñamo conozco su hoja áspera,
Su abrumadora semilla,
Y presiento que florece en el sueño.
Sé que la flor del opio es un cocodrilo
Que devoró a un mendigo en Times Square.
Pero los rosados pétalos que guardan el vino
del deseo,
Los mismos que cantaba Kayyán,
Son la más refinada creación de la sabiduría”.
Yo también viajé por los cuatro continentes
pedaleando una máquina Singer, como cuentan
Leonora Carrington y el poeta Roca
de algunas de sus conocidas.
Pude ser una delicada modista,
ya que mis ojos y mis manos eran sabedores
de los secretos del lino.
Pero el Señor puso en mi camino un marido infame
y tres pequeños de ojos asustados.
Hice lo que pude, más mi obra nunca vistió mi
/sueño.
Por eso, preferí el silencio.
Como no pude prever mi nacimiento,
tengo establecidas las minucias de mi muerte.
Las condiciones, circunstancias y fecha de la misma
me abstengo de divulgarlas para no anticipar el
/contento
de mis enemigos. Aviso a familiares e interesados
que el goce y disfrute de mis bienes será legado
a diversos facinerosos para contribuir a su pronta
/ruina.
Aclaro, a mi edad son vanas las penas de amor,
mi hacienda es próspera y gozo de cabal salud.
Mi determinación conviene a mi conciencia de la
/libertad.
La misma que defendimos con el general Herrera,
siendo derrotados por las fuerzas clericales.
En verdad, si el hombre fue creado a imagen y
/semejanza
de Dios, tenemos una divinidad de porquería.
Si no fueran un estorbo, mis cenizas podrían
/esparcirse
en los ceniceros del régimen.
Pertenezco a una estirpe que siempre
vive a destiempo.
Mi padre, víctima de un ataque de narcolepsia, fue enterrado vivo.
Después del macabro hallazgo,
mi hermano Joaquín convirtió su pesadumbre
en un interminable monólogo con la muerte.
Ernesto, otro hermano, virtuoso artista,
entregaba los lienzos al fuego no más eran alabados
por cualquier transeúnte.
Tío Pedro, armado de una tiza,
escribía en los muros iracundos poemas.
Y yo, el más práctico de los mortales,
me hice librero en un pueblo de analfabetas.
No se alarmen, es la saga que contará mi nieto.
Con mi lija la mesa vuelve a su esbeltez primera.
La madera respira y en las capas de aceite
leo varias historias. Descubro los rencores,
las infidelidades, las pequeñas traiciones
que alimentan la geografía del potaje.
La puerta y sus heridas me narran violencias
que no encubren la masilla que resana.
Mi oficio me ha enseñado el valor de los solitarios,
las putas, los tahúres, los gerifaltes,
me hacen hueco en sus caletas.
No tienen el llanto fácil del canalla,
ni la ruidosa zalamería de los traidores.
Por tanto no creo en Dios ni en las mujeres,
como la razón natural enseña.
“El trece de mayo la virgen María
bajó de los cielos y cómo le iría”.
Así cantaba yo en homenaje a la imagen
que los sacerdotes paseaban mientras desde el
/puente
los camiones descargaban su siniestro transporte.
No sabía, a mis ocho años cumplidos, de Portugal,
de Fátima, de Cova de Iría, de pastorcitos
y menos de milagros.
Soñaba sí, y en mi ingenuidad de niña,
temía por la suerte de la Virgen huyendo monte
/arriba
con el Niño en brazos. Así corríamos nosotros,
la muerte pegada a los talones
y el olor del miedo resoplando en la espalda.
Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,
la camisa que tanto gusta a Margarita, la del 301,
los zapatos negros recién lustrados, una pinta de
/hombre,
como dijo mi madre después del beso ritual de
/despedida.
En la Kodak me tomaron la foto para la solicitud de
/empleo.
Pero de pronto me empujaron a un auto,
me pusieron dos armas en la cabeza y acabé tirado
/en una pocilga
donde me preguntaban por gente desconocida.
No señor, decía y me pegaban.
Sí señor, respondía, e igual me pegaban.
Duro, lo hacían,
como si no tuviera carne, ni huesos, ni sangre,
/ni alma.
Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja,
ni puedo abrazar a Margarita.
Ahora soy una desteñida foto que mi madre
lleva a cuestas en plazas y desfiles.
No es El Mundo esta cantina descascarada por el
/tiempo.
En sus paredes no se lee ninguna historia, lejos la
/leyenda.
No hay muchachas, ni mezcal, ni siquiera asesinos.
Ningún gringo bebe aquí su último trago,
ni se juega la vida en veintiún vasos un poeta
/encendido.
Algunos parroquianos vienen y se aburren,
como se aburren con sus queridas o con el cura.
Si pasara un ángel nadie levantaría la copa en su
/nombre.
Sólo las moscas interrumpen la desesperanza.
Una mujer apareció una vez y pronunció tres
/palabras,
me casé con ella irresponsablemente.
Desde entonces entiendo el obstinado silencio de mis
/vecinos.
Los poemas aquí presentados pertenecen al libro Diario de los seres anónimos (2001; 2015; 2019).
Omar Ortiz. Si bien Omar nació en Bogotá, Colombia, en 1950, desde su infancia se ha relacionado con el Valle del Cauca por su familia paterna oriunda de Tuluá. Abogado de la Universidad de Santo Tomás, es un decidido gestor cultural y como tal ocupó la Gerencia Cultural del Valle cuando Gustavo Álvarez Gardeazábal fue gobernador de dicho departamento. Edita y dirige desde 1987 la revista de poesía “Luna Nueva” que completa 48 ediciones y 35 años de vida. Ha publicado por lo menos 13 libros de poesía, entre ellos: Las muchachas del circo, Diez regiones, Un jardín para Milena, El libro de las cosas, La luna en el espejo, Diario de los seres anónimos.