Una ventana inmensa: Leslie Ortega
El taller de poesía en prosa de Manuel Parra Aguilar presenta esta semana a una estudiante de la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sonora.
El taller de poesía en prosa de Manuel Parra Aguilar presenta esta semana a una estudiante de la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sonora.
Por Leslie Ortega
Sonora, México 19 de enero de 2023 [00:01 GMT-7] (Neotraba)
Cuando empieza el mes más frío, llego a mi casa sucia y llena de fantasmas a dejar colgado en el perchero el abrigo que amortaja; a cerrar las cortinas que se arrastran en el piso con una suavidad insoportable, derramando silenciosas la tela como llanto. Me quito los zapatos en la entrada porque el lugar que piso, vacío de otros pasos, demanda lastimarme con su filo y con su hielo. El patio es un panteón de infancias y mascotas que casi nunca miro por miedo a que aparezca algún fantasma que cruce su mirada con la mía. Aquí están los recuerdos, detrás de cada puerta, en la sombra que se forma en las esquinas.
Qué ambigua es la madera de las sillas, qué opaca cae la luz y cae el agua, igual que en las mejillas de mis hijas. Qué vieja es la vajilla de la mesa y qué estéril el florero que seca cada flor con que lo lleno. La casa mausoleo tiene un lugar correcto para todos, yo voy peregrinando hasta mi sitio, sin escuchar realmente las voces de las almas del pasillo que emiten sus murmullos de sirenas. Y la alfombra la piso con cuidado, por miedo a entretenerme con un hilo que siga hasta la rueca de la muerte. Me duele hasta subir las escaleras, pero ningún peldaño me detiene porque arriba, al terminar el diario recorrido, me recibe la cama como tumba.
La madre de la madre que yo tengo, así como sus madres anteriores, sabían hacer milagros a la fuerza y responder puntual a los horarios de vidas dentro y fuera de la casa. Las vi multiplicar panes y peces y señalar seguras los rincones en dónde colocar los crucifijos. Las vi atarles las cintas a sus hijos con nudos que jamás se deshicieron y unir en las espaldas los listones de todos los vestidos del armario. Las vi moverse siempre por la casa o, para el caso, no moverse nunca. Las vi pintar de blanco las paredes para ocultar las marcas que quedaron del paso de los años y las cosas.
La madre de la madre que yo tengo, así como sus madres anteriores, nos heredó una casa como todas, que alberga por igual vivos y muertos. La casa que yo quiero es diferente; no hay cruces ni listones ni relojes ni pasos más pequeños que los míos. No quiero hacer milagros ni favores, ni caminar despacio por los cuartos, ni llenar las paredes con los cuadros de rostros que se fueron para siempre. De todo lo que piensas que me diste, hay una sola cosa que conservo: que también vengo de una madre triste.
No piensen que hablo de mí, pero hay alguien que se pone los relojes como quien se amarra a los grilletes del calabozo más medievalmente trágico y se sube a los camiones como a la barca de Caronte. Es alguien que conozco, que se hace los nudos de los zapatos irrompibles, con más de tres dobleces, como quien ata cuerdas para ahorcarse y se pone el cinturón muy apretado como los condenados a la silla eléctrica. Camina resignado en los pasillos que lo llevan sin desvío a la oficina como quien pasa por el patíbulo. Y se despide de amigos y familia como desahuciado en hospital. A veces, se para en las aceras de los grandes bulevares a ver el desfile de autos iracundos con sus conductores concentrados, cual jinetes del apocalipsis, como eligiendo las mejores llantas para pasarles sobre la cabeza. Es alguien que se sienta a la mesa como quien come su última cena y se deja seguir por las mascotas como quien lleva algún cortejo fúnebre.
Lo he visto tomarse el café con desespero, como quien quiere llegar al fondo del frasco de pastillas, y enredarse las sábanas al cuerpo como quien amortaja a su enemigo. También lo escucho recitar poemas y versos y canciones que suenan como rezos en sus labios, rezos oscuros, monótonos, perdidos.
No piensen que hablo de mí, pero alguien que conozco se lleva el portafolio, pesado como piedra, a deambular por estrechos callejones, pensando que allá al fondo está la muerte, esperándolo con el más eterno de los descansos y una vida inmensa, sin calles ni camiones ni oficinas.
A mi amigo de toda la vida
¿Es real esta infancia que inventamos? ¿De quién son los recuerdos que me diste? ¿Los robaste de libros empolvados, de amantes anteriores, de extraños en las calles, de sueños compartidos entre amigos? ¿Te los dieron tus padres, tus abuelos, tus hijas, tus hermanas? ¿o los hiciste para mí desde la tierra, llenándote las manos con el lodo con el que un dios cualquiera hizo a los hombres?
La infancia que inventamos se parece a la que nunca tuve, pero quise para mí y para todos mis amigos. De tanto que te vi ya no recuerdo cuándo empezamos a reírnos juntos, cuándo empezó que tuve siempre a alguien a quien buscar y por quien ser encontrada en estratégicos juegos infantiles. Me parece que fue un día como este en el que hicimos todo el mar a nado y regresamos juntos a la tierra en la que nos raspamos las rodillas. Yo te vi a ti cuando llegó mi turno de decir colérica ante todos: “declaro la guerra a mi peor enemigo”. Contigo hice alianzas en las canchas, cuando fuimos equipos o frutas o nosotros. Y juntos en las calles de mi pueblo subimos y bajamos los arroyos que estaban siempre secos y vacíos; tomamos a los perros por los cuernos y tiramos al mar todas las piedras hasta que terminamos con los cerros y dejamos tan limpios los caminos que comenzaron a llegar turistas. Tú les robaste bolsas y carteras para comprarme helados y canicas y vestidos con listones, bordados de flores y animales. Y yo te regalé los caracoles, los huesos de pescados, las gaviotas, los fósiles, las velas de los barcos y cuanto me topé por esa playa que nos mojó las risas infantiles.
Y cuando nos llamaron nuestras madres, desde el extremo opuesto del planeta, hiciste junto a mí todo el camino.
Elogio a la redondez y de formas infinitas, círculo que encapsula la doctrina de Pitágoras y toda la grandeza de la Roma antiquísima. Dictas con tus bracitos las órdenes que acato. Me tienes esposado a esto que se llama vivir y se siente pesado y yo te digo: “sí”, “aquí voy”, “no vayas tan rápido”, “quédate quieto un ratito” y te lanzo miradas de desespero a través del cristal y escucho que se te mueven las tripitas (también redondas) con estrépito eufórico, que se tocan y que cantan ¡y qué cantan! Una rítmica canción, intacta de cualquier cambio, quedita que no se acaba y solo atino a preguntarme: ¿Cuánto cabe en esta fantástica pulserita quimérica? Y a quebrarme la cabeza intentando encapsular en una síntesis de pobres palabras tanta esférica grandeza y a decir en un suspiro atónito: ¡Mágica máquina cíclica!, relojito de pulsera.
Yo no conozco bosques ni pastores, ni amados ni montañas ni praderas y nunca me han hablado las criaturas. Conozco arroyos secos, árboles con espinas y sin flores, paredes que quedaron incompletas, y un viento con gemidos que arrastra las navajas de la tierra. Conozco los rincones que sirven de escondite para huesos, conozco los vacíos de las casas, los patios sin columpios ni juguetes. Conozco el pavimento desgastado con vidrios y jeringas y casquillos que hiere pies descalzos y las llantas de bicis pequeñitas y carriolas. Y dentro de las casas de esta calle, los vinos de la mesa se acompañan de obligatorios ratos de silencio que nunca dejan de sentirse amargos. Y si hay lechos floridos son las tumbas y las guirnaldas son de lazos negros… Si pasó por aquí, pasó furioso porque ha dejado todo desolado y en la tierra, hastiada de los huesos, reposa la cabeza de la amada.
Leslie Ortega. Licenciada en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora. Trabajó como correctora de estilo en la revista de arquitectura y diseño Magdu. Ha publicado poemas en revistas de difusión cultural como Metáforas al aire y De-lirio, así como el cuento titulado “Líbranos del mal” que apareció en la antología El descenso, de la editorial Dioscuros. También participó en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Poetas Jóvenes y en el libro Discéntricas: Muestra de poesía joven mexicana de mujeres (2021), de Ediciones La Rana. Actualmente cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sonora.