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Ojinaga, Chihuahua, 17 de abril de 2025 (Neotraba)

Mad Season

So an infection, not a phase!

Wake up, Mad Soasen

Nací levemente infectado por el gusto al caos, venía de cabeza y con el antebrazo expuesto. El olor a hospital predijo la intacta impureza y no he parado de llorar ante el milagro. Crecí con un sólo tema entre las cuencas de los ojos, la búsqueda del sitio idóneo para abandonar esta ceniza. Anhelo un miligramo de quietud entre los dientes, ese último tirón a la lengua de la máscara para que caiga. Soy la hiel contra la mierda en este cuerpo, el rojizo de mejillas pellizcadas por la fuerza de la tarde, la piel descarapelada ante el espejo. Soy, aunque preferiría no haber sido, un huésped más del hambre que evapora el placer cuando se vuelve repetición.
Esta ciudad necesita mejores criminales
Soñó que robaba tres bancos uno seguido de otro. Con burbujas de saliva entre sus colmillos y el hedor de un reloj descompuesto detrás del pasamontañas mordía a los oficiales del camión de valores. Corría a salvo de su propio rostro persiguiendo su cola entre la multitud en una fila para realizar un depósito. Una, dos, luego otra vez una y dos para no desgastarse tanto los colmillos, una y otra vez mordía a destajo y cada paso alrededor de sí volvía instintivo el espacio liminal entre sus piernas. Corría en su sueño, pero pataleaba en la realidad, como si aún quisiera conservar su cuerpo de perro. Pataleaba, sí, pero más bien corría y según la fuerza con que cerraba los ojos se estaba divirtiendo como nunca. La sentencia fue justa: un moretón en su pierna al despertar, una patada a la pared que divierte a medianoche al fantasma que ríe junto a él. Ni durmiendo está a salvo de sí. El cerebro lo protege bloqueándole los sueños al despertar cuando, segundos después del golpe de una pelota en su oreja, el tiempo se reanuda antes de dar la primera mordida a su sándwich y ver una rodaja de tomate caer a mitad de la explanada de la escuela.
Red Devil

1

Aparecieron en la ciudad, bajo la carpa de un puesto de carnitas, tres codornices australianas. Se ven naturalmente perdidas, como si recién hubieran descendido de un camión al que nunca subieron. Se ven como si supieran exactamente donde no están, como si la certeza fuera
una habilidad de nacimiento y no el aprendizaje tras regatear entre los autos

2

En otro lugar mas no al mismo tiempo un maletín con rostro de payaso reposa bajo una butaca.

3

Ninguno de los tres se atreve a abrirlo por la fría ligereza de los ojos y el botón: ese gran rojo botón en medio del rectángulo. Preferible ubicarlo bajo el asiento a la espera porque qué tal que comienza la broma o cae la maldición sobre ti, sobre mí y sobre todos mis amigos. Qué tal: imagínate no más pa’ que no te asustes, que llega el payaso terrorífico sin maquillaje,
y su miedo más grande es que lo veas justo como es. Qué tal, imagínate que encuentras su rostro antes de encender la luz y escuchas el susurro de otro miedo aún menor, de un chiste quizás, que estuvo guardando, y el payaso dice con helio en la voz que el mayor temor del pequeño Charlie Manson era morir solo.

4

Y crees que entiendes a Charles Manson, que quizás necesitaba un poquito de amor y comprensión y algo más yo creo que sí, algo más. Necesitaba festejar un gol de vez en cuando una chela caliente cayendo en sus hombros necesitaba la emoción de otro día bajo el sol en la grada con el cráneo ardiendo y los ojos como platos. Necesitaba solamente la bola golpeando al poste, necesitaba la terca ilusión de quien aún no se acostumbra a la victoria como una codorniz que no entiende el fluir del viento y de los autos.

5

Quedamos sin aliento cuando el balón tropezó botando frente al nueve y respiramos un poco
mientras las manos del niño con la cruz en el rostro apenas dibujada atrapaba la esperanza de morir junto a todo el Old Trafford.

6

La tarde del martes nueve de abril oscureció antes cuando una bomba, como las codornices, aterrizó en un lugar distante a su objetivo. Y desde entonces creo que el tiempo comenzó a andar otra vez un día después que el Diablo Rojo cambió de dirección.

¿Cuánto cuesta estar despierto?

Ahorita traigo el cambio exacto. Tengo dos pelusas casi tres sobre la pierna izquierda y no debería dormir con pantalones, es riesgoso y sobre todo de mal gusto, pero no sé si vale la pena despertar para seguir en cama todo el día, desarrollar síndrome del túnel carpiano por cumplir ocho horas desde la inundación de inmadurez que me supera o presenciar el aumento de la sal bajo mis párpados. Hoy, por ejemplo, el precio no es igual y cada día empieza con la misma frase buenos días y cada día comienza sin respuesta por la inundación de la ventana por el poco espacio entre pendiente y aire porque ahorita no puedo no tengo pila social pero mañana que pueda tal vez será muy tarde pues me activo a partir de las 9:30 de la noche. Contar números es otra excusa para no dormir. O para dormir en demasía. No evado el trabajo; me motivo con el ruido de mi propia explotación. Si estás de vacaciones el precio a pagar es el justo: incluye el importe del paisaje, la pronta iluminación de tu privacidad y tu mundo interior desdoblándose en el golpeteo de tus dientes. Tu tranquilidad, como tu maleta, aún está con nosotros. No te preocupes si no puedes pagarlo, está bien, es mejor. Sobre todo para quienes aún no conocemos la respuesta. Dormir nos cuesta poco pero el ansia no permite que rebote en el borde de este blanco esclarecido en que veo la noche y el tiempo mientras caigo lentamente y otra vez mientras caigo lentamente y otra vez no vuelvo a levantarme.

Alexandro Castro (Ojinaga, Chihuahua, 1996). Textos suyos aparecen en Otras voces nos agitan (Capítulo Siete, 2019), Lectura Marina: Archipiélago (Tulipes, 2024) y en diversos medios como Carruaje de Pájaros, Grafógrafxs (UAEM), Los demonios y los días, Luvina (UDG), Periódico de Poesía (UNAM), Revista Plástico, Santa Rabia Poetry (Perú), entre otros. Libros: Eróstrato.  


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