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Max Frisch imagen tomada de https://timesflowstemmed.com/2016/02/
Max Frisch imagen tomada de https://timesflowstemmed.com/2016/02/

 

Por Brandon Vázquez

 

Siempre hay algo que leer. Uno lee libros y, la mayor parte de ellos, hablan sobre otros libros. Ricardo Piglia publicó la primera parte de los diarios de Emilio Renzi en 2015. La maravilla y lo perverso de escribir un diario reside en la oposición entre la naturaleza de la vida –que es el olvido– contra documentar esos pequeños detalles que definen lo que somos. Porque una cosa es escribir un montón de historias ficticias –impregnadas, sí, de mucha verdad acerca de nosotros– y otra plantear directamente nuestros secretos, lo que nos angustia, lo que amamos: aquello que nunca diríamos a nadie. Entonces se descubre, por medio de ello, quiénes fuimos en tal o cuál época, qué pensábamos, cuántas veces creímos que era el fin del mundo y cuántas veces nunca terminó realmente.

Piglia escribió un lunes once de septiembre:

 

“He abandonado tantas cosas por la literatura que seguir en ese plan es ya una especie de destino”; y apunta luego: “Vivir la literatura como un destino no garantiza la calidad de los textos pero asegura la convicción necesaria para elegir en cada momento. Uno vive una vida de escritor porque ya lo ha decidido, pero luego los textos tienen que estar a la altura de esa decisión”.

 

La vida como una novela no es una novedad. Pero una novela contada como una forma de contar la propia vida tiene entonces otro chiste. Piglia, un febrero de 1966, escribe en el diario que se encuentra leyendo No soy Stiller de Max Frisch. El libro habla acerca de un hombre que es confundido con otro y es encarcelado. Entonces le brindan unos cuadernos para narrar su vida como una defensa y testimonio de su propia identidad.

 

“Un amor sin techo, todo el mundo sabe cómo termina, porque un amor sin vida cotidiana, reducido únicamente a los momentos de placer, ya se sabe que, tarde o temprano acaba por ser desesperado”.

 

Mientras uno lee el libro se da cuenta que Stiller es un hombre detestable. Un ser aborrecible. Pero se halla también que Stiller no es tan diferente de una persona nacida en cualquier época y en cualquier lugar. Borges decía que un hombre, en el preciso instante de recitar unos versos de Shakespeare es, a su vez, William Shakespeare. Las experiencias humanas nos vuelven un solo ser humano. Nadie es Stiller porque todos somos Stiller. Al mismo tiempo, Frisch hace hincapié en que el problema con los diarios es que el pudor se ve menguado. No puedes mentirle al diario porque la mentira es contra ti mismo.

Lo que White (tal vez Stiller) demuestra además de su inocencia es que, si todo el mundo escribiera un diario, podríamos darnos cuenta que cada uno de nosotros somos seres repugnantes. Y no está mal. Nadie lanza la primera piedra.

 

Porque lo que Frisch es capaz de plasmar muy bien en su novela es que, como los personajes, hemos herido a muchas personas tanto como nos han herido a nosotros, que hemos atravesado mucha tristeza pero también que fuimos tan felices como para pensar que esa felicidad no iba a terminar nunca; que amamos irremediablemente y que fuimos amados de vuelta.

 

Es esa quizá la lección que tiene Stiller para con el lector: somos humanos horribles y maravillosos: somos un diario que pretende legitimar nuestra inocencia frente al mundo, somos un montón de hojas en blanco que busca demostrar nuestra verdadera identidad.

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