¿Te gustó? ¡Comparte!

Nayarit, 11 de marzo de 2025 (Neotraba)

Estoy en el cuarto del Motel y ese señor que ha venido es mi padre.

No lo he visto desde que era niño, cuando estaba en kínder. En aquel entonces mi mamá y mi papá aun vivían juntos. Casi no los veía. Ambos se la vivían trabajando. Después empezaron los problemas, cuando él empezó a regresar a casa con un aroma distinto. Eso fue lo que terminó destruyéndolo todo.

Ahora estaba frente a mí y yo no podía creerlo ni aceptarlo.

Me dice que me ha estado buscando todo ese tiempo y que lo siente por habernos abandonado a mi mamá y a mí. Que quiere hablar conmigo.

Yo no digo nada.

No sé qué decir y tampoco sé si quiero hacerlo.

Solamente siento en mi estómago los inicios de las náuseas y de lo que podrían ser unas arcadas abominables.

Lo único que quisiera es cerrarle la puerta del cuarto hasta que se vaya por donde vino. Pero él sigue hablando, diciéndome que todo el tiempo pensó en mí, cuando se separó de mi mamá.

¿Pero cómo puede ser tan cínico?, pienso, Si él, simplemente se fue un día, sin avisar, hasta que mi mamá me dijo que se fue, que se separó. Así, sin más.

Tuvieron que pasar más años para enterarme de que la separación fue porque estuvo con otra mujer. Y no fue la primera, sino una de muchas.

«Siempre se metía con otras», decía mi mamá, con evidente rencor.

Ahí entendí por qué el hecho de venir oliendo distinto convirtió mi casa en un infierno.

Sin embargo, ahora no huele a nada.

Se ve más viejo, canoso, con manchas en la piel, con temblores en las manos y un arrepentimiento en su voz que no logro tragarme.

–Solo quiero hablar contigo –me dice.

Es lo que más repite, que quiere hablar conmigo.

Verlo aquí, además de pena, me da miedo. Me siento vulnerable y tan tonto.

Debo admitirlo, en parte será mi culpa estar en esta situación tan embarazosa y nauseabunda. Quisiera vomitar.

Yo a mi padre lo quería mucho y después de que se fue, no sé…

Fui creciendo y descubriendo que me gustan los hombres, debo aclararlo. No chicos, sino hombres. Mayores que yo.

No lo sé, serán ciertas cosas del inconsciente, una búsqueda por una figura paterna, un fetiche…

Las apps lo hicieron más accesible; subía una foto sin el rostro, mostrando mi cuerpo en posiciones provocadoras, ponía un nombre falso, una descripción (podría decirse) subida de tono y esperaba. Todo por una buena paga.

Rechazaba a los de mi edad y siempre me veía atraído por los mayores. Cada uno tenía gustos y fetiches extraños, pero hasta todo aceptables.

Algunos hombres, acaso de cuarenta, cincuenta, les gustaba la cuestión de los pies, de los roles, de los vestidos.

A veces no había un elemento carnal, que implicara el contacto físico, sino un encuentro donde solamente el rumbo iba a conversaciones lascivas.

Disfrutaba de los encuentros, de los comentarios ingenuos sobre que tenía el aspecto de un niño, que era muy joven y guapo; que mi piel, que mis brazos, que mis pechos, etc., que les dijera que eran mis papis cuando se desataban.

El día en que contacté con él, mi padre, fue como todas las veces que uno se escribe en estas apps. Preguntas ingenuas de cómo estás, qué te gusta hacer, cuántos años tienes, de donde eres, como es tu familia, y bla bla.

–Solo quiero hablar contigo –decían los mensajes de él.

Nada raro, muchas personas escribían mensajes así; encuentros para hablar sucio, o al menos eso pensé.

–¿Qué te gusta hacer? –le preguntaba, mas no respondía a eso; volvía a decir que pagaría lo que sea para poder hablar conmigo.

Acordamos el día, el lugar y la hora.

Yo me había vestido con mis mejores ropas, como siempre y esperé.

Al abrir la puerta, él estaba ahí.

–Solo quiero hablar contigo… –decía y decía y volvía decir.

¿Hablar de qué?

¿Cómo fue que diste conmigo, entre tantas personas?

¿Por qué viniste aquí, después de tantos años?

¿Por qué nunca supe de ti?

–Solo quiero… –el mismo sonsonete.

Las palabras de mi padre se repetían tanto que me resultaban ya a ruido blanco.

Ruido blanco sin más.

Curioso ¿no?, un gusto por hombres mayores, que bien podrían tener la misma edad que mi padre. Y ahora él, el verdadero, estaba aquí.

Pero esta vez fue diferente.

¿Qué quieres de mí?, pensé.

Y él seguía hablando, llorando, humillándose, viéndose ridículo, como muchos hombres que gustaban de ser humillados, degradados a la mínima expresión de dignidad.

–Solo quiero hablar contigo, hijo… –volvió a decir, como si no tuviera más vocabulario en su cabeza.

Admito que al inicio había sentido pena, luego miedo, luego asco y ahora simplemente vergüenza.

Le cerré la puerta, le puse seguro y no dije nada.

Ya no importó cómo dio conmigo, porqué pasó tanto tiempo, porqué hizo lo que hizo.

Vomité, bramé y lloré.

Solo quería que se fuera y me dejara en paz.


¿Te gustó? ¡Comparte!