(Sin)cuenta
Con motivo de sus 50 columnas, Juan Jesús Jiménez responde algunas preguntas de sus lectores. ¡Larga vida a los Pensamientos de Diván!
Con motivo de sus 50 columnas, Juan Jesús Jiménez responde algunas preguntas de sus lectores. ¡Larga vida a los Pensamientos de Diván!
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 10 de mayo de 2021 [00:01 GMT-6] (Neotraba)
Imagine que andamos en una taquería, de ser posible la que está sobre Reforma entre la 3 y la 5. Hoy no le voy a preguntar cosas raras, ni vamos a cuestionar la realidad, hoy vamos a platicar con un agua de horchata –o jamaica– y no se preocupe, no se le va cobrar la cuenta.
Esta no es una columna común. Esta es la columna número 50 y me pareció prudente deteneme un momento a agradecer a la gente que me lee y acompaña en estos breves ensayos. A toda la gente que dedica una parte de su tiempo a leer estos Pensamientos de diván y, sobre todo, a disfrutarlos con cada número.
Hace un poco más de un año este proyecto comenzó como una actividad planeada para ser una columna mensual. Ahora es más una semanal, esto como resultado de hallar en este tipo de textos una catarsis de bolsillo que, además, puedo compartir y discutir con la gente que, por alguna razón, termina leyendo mi columna.
Pero no debería agradecer más este espacio que a los propios editores de la página, a veces incorpóreos y ocultos entre una bruma de digitalidad distante. Son ellos quienes solucionan muchos de los errores de mi redacción y los primeros lectores de mis textos; por ese tiempo, la atención y por la dedicación, muchas gracias al equipo de editores de Neotraba.
Y con motivo de este mini logro para mí, decidí preguntarles las dudas que tuvieran respecto a mi escritura. Aquí las respuestas a fondo:
Recibí dos propuestas para realizar entrevistas y a ambos les digo:
Con las entrevistas que suelo hacer en mis columnas pasa algo extraño: la mayoría no tienen una planeación previa. Por lo general, inicio con una temática larga, la desarrollo en unas dos o tres columnas y refuerzo lo dicho en cada una con personas conocidas y que para mí son muy interesantes. Así, por el momento no podría realizarte una entrevista pero no lo descarto.
De forma breve, yo creo que mucho, pero se debe moderar el cómo nos afecta.
Es curioso el cómo funciona, pero se relaciona mucho con la madurez emocional de una persona, de cara a identificar qué siente y cómo lo transmite. Algo parecido a lo que he comentado en varias columnas: el ser humano se enfrenta a lo que conoce y puede nombrar. Si alguien está triste y sabe el porqué, al escuchar una canción triste de The Smiths obvio dejará salir ese espectro anímico. Convierte un acto tan simple en un proceso de catarsis emocional.
Sin embargo, si una persona sabe qué siente y no puede describirlo, al escuchar esa misma canción, solo sentirá la emoción sin dejarla salir. El proceso de catarsis, además de complicado, está vacío de significado para la persona.
El problema es que no podemos generalizar este tipo de lenguaje abstracto de emociones, porque no todos perciben los mismos eventos de la misma forma. Por ello este diccionario emocional se limita a la persona que crea los conceptos que lo forman en medio de toda su experiencia.
Cursaba el segundo año de preparatoria y, desde entonces, todo iba mal. Me sentía solo y muchos de mis pensamientos terminaban por irse en papeles arrugados a mi mochila. Conocí a Óscar por el taller de la prepa y así supe de Neotraba.
Me animé a lanzar mi primera columna como una forma de llamar la atención de la gente a mi alrededor, escapar de esa sensación de soledad. Pero, al darme cuenta que para eso no se escribe, le di otro significado a escribir cada semana. Creo que es una motivación mucho mejor que solo pretender socializar. Con el paso del tiempo, con cada investigación y respiro dado al sentarme a escribir, le agarré un gusto enorme. Ahora forma una parte importante de mi persona.
Depende mucho de lo que esté escribiendo, o de cómo lo pueda manejar mejor. Por lo general, escojo una temática inicial e investigo sobre eso y hago anotaciones breves en un documento al que llamo el vómito mental. Posteriormente, pongo en deliberación cuál es la mejor voz para dar a conocer lo que sé.
Si es un tema largo y con muchos matices, entonces termina por ser un texto derivado de la literatura (poesía, cuento, minificción, etc.). Si este tema se puede abordar desde lo objetivo o desde una explicación racional, entonces se aborda como una columna.
Ya en el proceso de escritura, para el caso de las columnas, vuelvo a investigar, a hacer más anotaciones, pongo música y me pongo a hacer otra cosa. Pienso en el tema pero entremetido en una conversación conmigo, saco así la basura conceptual y me centro en una sola cosa. Y si no siento que haya servido un primer acercamiento, repito el proceso hasta sentirme seguro de poner un disco de metal, y escribir la columna de la semana.
Todo el tiempo. La gente a la que no le puedes ver la cara pero sí hablarles, da miedo; siempre existe esta inseguridad acerca de la aceptación de la gente respecto a tu trabajo y, claro, el desaliento al ver que no mucha gente lee tu contenido. Sin embargo, gran parte de las razones por las cuales escribo no es la atención de las personas. Si acaso, trato a mis lectores como un conjunto unificado –aunque no sea así– y me hace más sencillo perderle miedo a una pared impersonal de muchos rostros tras la pantalla.
Aun así, intento que los temas sean interesantes y hasta cierto punto útiles para los que pasen por mi columna. En gran parte, El Diván es solo un recopilado de cosas que me hubiera gustado conocer en ciertos puntos de mi interacción con las personas, como un manual mal escrito de cómo comprender la realidad desde mi perspectiva. Y por eso, aunque conservo ese miedo inicial, se opaca entre que escribo y aprendo de ello.
En general, por su naturaleza un poco errática, el amor como concepto siempre me ha parecido una forma absurda y atrayente de abstracciones sobre nuestra realidad junto a alguien. En el recuento de mis columnas, hay dos o tres que retratan mi opinión al respecto. Considero que es un tema muy pesado que englobaría todo mi contenido –no lo hará porque no es mi propósito, aunque sí trataré de desarrollarlo más adelante.
Además, por más que se pretenda, tratar un tema así siempre se absorberá por recuerdos o experiencias anteriores al proceso de redacción. De modo que, aunque no quiera, entre mis investigaciones, hay un nombre, un lugar, una costra de salitre llamado nostalgia que dificulta hablar sobre algo de manera libre. Esto provoca que una columna así sea pausada o postergada entre mi vómito mental.
En lo particular, las tres últimas fueron muy rudas de asimilar. Para mí como escritor, es solo una muestra del crecimiento que he tenido a lo largo de mi breve trayectoria como ensayista amateur, tirándome y viendo el mundo en vertical, sólo para esperar tomar un espacio y escalar de nuevo.
Varía. Como ya dije, las columnas salen del vómito mental y esa parte sí es un poco espontánea. Por supuesto, mediado por mi experiencia, sea un evento específico o algo que me hubiera gustado conocer antes. Pero hay ocasiones en que un tema largo se puede tratar como la suma de partes y no un entero.
Casos como el estudio de la historia, el proceso creativo, los sueños, el amor, son columnas distribuidas en varias y que, con el paso del tiempo, intento renovar. Son ese tipo de temas los que sí son premeditados y tienen –por decirlo así– una programación fija dentro de mi redacción.
Siento que siempre ha sido así, y no sólo con los jóvenes. Deja te explico el porqué:
Un derecho no se limita a un grupo específico –al menos no debería–, e idealmente las condiciones para hacer esos derechos efectivos deberían ser aseguradas por el Estado. El problema viene cuando estos derechos son puestos en duda o bien, no son garantizados.
El papel juvenil es el más evidente, no sólo porque una multitud ruidosa parece más grande, sino porque demográficamente somos una mayoría. Además, en la juventud recae un peso tácito de otras generaciones que no habrían podido expresar su opinión, y de las que gozarán de ese derecho en un futuro. Esa presión impulsa muchos de los actos que en los libros serán registrado como una revolución.
Sin embargo, no hay que menospreciar el trabajo que puedan realizar las generaciones anteriores al proceso, es mucho lo que involucra un cambio y no se logra de la noche a la mañana. Los jóvenes que iniciaron la revolución mexicana a los 20 vieron su fin hasta los 31, y en esa brecha seguramente otros llenaron su lugar en las tareas que no podrían haber resuelto. De esa forma, la historia cede entre una perspectiva y otra a las ideas que le impulsan a suceder.
Ahora, las condiciones que les impulsan a unirse, nacen de la carencia, la solidaridad y el conocimiento. De modo que una juventud con conocimiento de sus carencias, que además pueda entender la situación ajena y sepa cómo enfrentarlo, es una juventud que no se quedará callada. Por eso, ahora hay cada vez más manifestaciones, no porque seamos una generación frágil, sino porque queremos dar ese cambio a largo plazo y de ser posible, a corto o mediano.