Sam, el niño fantasma
Dos cuentos de Lux Bayliss, autora de los libros Una pequeña mancha en una gran pared (2017) y Arcos de papel (2020).
Dos cuentos de Lux Bayliss, autora de los libros Una pequeña mancha en una gran pared (2017) y Arcos de papel (2020).
Lux Bayliss
Hermosillo, Sonora, 31 de agosto de 2023 [00:01 GMT-7] (Neotraba)
Uno, dos, tres…
Me escondí detrás del árbol, esperando a que mi amigo llegara hasta el veinte. Mamá no sabía que estaba jugando a las escondidas de ese lado del parque. La podía mirar hablando con otras señoras desde mi escondite. Sólo reía cuando papá no estaba cerca para molestarla.
Los demás niños corrían por el pasto verde y la tierra húmeda. Ellos no estaban invitados a jugar a las escondidas con mi amigo y conmigo. Habían sido malos, se habían burlado de cómo me había vestido mamá, dijeron que podía jugar alejada de ellos, y eso había hecho. Al otro extremo del área de juegos conocí a Sam, mientras jugaba con una pelota que papá me había regalado. La pelota pasaba del suelo a mis manos cuando lo vi por primera vez sentado en una banca. Un nuevo amigo, pensé.
Tenía la misma edad que yo, pero estaba pálido, debajo de los ojos tenía algo que se veía morado y oscuro, algo parecido a lo que tenía papá cuando llegaba tarde del trabajo. Sus manos parecían ramas y su sonrisa daba un poco de miedo. Y eso significaba sólo una cosa… Era un fantasma. Yo tenía la suficiente edad para saberlo, con diez años sabía muchas cosas que los otros niños no, y una de ellas era ver si la gente estaba viva, aunque nunca había visto un fantasma en la vida real.
—Bonita pelota. ¿Es tuya? —la voz de Sam sonaba débil, no tenía todos los dientes como yo. En realidad, me faltaba uno y se me había caído antes de salir de casa. Mamá había prometido que el ratón de los dientes llegaría por él más tarde.
No parecía que Sam fuera hacerme daño, era bastante amistoso y un poco asustadizo. Quería preguntarle desde cuando estaba muerto, pero papá me había enseñado una nueva palabra y era descortés. Papá dijo que a la gente no le gusta que uno sea descortés, así que me quedé callada y con mi cabeza le dije que sí. Era una pelota bastante bonita, dorada con brillos por todas partes, tenía mi nombre y rebotaba alto, más alto que yo. Los otros niños habían intentado quitármela, pero Sam sólo la veía, no se movía de la banca húmeda, de ese lado del parque.
Cuatro, cinco, seis…
Mi pelota se quedó en la banca donde había estado sentado mi nuevo amigo. Si asomaba un poco mi cabeza, podía ver la espalda de Sam. Podía ver los agujeros de sus shorts y su camiseta sucia. Cada vez que oía su voz decir un número pensaba cómo habría muerto mi nuevo amigo. La abuela decía que cuando la gente muerta se queda con nosotros en la tierra es porque tiene cosas que hacer, como visitar a su familia o dar buenas noticias, ¿qué tenía que hacer Sam? Tal vez era jugar, jugar con alguien que entendiera que era un fantasma.
Los árboles siempre habían sido perfectos para esconderse. A veces cuando había pocos niños en el parque, me dejaban estar con ellos y jugábamos a las escondidas. Siempre me ponían a contar a mí hasta el cien y ellos se escondían entre los árboles. Nunca fueron mis amigos y nunca fueron amistosos. No como Sam. Los demás niños me callaban cuando empezaba a hablar, pero mi amigo fantasma, no.
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Mel, como la Miel, pero sin la i.
Mamá siempre decía que tenía una boca muy larga porque nunca terminaba de hablar. Me regañaba cuando sus amigas no nos veían o no nos escuchaban, mamá también decía que sus amigas tenían unas orejas muy grandes.
Tenía miedo de ahuyentar a mi amigo, aunque no estuviera del todo vivo, con mi boca larga.
—Sam.
—¿Cómo los helados Sam?, papá…
—¿Helados Sam?
Había olvidado que mi nuevo amigo estaba muerto y tal vez nunca en su vida había saboreado un helado Sam, y tampoco le habían mostrado la palabra descortés, porque se comportaba como uno. No era bueno interrumpir a los demás.
—Como decía, papá me lleva a veces por uno cuando sale del trabajo temprano, siempre quiero el de Choco Krispis, porque también es mi cereal favorito. Son los helados más deliciosos de todo el planeta, también tienen de chocolate, vainilla, fresa, mazapán…
—Sé que es un mazapán, vendía de esos.
—Es tonto lo que dices ¿Cómo vas a saber que es un mazapán? Tú estás…
—¿Estoy qué?
Papá me había enseñado muchas maneras en las que yo podía ser descortés, como hablar mucho, decir cosas que no les gustan a las personas o escuchar sus peleas con mamá. Decirle a tu nuevo amigo que estaba muerto podría estar en la larga lista que papá había mencionado. No terminar las frases también, pero era mejor que decir aquello. Esa palabra tenía el sabor de las medicinas que debía tomar por las mañanas, era muy mala: Muerte.
—Nada.
Por suerte, no se enojó.
Siete, ocho, nueve…
Su cabello negro y revuelto me dijo que había muerto hacía mucho, pero su ropa me decía que no. La abuela decía que la ropa no tenía época si sabías lucirla. La abuela decía muchas cosas que a mamá y a papá no le gustaban, pero cuando ellos no estaban cerca, la abuela hablaba de todo eso y más.
—Algunas cosas, Mel, no deben saberlas los demás, porque ellos no entienden. No están hechos para comprender los misterios y las bellezas de esta vida.
La abuela me había enseñado a guardar secretos, a cortar en línea recta con tijeras filosas, a saltar la cuerda con dos pies y a decorar una cesta con frutas y flores.
Tal vez cuando Sam fuera al cielo podría conocerla. Podrían juntos decorar cestas y saltar a la cuerda con más personas. Buenas personas, no como los demás niños del parque.
Diez, once, doce…
Mamá desapareció junto con las otras mamás. Sam se encontraba muy cerca del número veinte. ¿Por dónde empezaría a buscar primero? Esperaba que por el área de juegos donde estaban los otros niños, así yo podría correr rápido, muy rápido y ganar el juego. Donde estaban los demás niños y las demás mamás, estaba lejos de donde Sam y yo jugábamos a las escondidas. Había caminado treinta pasos para llegar a la banca donde encontré a mi amigo. Y luego otros cuatro. A la izquierda había una fuente, donde a veces mamá me dejaba tirar una moneda y pedir un deseo; siempre deseaba que mis papás dejaran de pelear, o un poni, o una nueva mochila porque la que tenía para ir a la clase de ballet ya era muy vieja.
—¿Qué has deseado, Mel? —Mamá siempre preguntaba cuando lanzaba la moneda en lo alto de la fuente.
La maestra Margaret decía que mientras más alto tirabas la moneda en la fuente del parque, tu deseo podía cumplirse en realidad. Yo deseaba mucho todas esas cosas, tenía la lista en mi libreta de español. Había practicado mi lanzamiento para cumplir mi lista.
—Un poni, mamá —aunque en realidad, pedía otra vez que ella fuera feliz con papá y dejáramos de ir al parque cada vez que se peleaban.
Tal vez cuando termináramos de jugar, Sam podría pedir un deseo en la fuente y yo le enseñaría a lanzar la moneda.
Trece, catorce, quince…
Existían muchos juegos para jugar, como las correteadas, la gallina ciega y mi favorito, policías y ladrones. Sam no parecía ser un niño al que le gustara correr. ¿Los fantasmas pueden correr? Parecía que no, mi amigo se veía débil y con la piel llena de moretones. Si se movía mucho podría romperse, y los fantasmas no se recuperan tan fácil como nosotros los vivos. Aun así, le pregunté:
—¿Quieres jugar, Sam? Pareces muy aburrido en esa banca, y yo estoy aburrida. Juguemos a algo.
—No creo que pueda, muy pronto vendrán por mí y cuando se den cuenta que no tengo nada, me irá mal.
Los fantasmas eran divertidos y te hablaban de sus vidas, o te mostraban tesoros ocultos, pero Sam era extraño, tal vez no era uno, pero se parecía mucho. Tenía un aspecto fantasmal. Su piel era blanca. Tenía ojos tristes y era muy delgado. Sí, los fantasmas tenían ese aspecto, lo había visto en la televisión una vez.
Mamá y papá decían que uno no debe juzgar a un libro por su portada, pero sin duda, Sam era un fantasma.
—Será un juego rápido, no notarán que te fuiste de aquí. Aparte no iremos lejos, podemos jugar entre los árboles y puedo presentarte a mamá, a ella…
—No me parece buena idea, pueden venir en cualquier momento.
—Podemos jugar a las escondidas y así ellos no van a poder verte. Vamos, suena divertido. Puede ser hasta el veinte.
Muchas amigas de mamá pensaban que yo era muy linda, y que cuando fuera grande tendría un novio muy guapo. Trataba de ser linda con mi amigo, así él jugaría a las escondidas, y si tal vez mamá lo veía jugar conmigo, permitiría que Sam se quedara en nuestra casa.
—Vamos. Vamos a jugar.
No habíamos hablado mucho, pero era el único amigo que tenía. Papá y mamá lo entenderían. Podía vivir en nuestra casa y no molestaría a nadie, porque era un fantasma. Y los fantasmas sólo hablan de sus vidas o te muestran tesoros ocultos.
—Está bien, sólo hasta el veinte. Después volveré a la banca.
Hicimos piedra, papel o tijera, y Sam corrió a ponerse de espaldas en uno de los árboles del otro lado del parque para contar. Corrí rápido y dejé mi pelota en la banca. Me escondí en un árbol cercano, desde ahí podía ver a mamá sentada en el área de juegos.
Oía los números que salían de su boca. Cuando llegara mamá…
Cuando me buscara le presentaría a mi nuevo amigo.
—Diecinueve —la voz de Sam se oía lejos?, veinte.
—Mel, ¿dónde estás? —el grito de mamá se oyó por todo el parque.
Estaba en problemas, tal vez debía haberle dicho que jugaría en esa zona del parque. El juego terminó antes de que Sam se diera la vuelta para buscarme.
—¡Aquí, detrás del árbol!
Mamá se veía asustada y en sus manos sujetaba la pelota que papá me había regalado.
—Mel, ¿qué haces aquí? Te he estado buscando por todo el parque. ¿Qué te dije de moverte sin decirme?, no puedes volver a hacerlo ¿Si te llevan, Mel? No… no podríamos, tu padre y yo…
—Shhh, estoy jugando a las escondidas con Sam, él está contando.
—¿Con quién?
—Con él —mamá me había enseñado a no señalar a las personas, pero mi amigo era un fantasma, y esa regla no contaba para él—. Mi amigo Sam, él es un niño fantasma.
Cuando sus ojos lo vieron dijo algo que no entendí.
—No, Mel. No es ningún fantasma.
11 de octubre a las 6:39 a.m. Lux se levanta con menos uña de lo habitual, la carencia se localiza en el dedo de en medio, resultado de un breve y significante ataque de ansiedad acontecido la tarde anterior.
Entre otros síntomas que adquiere al momento de que el cerebro comienza a despertar se encuentran: la tensión del cuello (que en la probabilidad perdurara hasta el fin de su jornada), la boca seca, la sensación de no respirar correctamente, una incomodidad en la espalda baja, una pregunta peculiar sobre el sueño que tuvo (no sabe si es presagio o engaño, pero de cualquier forma ahí se encuentra la incógnita “¿qué significa?”), sed, un poco de apetito y la lejanía abrumadora del deseo por volver a dormir. Abstinencia de una noche ni buena, ni mala. Sólo abrupta en cotidianidad.
No siente cansancio y tampoco la relajación que es resultado de una reparadora siesta. El punto medio entre ganar y perder. Lo cual, para ella, es peor. El limbo es desagradable. Si de sus preferencias se tratara este texto, el buen sueño estaría a la cabeza, ese en el que sientes los huesos hasta entumecidos.
En dado caso de continuar con la lista imaginaria de preferencias, en segundo lugar se encontraría el cansancio total de cuerpo y mente que permite llegar y dar paso al lugar número uno ya mencionado. Por favor, no nos detengamos más con ello.
Lux siente las punzadas que emite su dedo a falta del cacho de uña. En la misma mano (olvide mencionarlo, es la derecha) también se encuentran algunos rasguños profundos, provenientes de unas diminutas garras afiliadas. Dos líneas curveadas, casi rectas (se convertirían en cicatrices en los próximos dos meses) con costra y contorno rojo. Algún día aprenderá que, aunque el felino en cuestión sea pequeño, es bastante peligroso. Y se podría seguir comentando sobre los bigotes y el pelo anaranjado, los ojos de canica y las siestas por horas que toma el animal tan amado, pero ahora a las 6:46 a.m. del 11 de octubre, Lux decide levantarse sin mucha convicción de la cama. Concentrada en la sensación áspera de sus manos secas, de su garganta seca, de su boca seca y con la clara meta de tomar el vaso que se posiciona en el número uno de la lista imaginaria de preferencias división “Vasos”.
Lleno casi al tope de abastecedora agua. Tibia porque en el cuarto no se prende la refrigeración y las temperaturas sobrepasan los veintisiete grados aun cuando el sol ha decidido marcharse.
El vaso esta encima del escritorio. Fácil y con ritmo, su cuerpo recobra cierto porcentaje de líquido que perdió en bastantes lagrimas durante las primeras horas de la noche. A Lux le toma aproximadamente tres minutos saciar su sed; para cuando checa el reloj en su celular la hora es 6:51 de la mañana del 11 de octubre. Con decepción bloquea el dispositivo, la alarma esta activada para media hora más.
Ante la descarada realidad de no poder volver a dormir y con el pensar que aquellos treinta minutos pudieron haberse aprovechado en cabecear un poco, Lux decide escribir el atraco a su mañana antes de que suene la alarma. Espera que las voces ajenas a su atmosfera salgan de la casa para poder comenzar a usar la pluma. Salen más tardar 7:10 a.m. Las paredes se quedan en paz.
En la fortuna de algunos y la carestía de esta en el caso de ustedes, Lux posee una libreta. ¿Qué escribe, guarda, esconde, bendice y maldice en ella? Es una dicha que no quisiera conocer. Al final esta circunstancia mantiene la libreta con un aura de misterio fácil de olvidar.
Esto liderea la primera posición de la lista imaginaria de preferencias división “Cosas que no debería enterarse la gente ni siquiera los allegados”. Volviendo al foco principal, Lux se propone a escribir en la libreta a medias encubierta, a medias asunto de nadie. Posiciona la punta de la pluma color negro en las hojas de calidad intermedia, su mente se propone a crear una chispa que pueda convertirse en fuego.
Lo que desconoce la protagonista es que tres minutos después de sentarse en la silla reclinable pedida-regalada a sus abuelos (sin entrar en otros detalles) a las 7:15 a.m. del 11 de octubre el dueño de las diminutas garras afiladas produciría una especie de maullido, nota musical quebrada y llanto, avisando el hambre que debía ser saciada por ella y nadie más. Ninguna sorpresa causa que fue interrumpida no sólo por el alimento que reclamaba el felino si no también por el desastre de los desechos apestosos y diversos que había esparcido el susodicho por todo el cuarto que se encontraba enseguida.
Los ojos de canica observaban mientras Lux limpiaba el asqueroso caos. Ni una pizca de compasión se percibía.
La escritura tuvo que detenerse ante la responsabilidad. Sólo alcanza a poner la fecha.
A las 7:30 a.m. la alarma suena, la narrativa se corta, la libreta se cierra y la pluma Bic se guarda. El baño sobre la escritura, el desayuno sobre la escritura, el cepillado de dientes sobre la escritura y arriba de todo, el trabajo encima de la escritura.
Lux tiene que enfocarse en ello. El pan de cada día, los deberes que promete terminar, la puntualidad para alcanzar el bono que le permitirá pagar la colegiatura sin problema y el saco de comida para gato del mes.
Ante la presión, ¿dónde queda el arte del relato? Cuando se necesita tanto tiempo para producir el sustento para el alimento y la vivienda, ¿dónde habita la fuerza que empuja a escribir? Porque Lux quiere crear, poder inspirar a otros con las letras que fluyen a través de ella.
Respira, sale de la casa. El minino no se inmuta ante su ausencia. Otro día que soportar en una vida que no parece tener alguna novedad. En la cual parece que su mente hubiera borrado todos los logros obtenidos. ¿En qué se ha convertido? Un ser de lo común.
Es muy triste. Pobre Lux, ¿verdad? Tengamos lastima por ella.
¿Y saben qué también es? Estúpido. Lux se comporta tonta, desesperanzada. La redacción no es un berrinche, es algo que se trabaja duro y se entrena, como si de correr un maratón se tratará. Lo sé, a eso me dedico. Le pido que respire, exhale y hable conmigo.
Dice que no, ella no puede seguir escribiendo. Lo entiendo. Cede, se marcha. Tomo el control, las riendas que dirigen al caballo.
Así que soy yo quien toma la pluma, saca la libreta y con detalle narro lo que mi compañera no consigue hacer. Existo yo, que nazco de su creatividad.
Para eso estoy yo. La escritura encima de la escritura.
A destiempo, entre ratos, incumpliendo lo demás. Escribiendo sin cuarto propio para finalizar este relato el 11 de octubre sin hora fija.
Lux Bayliss, Hermosillo, Sonora. (2001). Escritora, administradora y conferencista. Ha colaborado y escrito para distintas revistas. Es ganadora de diversos premios, entre ellos el primer lugar en la categoría de cuento corto en el Festival Nacional de Arte y Cultura de los Cecytes (2018). Actualmente se dedica a promover la lectura y seguir escribiendo. Su licenciatura que sigue en curso, lo mismo que la recolección y donación de libros para casas hogares. Libros: Una pequeña mancha en una gran pared (2017) y Arcos de papel (2020).