Salvador Elizondo, grafógrafo raro
Salvador Elizondo, un lonely crab de la literatura, se distinguió precisamente por ser un raro, un incatalogable de las letras mexicanas. El 19 de diciembre recordamos su natalicio.
Salvador Elizondo, un lonely crab de la literatura, se distinguió precisamente por ser un raro, un incatalogable de las letras mexicanas. El 19 de diciembre recordamos su natalicio.
Por Karime Montesinos (@krmxnt) y Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)
Puebla, México, 22 de diciembre de 2020 [02:05 GMT-5] (Neotraba)
Como muchos otros grandes escritores, Salvador Elizondo nació en la Ciudad de México. Esto sucedió el 19 de diciembre de 1932. Su padre, a quien debemos agregar el apellido Pani a su nombre para diferenciarlo del de su hijo, era diplomático y crítico de cine. Salvador Elizondo hijo se convertiría años más tarde en uno de los representantes más icónicos de la literatura mexicana de todos los tiempos.
Rodeado de un contexto intelectual, Elizondo es enviado a estudiar a Alemania durante algunos años de su infancia y juventud. De regreso a América y con la Segunda Guerra Mundial pisándole los talones, se instala en California como estudiante de una academia militarizada. De esta experiencia de educación militar obtendría Elsinore. Un cuaderno.
Pero estos primeros intentos de escritura no se quedarían en un estilo definido para toda la vida. Si algo sorprende de Elizondo es la versatilidad de su obra, pues gira en torno a un sinfín de géneros literarios: poesía, cuento, novela, ensayo, dramaturgia, crónica y periodismo. Es decir, nombrarlo, es nombrar la alta categoría de la disciplina escritural, como quien descubre, a la manera de Rilke, que si escribir no es una condición vital, entonces lo mejor sería abandonar la escritura.
En el año de 1965 publica la ficción de Farabeuf o la Crónica de un Instante, por la cual le otorgarían el Premio Xavier Villaurrutia. La novela se publicaría en la serie El volador, de la editorial Joaquín Mortiz. Más tarde sería traducido al francés por la prestigiosa Gallimard. Entre otros reconocimientos, sería becario del COLMEX, la Fundación Ford y la Fundación Guggenheim. Más tarde se convertiría en docente de la UNAM.
El éxito de Farabeuf no lo condenó a la opacidad del resto de su vasta obra. Los libros de cuentos Narda o El verano (1966), El hipogeo secreto (1968) y El retrato de Zoé y otras mentiras (1969), así como las misceláneas El grafógrafo (1972) y Autobiografía precoz (2000) no serían menos famosas.
No obstante, unas de sus facetas menos comentadas es la del periodismo. Libros como Pasado anterior, Contextos y Estanquillo son el resultado de su paso por columnas en periódicos como Excélsior y Unomásuno desde la década de los ’70. En ellos desataría una grafografía poco apta para periodistas: le reclamarían, según comenta en la presentación de Contextos, que “sus artículos eran demasiado literarios”. En efecto, esta faceta deambula entre la profunda reflexión filosófica, la contemplación literaria y la brevedad necesaria para caber en un diario. La primera FIL Guadalajara, corridas de toros, movimientos estudiantiles y otras actualidades de su época son el objeto de dichas columnas.
Más allá de lo observado en sus obras, siempre buscó una nueva narrativa. Autodefinido como un lonely crab, José de la Colina lo catalogaría como uno de “los marginales o excéntricos o irregulares, en fin, raros” de la literatura mexicana. Contemporáneo de una ola de escritores que precisamente ya decía adiós a Los Contemporáneos, como Sergio Pitol, Juan García Ponce, Alejandro Rossi o Vicente Leñero, Elizondo siempre se mantuvo en la creación literaria como un oficio, como el artesano en pleno desarrollo de un sello distintivo. Él llamaba a ésto “Narrativa Pura”, la cual consistía en “escribir, nada más” y cuyo reflejo vemos ya desde la publicación de Farabeuf.
Dicha independencia lo colocaría como un escritor realmente influyente. Incluso, se hizo pertenecer a una generación de escritores catalogada por Adolfo Castañón como una generación de “mexicanos narradores eminentes atentos al trabajo de la vida interior para la cual el realismo y el naturalismo son objeto de una espontánea sospecha.” Sin embargo, dicha descripción no le impediría entrar a la Academia Mexicana de la Lengua en 1980 y al Colegio Nacional en 1981, instituciones canónicas en la protección de la lengua y el conocimiento.
Este movimiento meramente espiritual y autogestivo de la escritura —quizá impulsado por su enorme apego a la literatura francesa, conocida por vanguardista— lo llevaría a pensarse precisamente como grafógrafo y no como literato o escritor. Además, las letras no serían su único horizonte, también hubo estudio y práctica de la pintura. También, en 1965, Elizondo se lanzaría a la creación cinematográfica pero, al no irle como lo esperaba, regresa a la escritura.
Quizá, de esta apreciación por el lenguaje de la cámara y la imagen en sí misma, resultaría la selección de escritos para Camera Lucida (1983), donde el escritor convierte a las letras en un auténtico laboratorio de develado de la prosa a través de teorías de la composición de imagen. Además, revela una especie de técnica del poeta, a través de una explicación de la sensibilidad en su esplendor de tres dimensiones: la real, la ideal y la crítica. En 2012 se reuniría parte de este ejercicio poético en el ejemplar Contubernio de espejos.
Así, este gesto de dualidad entre la creatividad y la realidad es una lucha donde el escritor o poeta se deja de poner límites en el ejercicio de escritura por la distancia existente entre el mundo interior del autor y la realización de la palabra que le cuesta hacer al hombre en la escritura. Desde el inicio de su trayectoria, Elizondo dejó en claro que sus obras se caracterizaban y determinaban por el reconocimiento de una contraposición que siempre ha existido: la de una realidad objetiva, y la realidad subjetiva.
Basándonos en esto, la tirada del escritor era dejar de estigmatizar el interior que hay entre el escritor y su pluma, esa distancia que siempre hubo y limita a los escritores para crear.