Rockstar
Ficción | Andrés intenta cortarse el cabello por sí solo. Sin embargo, sale mal. Un cuento de Alan Román Méndez.
Ficción | Andrés intenta cortarse el cabello por sí solo. Sin embargo, sale mal. Un cuento de Alan Román Méndez.
Por Alan Román Méndez
Mexicali, Baja California, 2 de marzo de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)
Al costado derecho de la máquina, Andrés lee en letras cursivas y desgastadas: Whal. Su papá le dijo que la había comprado por tres dólares en Calexico. Ahora no las consigues ni por treinta, mencionaba siempre que su mamá la usaba para cortarle el cabello. Se traba de vez en cuando, haciendo un chirrido oxidado y se sobrecalienta con el uso, pero el tutorial nomás dura tres minutos.
Piensa en quitarse la camiseta, es de sus favoritas, aunque sea blanca, porque tiene el logo Golden State. Igual va a ser muy poco cabello. Antes de conectarla hizo el dibujo en su cabeza con un sharpie negro. El logo de Rockstar, la marca de bebidas energéticas, lo había descargado en su celular cuando estaba en su casa. No era muy complicado, una estrella, aunque siempre fue malo con la habilidad manual. El dibujo le quedó decente, sólo era para guiarse.
Apoya la cortadora como en el tutorial y la prende. El zumbido es muy fuerte, más de lo que recordaba. Comienza a empujar con la mano derecha y nota que el corte se hace fácil. Con más confianza sigue la línea quebrada, hasta llegar detrás de la oreja. El espejo rectangular y manchado de seca pasta de dientes, no lo ayuda a ver con precisión, pero puede avanzar sintiendo por donde corta.
Su mamá siempre le corta el cabello, pero esta última vez lo terminó arruinando todo. El cráneo completo a ras, le dijo que para que le durará más tiempo corto, y lo dejó pareciendo uno de esos drogadictos que rondan por las canchas donde entrenan. Recuerda las risas de sus compañeros cuando lo vieron, y no quería ser conocido como el Cocoliso durante las siguientes semanas. Piensa en los “Qué chilo” y “Está bien perro” que se ganaría con la estrella en su cabeza, porque a todos les gusta esa marca, aunque él nunca la haya probado. Recuerda que le dijeron que era como un Gatorade con gas y más azúcar. Imagina el sabor en su boca cuando siente algo que cae y rebota en su hombro.
Voltea a ver y nota parches de sangre en su camiseta, desde su pecho hasta el suelo, donde hay un pedazo de carne. Escucha el chirrido de la máquina mientras se agacha, pero antes de que descifre que es, siente la primera punzada detrás de su oreja derecha.
Apaga la máquina, se toca la oreja con la mano que la sostiene, apenas tienta con los dedos. Se acerca al espejo manchado para verse sin un gran pedazo de la oreja derecha.
—¡Puta madre! ¡Puta madre!
Corre por el pasillo gritando y buscando a su papá, que está sentado en la sala viendo la repetición de Parodiando.
—¿Qué pasó, mijo? —le pregunta sin voltearlo a ver.
—Me corté—su papá voltea lentamente y Andrés se quita la mano de la oreja, y deja ver la herida.
—Su puta madre— su papá lo jala del brazo. En dos pasos llegan al lavabo de la cocina. Intenta poner la herida bajo el grifo, pero la cabeza de Andrés no cabe, así que lo lleva, resbalando por la sangre del pasillo, hasta el baño de nuevo.
Mientras Andrés sigue gritando que le duele, su padre gira sobre sus tobillos para ir por toallas de papel. Cuando levanta el pie derecho escucha cómo algo rebota contra la puerta del baño, lo observa con atención, parece un pedazo de cuero. Andrés vuelve a gritar de dolor y su papá sale de vuelta a la cocina.
—No pasa de unas puntadas —la médica es joven, más joven que él. Él se pregunta si tendría hijos —No pudimos restaurar la oreja porque el pedazo estaba dañado, pero después de la curación, Andrés no debe notar demasiada diferencia —El padre de Andrés le agradece y se sienta para esperar a su hijo. Paula le envió un mensaje para preguntar si lo regresaría a la hora de siempre, había pensado en decirle que estaban en urgencias, pero no quería hacer más problema, así que sólo le respondió que sí.
Andrés se acerca lentamente, caminando como un sonámbulo, siente que la cabeza le punza, aunque no le molesta. Le queda grande la camiseta de un partido político extinto que le trajo su papá para reemplazar la manchada de sangre. Trae una bolsa con los medicamentos necesarios para la curación.
—¿Qué onda? Si se te ve casi igual. ¿Vamos por una nieve?
Andrés frunce el ceño, lo más que le permite su somnolencia, y mira a su papá, que recuerda esa mirada cuando de niño le quitaba un juguete o le decía que ya no podía jugar videojuegos. Baja la cabeza y mira fijamente el logo deslavado de la camiseta.
—Quiero ir a cortarme el pelo. No quiero que mi amá vea el cochinero que me hice.
La puerta del Sentra 1991 rechina. Andrés se siente bien de poder escucharla, por un momento pensó en perder por completo la audición de ese oído, que no podría volver a jugar baloncesto, o en que tendría que usar uno de esos aparatos raros.
Camina hacia la puerta de su casa con las manos temblando, aunque carga su mochila en la derecha con la medicina y su camiseta favorita manchada de sangre. No se da cuenta de que su padre lo sigue, lentamente, por primera vez en dos años.
Cuando la puerta blanca se abre Andrés ya tiene lágrimas en los ojos. Al principio, Paula le sonríe, pero se detiene de pronto.
—¿Qué pasó? ¿Andrés?
—Es que, me quería —la boca se le entume, como el resto de la cara. No puede terminar de explicar lo que pasó. Ella toma su rostro, y por instinto Andrés voltea para que observe su oreja.
—¿Qué te pasó?
—Quería cortarme el pelo —Andrés acerca su cabeza hacia el hombro de su madre.
—Ay, la mentada estrella ésa —le acaricia la cabeza totalmente rapada a su hijo —No te preocupes —Lo levanta y observa las puntadas en la oreja derecha —Nomás fue un pedacito, vas a estar bien.
—Fue mi culpa, fui yo —Andrés comienza a respirar más profundamente. Su mamá le sonríe.
—Métete, te deje Teriyaki en el refri. Ándale, mi van Gogh.
Andrés todavía con la cabeza gacha entra a la casa.
—Las cosas que hacen los morros, ¿no? —El padre de Andrés estuvo detrás de él todo el tiempo, con las manos en los bolsillos, y sigue en esa posición. Paula observa a su hijo dejando la mochila en una silla mientras abre el refrigerador, entonces da un paso hacia afuera y cierra la puerta tras de sí.
Hay gritos en el patio, por lo que el ruido del microondas parece todavía más una bendición para Andrés.