Pequeños grandes lujos
Una libreta puede ser una buena compañera de viaje, incluso si nuestras travesías han comenzado desde que somos niños.
Una libreta puede ser una buena compañera de viaje, incluso si nuestras travesías han comenzado desde que somos niños.
Por Adriana Barba
Monterrey, Nuevo León, 21 de agosto de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
Si estás leyendo esto, estoy casi segura de que tú también amas las libretas, que son un artículo que abunda en tu hogar o en los casos más locos eres como yo y vas al pasillo de papelería para llevarte una a casa aunque no las necesites.
En 1988 mamá y yo –antes de que se diera cuenta que sería la oveja negra de la familia– nos subíamos a la ruta 134 de San Nicolás y nos bajábamos en la Iglesia del Roble, esto en el centro de Monterrey.
15 de Mayo y Colegio Civil son las calles de la gloria, gloria para mí –y en ese momento para mi madre– amábamos caminar entre fayuca china, bueno no te digo qué tanta cosa comprábamos para que no te dé envidia, pero en esas calles uno encuentra de todo y regresábamos a casa felices.
Es fecha –antes de COVID– que los sábados en la mañana antes de empezar mis clases, me podías encontrar ahí entre los pasillos de las bolsas y el maquillaje, plumas de colores y libretas con aroma.
Un poco antes y un poco después, en esas calles, encontrabas las libretas perfumadas, las hojas que tenían figuritas orientales con colores pastel y que desprendían un olor angelical. Cierro los ojos y puedo recordar ese dulce aroma, algunas tenían un candadito y mini llaves y otras eran simples libretas.
Tenía 5 años, caminábamos de nuevo hasta la iglesia para esperar el mismo camión que nos regresaba a casa. Mis manos quedaban impregnadas con el perfume de la libretita y más cuando escribía.
Jamás volví a ver ese tipo de libretas, pero estoy segura que en ese momento nació mi amor por ellas.
En casa siempre tengo mínimo una docena, están en la cocina, en el closet, en la sala, al abrir cajones y me encanta regalarlas. Cuando voy al súper paso por el pasillo de papelería y las admiro, cómo no recordar las de pasta de Jeans, mis favoritas en los 90.
En ellas encuentro mis miedos, mis locuras y mis sueños, mis amores ocultos y mis viajes. Es lindo leer años después lo que juraste que te mataría de dolor.
Un dato que no deja de sorprenderme es que en algunas libretas donde escribo historias que deseo que se hagan realidad, de verdad se cumplen, en contexto diferente claro. Cuando dejé de pensar en eso que tanto deseaba, cuando mis deseos están lejos de eso que había escrito con tanta emoción… se cumplen.
Un pequeño lujo que me doy cada mes es ir a una bodega de libretas en el centro de Monterrey y comprar algo muy parecido a aquellas que tuve en 1988 pero no una, ahora compro por docena, que falte todo menos libretas. Al subir al coche con mi compra, me regresa inmediatamente al ruta 134 con mi mamá de regreso a casa feliz con mi libreta perfumada.