Pasión significa sufrimiento: La enfermedad de amor en Tristán e Isolda
Isaac Gasca Mata ensaya sobre el amor irrealizable en una obra fundamental de la literatura occidental: amores imposibles.

Isaac Gasca Mata ensaya sobre el amor irrealizable en una obra fundamental de la literatura occidental: amores imposibles.
Por Isaac Gasca Mata
Monterrey, Nuevo León, 25 de febrero de 2025 (Neotraba)
“Die Liebe ist ein wildes Tier
Sie beisst und kratzt und tritt nach mir”
Rammstein
La dolencia de amor es una emoción universal, pues sin importar la edad, el género, la constitución física, la condición socioeconómica o cualquier otra característica del individuo, el amor se sufre, a veces, más que la muerte de un ser querido. A lo largo de la historia miles, quizá millones, de productos culturales han tratado el tema del desamor ya sea como canciones, películas, pinturas, esculturas, dramas, cómics, etc. En este sentido la literatura no está desprovista de historias cargadas del sentimiento disfórico propio de la ruptura amorosa.
Se cuenta que existen seis o siete grandes temas en la literatura universal de los cuales uno de ellos es el amor/desamor. Ejemplos del tópico abundan en los textos europeos clásicos, entre los que destacan: Romeo y Julieta de William Shakespeare; Orlando Furioso de Ludovico Ariosto y, el hermoso poema medieval, Tristán e Isolda. Éste último desde el inicio anuncia la atmósfera trágica que acompañará los amores del caballero Tristán con la rubia Isolda y, por tanto, lo tomaremos como materia de análisis en el presente artículo.
Tanto en la versión de Béroul(S. XII), como la de Thomas(S. XII)y aún la del medievalista Joseph Bédier (1900), el narrador de Tristán e Isolda comienza cuestionando al lector: “¿Quieren ustedes oír una hermosa historia de amor y de muerte? Es la historia de Tristán y de Isolda la reina. Oigan cómo con mucha dicha y con mucho dolor se amaron y terminaron muriéndose el mismo día él por ella y ella por él.” (Bedier, 9).
El relato de estos amantes literarios cuenta desde el inicio con la sintomatología de la enfermedad de amor expuesta por Eukene Lacarra Lanz en su ensayo El amor que dicen hereos o aegritudo amoris pues se trata de un amor inmenso, correspondido por ambas partes, pero motivado por beber erróneamente un filtro mágico que obligaría a la pareja que lo tomara a amar de manera febril a quien tuviera enfrente. Tal hechizo estaba dirigido para que el rey Marco, tío de Tristán, tuviera felices nupcias con Isolda, pero al equivocarse y beber Tristán e Isolda la sustancia, los amantes caen rendidos al infortunio, la calamidad y la muerte[1].
Al principio la historia es un feliz compendio de sentimientos exacerbados que llenan de regocijo a los amantes y no les dan tregua en la alegría recíproca que sienten al estar juntos[2], pero conforme avanza la envidia que profesan a Tristán algunos cortesanos del rey Marcos cambia el tono de la trama hasta convertirla en un ejemplo de la aegritudo amoris, enfermedad de amor, por la melancolía que domina la vida de los amantes:
Era opinión generalizada que las alteraciones de la bilis negra (el humor melancólico) podían ocasionar perturbaciones psicológicas, entre las que se destacan el miedo, la depresión y la locura, las cuales, a su vez, producían efectos somáticos colaterales. Se creía que la afección de la bilis negra enfermaba el cerebro y que éste, que se consideraba el órgano rector del cuerpo y el asiento de los afectos y de las emociones, llevaba esta alteración mental al corazón, el cual, a causa de las venas que lo circundaban, sentía el dolor y sufría una violenta convulsión espasmódica.” (Lacarra Lanz, 2015, en Cahiers d´études hispaniques médiévales No.38)
Un amor que los somete y los encamina al sufrimiento y la locura es el leit motiv de la unión entre Tristán e Isolda. Cuando el rey Marco se percata de la relación no del todo honesta entre su caballero favorito y su consorte los celos lo obligan a desterrar a Tristán a pesar de que el héroe arriesgó la vida en varias ocasiones para beneplácito del monarca, tanto en la batalla contra el Morholt, como en el viaje por mar para pedir la mano de Isolda. A partir de ahí los amores de los protagonistas se tornan dolorosos y representan lo expuesto previamente por Lacarra Lanz.
Y, sin descanso, en el ardor de la fiebre, el deseo lo arrastraba como a un caballo desbocado hacia las recias torres que guardaban a la reina. Caballero y caballo se estrellaban contra los muros de piedra, pero caballero y caballo repetían sin cesar la misma cabalgata.
Enclaustrada, detrás de esas torres, Isolda la Rubia también languidece, más desgraciada aún, pues entre esos extraños que la espían todo el día tiene que estar risueña, fingiéndose feliz; y por la noche, acostada al lado de Marco, tiene que dominar la agitación de sus miembros y los estremecimientos de la fiebre. (…) Si nadie los socorre pronto morirán los amantes. (Bédier, 50)
En su conocido ensayo Amor y Occidente, Denis de Rougemont dedica parte de su investigación al mito amoroso de Tristán e Isolda y entre las reflexiones que el medievalista comparte encontramos una que se ajusta a la desesperación originada por un amor inconcluso. Además, conjetura acerca del porqué los amores desgraciados son más fértiles en el campo literario que los amores realizados. Según Rougemont parece que se necesita del sufrimiento para que una ficción erótico-afectiva sea memorable.
El amor dichoso no tiene historia. Solo pueden existir novelas del amor mortal, es decir, del amor amenazado y condenado por la vida misma. Lo que exalta el lirismo occidental no es el placer de los sentidos, ni la paz fecunda de una pareja. No es el amor logrado. Es la pasión de amor. Y pasión significa sufrimiento. (Rougemont, 15)
Tristán e Isolda jamás tendrán un “amor logrado” porque ella es la esposa del rey y, por tanto, tía de Tristán. El tema de este poema es de múltiples maneras inmoral pues atenta contra los valores medievales de inspiración cristiana ya que toca temas como el adulterio, la infidelidad, el incesto en segundo grado, el suicidio y la muerte. Aunado a ello, no olvidemos que en la época de su producción, siglo XII aproximadamente, entre los trovadores que cantaban y difundían la leyenda que dio paso al poema existía la idea del amor cortés[3] que tenía ciertas instrucciones para vivirse y una de ellas exigía que los caballeros no consumaran el amor por una dama con matrimonio para evitar que la convivencia diaria disminuyera la urgencia de amar.
El caballero debe estar bien educado, haber recibido dicha instrucción preparatoria y llevar una señal que la dama identifique como marca especial que lo distinga del resto de los hombres. Como dice Isolda a Tristán, a quien reconoce a través de su disfraz: “Me fío de quien lleva esta señal”. Este signo indica que él posee las virtudes imprescindibles para cultivar el amor cortés: mesura, disposición de servicio, capacidad de realizar proezas, templanza en la espera, secreto, castidad y gracia o merced. (La Cruz, 25)
El protagonista viril de la trama cuenta con las características anheladas por los cultivadores del amor cortés. Tristán sabe esperar el momento propicio para encontrarse con su amor en los jardines del rey Marco, realiza proezas por ella como cuando la rescató de los leprosos luego de que Marco, ciego de ira, permutara el castigo de la hoguera por entregar a la rubia Isolda a la lujuria de un grupo de mendicantes, incluso Tristán se mantiene casto aun cuando, lejos de su bella Isolda, decide casarse con Isolda, la de las blancas manos, tocaya de la primera[4].
La obra cumple con las particularidades del amor cortés. Quizá por eso cuando Tristán e Isolda viven en el bosque del Morois como pareja estable es cuando se aburren de su convivencia diaria y bajo la excusa de la escasez de prendas y buen alojamiento deciden separarse para volver cada uno a su vida anterior con la esperanza de, a través de la distancia, reavivar el amor. Tristán cazaba e Isolda arreglaba el rudimentario refugio que los mantenía en un nivel apenas más elevado que el de las bestias. No obstante, la pobreza no es el motivo de su separación; la ruptura de la pareja se da en los términos en los que el amor cortés declara imperfecta una relación que anhela ser del todo idealizada. Al respecto de este concepto Luis G. La Cruz comenta que:
La consumación del deseo mata al amor, que nada tiene que ver con la convivencia y el matrimonio. La intimidad física no permite a la pasión seguir creciendo hasta desarrollar todo su potencial transformador. (…) El amor así concebido es una religión transformadora de interioridad, el medio para activar una alquimia espiritual que conduce a un estado superior de conciencia. (La Cruz, 35)
Atribuimos a los practicantes del amor cortés esta noción de amor idealizado pues al principio de la aventura en el bosque de Morois, una vez que Tristán rescata a su adorada de las garras purulentas de los leprosos, los amantes aseveran sin empacho frente al ermitaño Ogrín que el delicioso licor nos embriaga de tal manera que yo preferiría mendigar toda mi vida por los caminos y alimentarme de hierbas y de raíces con Isolda, que sin ella ser el rey de un poderoso reino. (Bédier, 72)[5].
Al inicio todo marcha bien. Parece que durante tres años[6] el mundo premia a los jóvenes, pero después de que el rey Marco los encontrara en su refugio del bosque, con una espada en medio de sus cuerpos, y les perdona la vida, Isolda y su amante tienen simultáneamente una idea que devasta su amor:
¡Llegué yo y, ¿qué hice? ¿No debería Tristán vivir en el palacio del rey, con cien donceles rodeándolo y a su servicio, pertenecientes a su casa, y que luego él pudiera armarlos caballeros? ¿No debería cabalgar por las cortes y las baronías en busca de aventuras? ¡Pero, por mí, olvida toda caballería, exiliado de la corte, perseguido por este bosque, llevando esta vida salvaje! (Bédier, 82)
Tristán responde a su dama: Y no pensaría en esta separación, Isolda, si no fuera por la miserable vida que soportas por mí, desde hace tanto tiempo, bella, en este despoblado. (Bédier, 83). Tal afirmación se contrapone a los estatutos del amor cortés y, por tanto, como castigo se desencadena la segunda parte del poema, donde la felicidad erótica de los amantes se transmuta en un terrible dolor:
–Señor Tristán, que Dios os socorra, pues habéis perdido a la vez este mundo y el otro, porque al que engaña a su señor lo deben descuartizar con dos caballos y quemarlo en una hoguera; y en la tierra en donde caigan sus cenizas no crecerá jamás ninguna hierba, y cultivarla sería inútil; los árboles, como todo lo verde, mueren allí. ¡Tristán, entregadle la reina a quien la desposó según la ley de Roma! (Bédier, 72).
A partir de ese momento el dolor es una fuente inagotable de la que beben los amantes. Su idilio se convierte en un trágico testimonio de las miserias que los seres humanos son capaces de soportar por no renunciar al vínculo con el ser amado. En la actualidad se discute mucho acerca de lo pernicioso que es el amor idealizado. No obstante, en la Edad Media ese mismo amor iluminado se concebía más como una tarea heroica que como un rasgo negativo en las relaciones interpersonales. Vivir el amor y soportar las cuitas era una tarea exclusiva de los nobles porque su vida acomodada les permitía tener la energía y el tiempo suficiente para hundirse durante mucho tiempo en su tristeza. Caso contrario en la gente humilde que, aunque estuviera triste, tenían otras preocupaciones en qué invertir su tiempo tales como llevar alimento a la casa, sembrar el campo y cumplir con las encomiendas que el señor feudal les encargara. Con tantas actividades apenas tendrían tiempo para hundirse en su estado melancólico. Recordemos que Tristán era un caballero de la corte del rey Marco e Isolda, la reina. Si el caso fuese que Tristán de nacimiento hubiese sido vasallo o plebeyo o Isolda lavandera o vagabunda, difícilmente sufrirían lo que padecieron por amor. La enfermedad que llaman hereos no era para espíritus vulgares según la visión medieval.
“En efecto, la enfermedad se llama hereos porque se dice que sufren más de ella los nobles por la vida rica y regalada que llevan, ya que el descanso y el mucho dormir facilita la acumulación de restos de la digestión y eso aumenta la bilis negra que causa la melancolía. (…) Los pobres no tenían esta disposición (…) no padecían de amor hereos sino de nimis amor.” (Lacarra Lanz, 2015, en Cahiers d´études hispaniques médiévales No. 38)
El amor cortés arraigó en las clases pudientes del feudalismo, los que tenían el tiempo y los medios para sufrir durante años la aegritudo amoris. En este sentido, tanto en el poema medieval como en la ópera homónima de Richard Wagner encontramos la expresión de un par de amantes frustrados por la separación y el eco cultural de la clase social dominante.
“¡El filtro! ¡El filtro!
¡El terrible filtro!
¡Cómo me penetró con furia
desde el corazón hasta el cerebro!
Ahora ninguna medicina,
ninguna muerte dulce,
podrá librarme
de la tortura del anhelo;
en ningún sitio, ay, en ningún sitio
encontraré reposo…” (Wagner, 129)
Por todo lo que representa el poema de Tristán e Isolda, la fuerza pasional y emotiva que lo sostiene es tanto o más compleja y digna de admirar que la historia de los amantes de Verona imaginada por William Shakespeare. Incluso, el final donde los amantes mueren con diferencia de minutos es compartido por ambas historias. Tanto Romeo y Julieta como los protagonistas del poema medieval que analizamos sufren y se autodestruyen por la enfermedad de amor. Por ello, tiene sentido lo que afirma Denis de Rougemont: “Pasión significa sufrimiento, cosa padecida, preponderancia del destino sobre la persona libre y responsable. Amar el amor más que a su objeto, amar la pasión por sí misma (…) amar y buscar el sufrimiento.” (Rougemont, 51).
La noción de pasión en Denis de Rougemont tiene concordancias con la propuesta por el filósofo Aristóteles cuando argumentó que “la pasión amorosa es una enfermedad porque altera los sentidos y da lugar a perturbaciones mentales y somáticas causadas por un deseo grande de reproducción y también por el calentamiento de la sangre que rodea al corazón.” (Lacarra Lanz, 2015, en Cahiers d´études hispaniques médiévales No.38)
A pesar de todas las advertencias de un final desagradable los amantes prosiguen en la búsqueda de su felicidad que, paradójicamente, los conduce a la autodestrucción. Tristán e Isolda es un clásico universal porque esa misma historia, con distintos matices, se repite millones de veces diariamente alrededor del mundo. Ya sea un amor adolescente, de juventud o adulto, la ruptura duele hasta las lágrimas. Rara es la persona que no haya sufrido al menos una vez en su vida los estragos que el amor deja cuando termina: la miseria, el llanto, las ganas de morir.
Otra historia medieval conmovedora del loco amor convertido en ruina es Abelardo y Eloísa que terminó con la castración del clérigo cuando el tío de Eloísa se enteró del nacimiento del hijo de ambos, Pierre Astrolabe:
“Para vengarse, este funcionario eclesiástico contrató a un grupo de matones a sueldo para que castigaran al osado amante cercenándole los genitales. Entraron de noche a la casa de Abelardo. Mientras dormía, soñando tal vez con su hermosa Eloísa, lo sujetaron con las piernas abiertas y lo castraron con un cuchillo romo…” (Béjar, 83)
Mitos, leyendas, novelas o poemas, tanto europeos como mesoamericanos o asiáticos, todos hablan del aegritudo amoris, sus síntomas y sus consecuencias. Más o menos por la misma época de producción de Tristán e Isolda, en el México antiguo, específicamente en Tenochtitlán y Cholula, se difundía la historia de amor entre Popocatépetl e Iztaccíhuatl: el primero un guerrero, la segunda una princesa. Ambos mueren de amor luego de su separación. El diagnóstico: la enfermedad de amor en los nobles.
“Los síntomas más característicos son la depresión, la pérdida de apetito, el insomnio, la incapacidad de concentración, la ansiedad, el malestar general, todo ello acompañado de problemas cardiorrespiratorios, fiebre, arritmia y pulso desordenado. Los enamorados se reconocen fácilmente por la idealización del objeto amado, por su tendencia al retiro y a la soledad, por los cambios bruscos de humor, la palidez y el hundimiento de los ojos.” (Lacarra Lanz, 2015, en Cahiers d´études hispaniques médiévales No.38)
El amor idealizado trae problemas de codependencia[7]. No obstante, sería ingenuo juzgar el sentir de una época desde la visión de otra, luego de más de nueve siglos que transformaron la cultura de modos inimaginables. Aunado a ello, en su momento el amor cortés representó la libertad de elegir estar con quien se ama, casarse, tener hijos y prosperar al lado de la persona a la que libremente decidimos unirnos y no estar sometidos a los designios de un señor feudal, o un sacerdote, que eligiera por nosotros a la pareja ideal. De ese amor libre, poderoso y extenso se han escrito bellos libros: La balada de Max y Amelie, de David Safier, La bendición de la tierra, de Knut Hamsun, o El amante de la China del Norte, de Marguerite Duras. Aunque es cierto que abundan más los que expresan el aegritudo amoris: El diablo en el cuerpo, de Raymond Radiguet, La amortajada, de María Luisa Bombal, o Son de mar, de Manuel Vicent.
En conclusión, la literatura es un reflejo de las condiciones socioculturales en un momento irrepetible de la historia. Quizá algunos aspectos de Tristán e Isolda nos parezcan aberrantes con nuestra visión del siglo XXI, pero ¿cuáles comportamientos nuestros parecerían una locura a las personas del siglo XII? o ¿cómo nos verán las generaciones futuras? Ahí quedará nuestra literatura como una ventana a las costumbres amorosas que hoy nos enorgullecen y reproducimos[8], tal como alguna vez Tristán e Isolda representó el mayor ideal en la lucha por la libertad de amar.
BIBLIOGRAFÍA
BÉJAR, Marian (2006) Enigmas de los amantes más grandes de la historia. México. Ed. Tomo
BÉROUL; THOMAS (2010) Tristán e Isolda. México. Ed. Conaculta
BÉDIER, Joseph (2009) Tristán e Isolda. México. Ed. Norma
ETXEBARRÍA, Lucía (2017) Más peligroso es no amar. Poliamor y otras formas de relación sexual y amorosa en la actualidad. México. Ed. Aguilar
LACARRA LANZ, Eukene (2015) “El “amor que dicen hereos” o Aegritudo amoris”, en Cahiers d´etudes hispaniques médiévales No. 38 (2015)
LA CRUZ, Luis G. (2003) El secreto de los trovadores. De la magia erótica al amor romántico. España. Ed. Año Cero
ROUGEMONT, Denis de (2001) Amor y Occidente. México. Ed. Conaculta
WAGNER, Richard (2008) Tristán e Isolda. México. Ed. Tomo
[1] “En cuanto llegue el momento de la noche nupcial, en el instante preciso en que queden a solas los esposos, vierte este vino de hierbas en una copa y preséntasela a ellos para que lo beban. Asegúrate, muchacha, de que sólo ellos lo beban, porque este filtro tiene la virtud de hacer que los que lo prueban se amen para siempre, en la vida y en la muerte.” (Bédier, 37)
[2] “El amor los arrastra, como la sed al ciervo hacia el río a beber, o como el gavilán que, después de un largo ayuno, se lanza de repente sobre su presa. ¡Ay!, al amor no se le puede controlar; el amor no puede ocultarse.” (Bédier, 47)
[3] En el ensayo “Tristán e Isolda, novela de amor trágico”, la investigadora María del Rosario Aguilar Perdomo explica a grandes rasgos en qué consiste el amor cortés: “A finales del siglo XI, en Provenza, al sur de Francia, surge el amor cortés, que es una manera estilizada de amar que busca un amor contenido que va más allá del simple deseo sexual. El amor cortés, que se convierte en moda literaria, hace posible el refinamiento de las costumbres y promulga una ética de comportamiento traducida en una noble manera de amar que hace más virtuosos a los enamorados. Este amor, unido a los códigos de cortesía y a los ideales caballerescos, hace posible que el hombre se integre a la sociedad caballeresca. Una y otra vez las obras literarias medievales van a volver la mirada sobre este asunto trascendental para una sociedad que anhelaba la obtención de la condición noble del ser humano a través del sentimiento amoroso. No obstante, este deseo, el amor cortés idealizaba literalmente el adulterio, en tanto que en la realidad social de la Alta Edad Media el matrimonio no tenía nada que ver con el amor” (Bédier, 23)
[4] “-Querido señor, ¿te ofendí en algo?, ¿por qué no me das ni siquiera un beso? Dímelo. Haz que conozca mi culpa y que la enmiende si puedo.
-Amiga, le dijo Tristán, no te encolerices, pero hice una vez una promesa. No hace mucho, en otras tierras, luché contra un dragón y cuando estaba a punto de morir, me encomendé a la madre de Dios y le prometí que si por su gracia me libraba del monstruo, si algún día me casaba, no poseería a mi esposa ni la abrazaría durante todo un año.
-Siendo así, dijo Isolda la de las Blancas Manos, yo lo soportaré con paciencia.
Pero cuando por la mañana, al siguiente día, sus doncellas le pusieron la camisa de las recién casadas, ella sonrió tristemente y pensó que no merecía tal aderezo” (Bédier, 118)
[5] “Sólo comen carne de animales salvajes, que les parece insulsa porque no tiene sal. Empalidecen y se adelgazan y, desgarrada en las zarzas, la ropa se les cae a pedazos. Pero no sufren porque se aman.” (Bédier, 71)
[6] Los últimos avances en materia de psicología afirman que el amor dura aproximadamente entre tres y siete años. Y si después la pareja continúa junta se debe a convenciones sociales o metas comunes o hijos, pero hay una considerable baja en el deseo y la pasión que protagoniza la pareja. Es decir, el amor tiene fecha de caducidad. Tristán e Isolda cumplen exactamente este tiempo viviendo solos en el bosque. “Los expertos hablan de un tiempo comprendido entre los cuatro y los siete años. La explicación a esa revolución es tanto antropológica como biológica. Las teorías antropológicas afirman que nuestros antepasados formaban una pareja porque la cría humana tarda mucho tiempo en ser independiente y necesitaba en sus primeros años de vida a dos adultos para hacerse cargo de sus necesidades: uno que la cuidara y otro que buscara alimento. Cuando la criatura llegaba a los tres años ya no era necesario que hubiera dos personas ocupándose, así que, a no ser que se tuviera otro hijo, no hacía falta que la pareja siguiera junta. La cría de tres años ya puede andar, y su madre no tiene que cargar con ella a todas horas. Es decir, la programación se inicia cuando la pareja empieza a copular. Entonces hay un desbordamiento de hormonas que provocan el enamoramiento. Esas hormonas se siguen desbordando durante cuatro años más o menos.” (Etxebarria, 89)
[7] “Estoy extenuado y vencido. ¿De qué me sirven tantas aventuras? Mi dueña está lejos; jamás la volveré a ver. En estos dos años, ¿qué no habré hecho para olvidarla? Y de ella ni un solo mensaje (…) ¿no olvidaré a quien se olvida de mí?, ¿no encontraré a alguien que alivie mi desdicha?” (Bédier, 112)
[8] “En esta sociedad tan frenéticamente consumista en la que cambiamos de trabajo cada dos años, de coche cada tres, de teléfono celular cada uno, de computadora cada dos… ¿por qué vamos a querer tener siempre el mismo modelo de amante? Los cuerpos de los demás no son sino una mercancía más de la que puedes desprenderte, desecharla, desconectarla. Los vínculos duraderos despiertan ahora la sospecha de una dependencia paralizante, no son rentables desde una lógica del costo-beneficio (…) Vivimos en un mundo (…) de lo superficial, de lo banal, de lo rápido, de lo efímero, de lo frenético, de lo instantáneo. De los acostones rápidos (…) De la novedad y el consumo. Del uso y el descarte. Se sustituye el amor por el sexo, la calidad por la cantidad. Las relaciones de pareja se han vuelto tan frágiles que parecen de cristal.” (Etxebarría, 22).
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