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Portada de Dispárenme como a Blancornelas de Daniel Salinas Basave
Portada de Dispárenme como a Blancornelas de Daniel Salinas Basave

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

Escribir es un acto de transición del caos a lo bello: sentarse en la soledad de un cuarto o encontrar el silencio adecuado en un sitio abarrotado de gente –un café, por ejemplo– para hilar algunos párrafos representa una tarea laboriosa y libre de fórmulas: semejante a hacer una artesanía: el proceso se modifica constantemente obligando a la reinvención y a la perpetua transición de mecanismos para concebir un texto más o menos presentable. Por algo la palabra “texto” significa entretejido de palabras –escritores como Alberto Ruy Sánchez lo ha entendido y se ha denominado como un artesano de las palabras–.

En primera instancia, uno escribe por uno mismo; ciertamente, para que el texto pueda ser considerado literatura o no debe mostrarse, lo dijo Juan Villoro: un libro es una obra de arte en potencia. Del por qué mostrar al mundo un texto que nació en un acto de intimidad tiene muchas razones, de entre todas encuentro como la más noble darle otros matices a la realidad del posible lector, cada vez creo menos que la literatura pueda cambiar al mundo, pero sí arrojar herramientas útiles para sensibilizarnos en un mundo industrializado, entendernos individual y colectivamente y conducirnos a la sublevación. Así que de alguna forma sí altera sociedades, sólo que lentamente, una idea similar –por supuesto mucho más lúcida– manejó Vargas Llosa en su ensayo Un mundo sin novelas (clic).

 

Por otro lado, escribir y publicar con el propósito de ser leído y reconocido es un error producto del ego, problema perteneciente al mundo contemporáneo: en múltiples entrevistas, José Emilio Pacheco contaba que antes de los 70´s era impensable una feria del libro con autores firmando ejemplares. Ahora pasa que en muchos lugares, tristemente pareciera que importa más la presentación y lo que el autor diga así como múltiples fotos para los medios que el mismo libro.

 

Afortunadamente, el tiempo nos filtrará todo lo que sí vale la pena leer de lo que actualmente se publica.

Introducción larga que no he podido recortar para presentar los cuentos del libro Dispárame como a Blancornelas de Daniel Salinas Basave (Nitro Press, 2016), en donde se presentan personajes con sed de fama por su trabajo en la literatura o el periodismo. Sus búsquedas de un trozo del pastel que les fue negado o su acceso a éste sólo para darse cuenta de lo podrido que está es el efecto de unidad del libro: el hilo invisible que une una historia con otra. Se trata de seis cuentos: “Dispárenme con a Blancornelas”, “La reina de los hielos en Maclovio Herrera”, “Belén Arazaluz sueña que mata a George Bush”, “Cita con la historia” “Península Jano” y “Muerte accidental de un pasquinero”, aunque elaborados con estructuras narrativas un tanto similares, casa historia tiene algo por contar: su propia experiencia del fracaso. Así, mientras en un relato un hombre planea su propia muerte como un asesinato perpetuado por el crimen organizado para obtener reconocimientos póstumos en su fracasada labor periodística, otro pierde su oportunidad de cubrir una historia verdaderamente trascendente –el asesinato de un candidato presidencial– por tratar de conquistar a su compañera fotógrafa.

 

El libro no es un regalo a los lectores que también escriben, Daniel Salinas Basave ha lanzado al aire indirectas para todo aquel al que le quede el saco con más de una historia y las intenciones irrisorias de los personajes que las habitan. Para el lector que no escribe se trata de un atisbo de una parte del mundillo literario: personas pretenciosas y entornos mafiosos.

 

Sin duda el mejor detalle es el humor ácido con el que trata las historias, se agradece que vuelva más ligera la lectura, y que haga de un tema recurrente –el proceso de escritura, el escritor ante su obra– un tema con muchas cosas por contar todavía.

Algo destacable son la extensión de las historias, en Dispárenme como a Blancornelas no aparecen cuentos cortos, todos son relatos largos que logran mantener el nivel de tensión alto, en la mayoría las estructuras se repiten pero no dejan de ser interesantes: el personaje cuenta un suceso del pasado inmediato –como que Belén Arazaluz, reportera de un periódico, acaba de soñar que mata a George Bush– suficiente para amarrar al lector, y a manera de intermedio ofrece los antecedentes suficientes sobre cómo el personaje llegó a cierto lugar o terminó en alguna situación –Belén fue enviada porque el dueño del periódico estaba harto de los caprichos habituales del reportero que cubría eventos políticos; cuando Belén le cuenta a su amiga ésta le sugiere que asesine al presidente del gabacho, de ahí deriva el sueño y el posterior dilema–.

Hacia el final, las narraciones suben hasta robarnos el aliento. Y aun con lo largo, las historias están bien sintetizadas, ningún detalle sobra, nada es capricho del autor, todos los elementos y acciones que aparecen en cada una de las historias tienen su por qué; el cuento más largo, “Muerte accidental de un pasquinero”, en sus 59 páginas no se agota, no cae en detalles perezosos y el final no deja de ser abrumador. Leer el cuentario inevitablemente me recordó al ensayo de Carlos Velázquez “La irresistible renovación del cuento” (clic), que habla un poco de las extensiones:

 

“…en México los volúmenes de cuentos tienden a no rebasar las ciento cincuenta páginas. Broadway Express (Cal y arena, 2011) tiene 279. Por supuesto el número de páginas no determina la calidad. Pero Broadway Express comenzó a socavar ese tabú que existía sobre la extensión del libro de cuentos. Un libro del género con más de doscientas páginas ya no resulta antiestético.”

 

Basave es un buen ejemplo de la eliminación de ese tabú. Su libro cuenta con 190 páginas.

Se trata de un volumen de cuentos que desgraciadamente –lo digo por la parte del crimen– no caducará, el cuento “La reina de los hielos en Maclovio Herrera”, es muestra de ello: trata de una best seller sueca de novela policiaca que visita la feria del libro de Maclovio Herrera, en donde se entera del alto índice de mortalidad e impunidad que azota al país. Imposible de pensar en un país primermundista como Suecia. La crítica es contundente:

 

“No puedo considerarme fanático de la narrativa escandinava. Hace tiempo leí un libro de Henning Mankell y después cayó en mis manos el primer ladrillo de Stieg Larsson. Me pareció una narrativa fresa y pudibunda. No exagero si afirmo que en unos cuantos párrafos de mis historias hay más muertos que en toda la literatura Escandinava. Mankell abusa de las reflexiones y nos regala sangre en gotero. En 100 páginas, lees 200 y tan solo hay un muerto que tiene volteada la cabeza a toda Suecia. Si hay dos muertos entonces ya es escándalo nacional. ¿Sabrá Mankell que un día con sólo dos muertos sería considerado apacible en Ciudad Juárez?” (Pág. 39)

 

Es un libro que hay que leer con sed, con ganas de encontrar una pieza clave en la creación cuentística más demoledora de los últimos años. Es también una invitación para leer a otros 6 autores: cada cuento inicia con un epígrafe igual de contundente que el relato.

Un libro para devorar y luego degustar.

 

Dispárenme como a Blancornelas, Daniel Salinas Basave (Nitro Press, 2016). Ciudad de México, México.

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