Por Gilberto González Morán
Esta semana estuvo llena de fuertes emociones, tanto futboleras como de participación social. El domingo 8 de mayo, miles de mexicanos fueron parte de la marcha convocada por el poeta Javier Sicilia a favor de la paz, durante este transitar rumbo al zócalo chilango, el poeta respondió a la prensa y puso en su lugar a varios políticos, desde los panistas y priistas que defienden a ultranza las acciones del gobierno federal en contra del narcotráfico, hasta la contradictoria izquierda mexicana —sólo me refiero a una parte del PRD— que ha hipotecado su credibilidad ante la sociedad.
Estamos ante una crisis de las instituciones sociales. Los partidos políticos han perdido legitimidad, —aunque no sé si en algún momento la tuvieron— y ante esta situación es alentador el surgimiento de un movimiento de estas características, encabezado por un poeta, esto lo hace más interesante. Es definitivamente plausible lo que ha hecho Sicilia. Hay que estar informados.
Con la caída de las instituciones y del país en general, los aficionados al futbol se desbordan de pasión por sus equipos, ejemplo de esto, es lo que sucedió en León, en donde hubo varios heridos.
No pude alejarme de la realidad futbolera, y presuroso en mi troca, llegué a casa de Pilar para ver el partido entre los Pumas y el Monterrey. No importaron los incómodos silencios que me disparó —todo por llegar tarde y con chelas al mismo tiempo—, no pude más y me diluí en ese ambiente. Primero, un gol de palomita del Chispa Velarde, después David Fuentes terminó por liquidar al Monterrey. En ese momento me sentí pleno, los Pumas estaban en semifinales. (La marcha todavía no llegaba al zócalo).
Nunca me enteré del trayecto de la marcha hasta el día siguiente por la prensa escrita. Me declaré victima de la enajenación una vez que leí el periódico. ¿Cómo fue posible? Me tomó un par de minutos superar mi autocrítica.
El jueves la frustración mojó los cigarros que ya me había fumado. Una tremenda falla del portero de Pumas le regaló el empate a las Chivas cinco minutos antes de que terminara el partido. Todo esto empezó por arruinar mi semana y otra vez la misma pregunta ¿cómo es posible?, sólo es futbol.
Desde pequeño al único equipo al que sigo con fervor es a los Pumas. Ahora en este afán de explicarle a mis alumnos mi afición a este equipo, encontré un argumento escuálido, casi irreal, pero en ese casi me gusta imaginarlo: los Pumas son el equipo de la gente crítica, todos sus seguidores por lo menos compramos el periódico y la gran mayoría somos universitarios —a un buen amigo le argumenté lo mismo pero me desarmó al recordarme que López Dóriga también es seguidor de los universitarios.
Alguna vez dijo Maradona que Bilardo, director técnico de la selección de Argentina, antes de enfrentar a los ingleses en el mundial de México ‘86, para animar al equipo aseveró: “Cada gol que metan representa a un argentino caído en las Malvinas”.
El último campeonato de los Pumas, en el dos mil nueve, fue como robarle un caramelo a Felipe Calderón, ya que nunca oculto su apoyo al equipo rival: el Pachuca. Finalmente hubo algo más que futbol en la cancha.
En este idilio final, puedo concluir con dos muy buenas noticias. En México se está gestando un movimiento pacífico importante cuyas exigencias son válidas y sobre todo básicas para la convivencia entre los miembros de una sociedad, esperemos que siga creciendo; y la otra noticia buena, no para todo el país, ni para todos los mexicanos, sino para el futbol mexicano —y por supuesto para mí— que los Pumas están en semifinales.
Ah, también es bueno que las Chivas estén en semifinales —lo digo sólo porque tienen a jugadores muy buenos, mexicanos y muy jóvenes.
Hubo un momento en que creí que era importante estar informados, y que me daba gusto hacer gala de la información a mi alcance frente a los simples mortales desinformados, y hacer conjeturas y especular sobre el rumbo del país o movimientos sociales mientras los demás daban muestras de asombro o estupor. Pero el mitin que encabezo Sicilia en el zócalo chilango me dejo más que con la boca abierta, me dejo de rodillas y con los ojos empañados. Lo primero, además de atribuirse al cansancio, fue producto de una sensación de impotencia, compartida colectivamente, pues fuimos no pocos los que terminamos así. La verdad es que da miedo y tristeza convivir con la gente que realmente ha sufrido y tiene motivos para recordar a las madres de la persona que cree es responsable por algún agravio. Va más allá del academicismo y del activismo altruista, es en la gente “común” donde esto cobra forma y sentido. Y el ambiente es sinceramente terrible. Creo que nunca había sentido tanta rabia y tristeza acumuladas en una misma plaza. La gente puede ser fría, si, pero es peor verla cuando se aglutina y las penas interactúan y pareciese que el resultado será algo desolador. ¿Cómo consuelas a un pueblo que necesita consuelo, sin caer en regímenes lamentables, como ya ha pasado antes?
Y a pesar de este acto apenas hace una semana donde honrosamente los universitarios participaron, la preocupación en Ciudad Universitaria, y creo que se extiende a gran parte del D. F. es ¿Dónde consigo boletos para la final? ¡Pumas en la final! Lo demás, ¿qué importa?