Los verdugos
Una pareja se planta en un restaurante para cuestionar a un chico. El peligro está latente y quiere advertir a una persona. Los personajes de Ciudeath aparecen en este relato.
Una pareja se planta en un restaurante para cuestionar a un chico. El peligro está latente y quiere advertir a una persona. Los personajes de Ciudeath aparecen en este relato.
Por Oswaldo Buendía Galicia
Estado de México, México, 22 de junio de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
Esta historia ocurre en Ciudeath, una ciudad de localización misteriosa y donde los mortales hacen vida con algunos seres sobrenaturales.
–¿Sabes algo, Omar?, me estoy cansando de atender a gente mugrosa que no deja ni un peso de propina y quiere ser tratada como de la realeza.
–Lleva esta hamburguesa a la mesa siete, chico. Y no te quejes: la mugre viene con el trabajo. Quédate en casa si no quieres tratar con la gente.
–Maldito fantasma idiota –murmuró el chico, mientras se alejaba con el platillo.
Una pareja vestida con gabardinas negras entró en la cafetería y ocupó una de las mesas del rincón.
–Buenas tardes –dijo el chico. Bienvenidos al Belain, les dejo el menú.
–Ya sé lo que quiero –dijo la mujer, quitándose los lentes de sol. Quiero unos huevos estrellados. Pero fíjate muy bien cómo los vas a preparar.
–Yo no los preparo –dijo el chico.
–¿Cómo lo ves, Samaras? –le preguntó la mujer a su compañero.
–No hagas una escena, Pearl –respondió Samaras. Dile al chico cómo quieres los huevos y que se vaya.
–Sabes –continuó Pearl–, no entiendo a los hombres: cuando no son unos bravucones como este chico, son unos mojigatos como tú.
–Disculpe, señorita –dijo el chico.
–No le hagas caso –intervino Samaras–, dondequiera que va, hace lo mismo.
–Se supone que eso debe tranquilizarme –respondió el chico.
–¿Ves lo que te digo, Samaras? A ver –le dijo ahora al chico–, le dices al cocinero…
–A Omar.
Samaras comenzó a reír.
–Me da igual si se llama Omar, Steve o Ramón o como el maldito sultán de Zanzíbar; dile que mis huevos los quiero con la clara bien cocida, no quemada, ¿me oyes? Clara bien cocida, no quemada. No me gustan las orillas fritas. Pero (y aquí está el verdadero quid) la yema debe estar tierna, ¿entiendes? No quiero tener que ir allá y explicarle al cocinero como hacer unos simples huevos, ¿me oyes?
–Para usted, señor.
–A mí solo dame un filete medio y un café.
–Que sean dos –dijo Pearl.
El chico anotó la orden en su comanda y se dirigió a la cocina, en la parte de atrás. Allí únicamente se encontraban Omar y su ayudante.
–Oye, los huevos son del desayuno, ya casi oscurece.
–Lo sé, pero esa pareja es un verdadero dolor de cabeza.
Omar se asomó al salón por la ventanilla de la puerta:
–¿De dónde los sacaron?, ¿de una película de ciencia ficción?
–No lo sé, lucen raro. El tipo lleva un bastón.
Omar rio:
–¿Visten como fenómenos y a ti salta que uno de ellos usa un bastón?
–Bueno, aquí vienen ancianos con esos bastones ridículos con ruedas o gomas muy grandes, no como el de aquel sujeto. Apostaría que trae una espada en esa cosa.
Omar rio de nuevo:
–Imaginas demasiado, chico. Anda, ¿por qué no le preguntas?
El chico salió de la cocina y tomó la jarra de café. En la otra mesa ocupada pidieron la cuenta.
–Enseguida –dijo el chico, dirigiéndose a la caja.
–¡Oye! –lo llamaron de la mesa del rincón. ¿No vas a servir el maldito café? De verdad te digo, Samaras, esto es un jodido chiste.
El chico caminó rápido a dejar la cuenta y volvió a la mesa del rincón con la jarra del café.
–¿Si está caliente?
–Ya déjalo, Pearl, el chico hace su trabajo.
–También hago mi trabajo. Lo hago muy bien, te consta. Por eso espero que los demás lo hagan de la misma forma.
–Algunos solo están donde no quieren estar.
–¿Eso lo leíste en una galleta de la suerte?
–No, Pearl, es simple observación –le señala Samaras. Por ejemplo, este joven tendrá… supongo… ¿19, 20 años? –le pregunta al chico.
–19.
–Ahí está: 19 años –continuó Samaras, diciéndole a Pearl. A veces estos empleos son para pagar los estudios o trabajos de paso mientras se consigue otra cosa que les deje un mayor ingreso. Seguro lleva aquí desde la mañana. Y por lo que veo solo atiende él. Así que a estas horas ya estará fastidiado.
–A ver, Samaras, no importa si el chico es el único trabajador del mundo. Pago por un servicio, si él no puede o no quiere realizarlo, que se vaya.
–Las circunstancias quizá lo obligan a permanecer aquí. Deberías ser más empática. Nosotros más que ninguna otra persona deberíamos de entenderlo.
–¡Por favor! Eso fue hace siglos.
El chico arqueó las cejas sin entender ni una palabra.
–Ve a ver si ya está mi filete, ¿quieres? –
le pidió Samaras al chico.
–Oh, sí, por supuesto.
El chico entró de nuevo a la cocina.
–Ya casi está –le señaló Omar.
–De verdad ya no quiero hacer este trabajo, sabes. Yo quiero ser escritor. Debería irme por allí, lejos y vivir miles de experiencias y no estar aquí atendiendo a patanes que no tienen el mínimo respeto o consideración por quienes les brindamos un servicio.
–Mira, chico. Soy un fantasma. La maldita ciudad no deja de joderme. ¿Por qué? Por una condición que yo no pedí. No te quejes, ¿sí? Todos tenemos problemas. Has lo que te toca y trata de llegar al final del día. Eso es todo. No hay mayor misterio. Ahora lleva esto que se enfría.
El chico salió de la cocina, entregó los platillos y les sirvió más café.
–Buen provecho –les dijo.
–Oye, chico –lo llamó Samaras. Estamos buscando a un sujeto y nos dijeron que frecuenta esta cafetería. Seguro debes conocerlo.
–¿Cómo sabe?
–¡Vamos!, no hay que ser un genio para saber que el Belain pasa por una mala racha, ¿no? –dijo, señalándole el lugar vacío.
–¿Cuál es su nombre?
–Le dicen simplemente Yinn.
El chico esbozó una sonrisa:
–¿El señor Yinn? Por supuesto. Es cliente. Viene casi a diario. Deja buenas propinas.
–Supongo que sí –intervino Pearl.
–¿Por qué lo buscan? ¿Está en problemas?
–¡Oh no! –exclamó Pearl. Todo lo contrario: murió una tía suya y le ha dejado una cuantiosa herencia. Representamos a la notaría y queremos notificarle.
–Perdón que pregunte –dijo el chico–: ¿la tía no guardó ninguna dirección?
–El chico es listo, Samaras.
–Te advertí.
–Verás, chico –continuó Pearl. El tonto de Yinn le robó a su tía y se esconde aquí en Ciudeath. Pero no vinimos para arrestarlo ni nada parecido. Su tía se murió y de verdad le dejó todo su dinero. Francamente no entiendo por qué. Eso es bastante irracional, ¿no? Pero supongo que los viejos actúan de ese modo: solo por impulso. Tal vez también tengamos una clase de esfínter emocional que con la edad se atrofia y nos vuelve un mar de emociones, ¿no crees? En fin. Tú no dejes que me convierta en eso, ¿sí, Samaras? Antes, me cortas la cabeza.
–Por supuesto, Pearl.
–Entonces, chico, ¿sabes dónde podemos encontrar a Yinn? –preguntó, sorbiendo su café.
–Lo siento, solo viene a comer y no todos los días.
Pearl se peinó las cejas con la mano en señal de fastidio.
–Tal vez alguien en la cocina sepa –intervino Samaras.
–¿Omar? No…
–Por qué no vas a preguntar, ¿quieres? –le pidió Pearl, apretando los puños.
El chico volvió a la cocina.
–¿Que te ocurre? –le preguntó Omar. Te ves pálido.
–Creo que esos tipos son sicarios.
–¿Por qué lo dices?
–Me preguntaron por Yinn.
–¿El Yinn de todas las tardes?
–Sí, por él.
–Ya sabía que ese hombre escondía algo raro. Uno no anda por ahí regalando dinero a menos que sea político o narco.
–¿No son lo mismo?
–¿Que les dijiste?
–La verdad: no viene todos los días a comer.
–¿Porque a veces pide a domicilio y hoy fue uno de esos días?
–Eso no dije.
–¿Por qué?
–¿Aún lo preguntas? ¡Lo van a matar!
–Baja la voz, chico. Te van a escuchar.
–Yinn es un buen tipo.
–Mira, chico. Si lo andan buscando unos sicarios, no puede andar en nada bueno. Si ya les dijiste que no sabías, sigue con ello y que se vayan.
–Sí, tienes razón, Omar.
–No en balde mis años en esta ciudad.
El chico regresó a la mesa del rincón:
–El cocinero no sabe nada. Pero quizá corran con suerte y no tarde en venir.
La pareja se miró entre sí con sospecha.
–¿Seguro que no le llamaste mientras estabas en la cocina? –le preguntó Pearl.
–Por supuesto que no –respondió el chico, indignado.
–No sería muy listo de tu parte –le explicó Pearl.
–Ya déjalo, es un buen chico –dijo Samaras–, ¿verdad?
–Claro, señor.
Pearl suspiró y le dio un último sorbo a su café:
–Mira, chico –le dijo Pearl, sacando un par de billetes de su gabardina–, si viene el buen Yinn, dile que lo estamos buscando por eso de la herencia, ¿quieres? De verdad deseamos que nos contacte –añadió y le sonrió a su compañero.
–Volveremos mañana –dijo Samaras–, más o menos como a esta hora, para que le digas, ¿sí?
–Sí, sí, claro –dijo el chico. Yo le aviso que lo buscan, no se preocupen.
–Eres un buen chico –le dijo Samaras.
–Tampoco lo adules, ¿quieres? –le recriminó Pearl. Toma –le dijo al chico y le dio unos billetes extra: por la molestia.
–Oh, gracias, son muy amables. –El rostro del chico se iluminó.
La pareja salió del Belain y caminó rumbo al parque 1900. El chico los observó alejarse. Cuando la pareja dio vuelta en la esquina, el chico fue a la cocina y se quitó el mandil.
–¿Qué haces? –le preguntó Omar.
–Alguien debe avisarle a Yinn que unos sicarios lo buscan.
–¿Estás idiota, chico?
–¿Quieres que un buen hombre muera, Omar?
–Tu generación es estúpida, chico. ¿Por qué no solo le hablas a la casa donde vive?
El chico descubrió su error y buscó la letra “Y” en la libreta de clientes a un costado del teléfono.
–¿Sí? Buenas tardes, con el señor Yinn.
–¿Qué pasa? –le preguntó, Omar.
–Fueron a ver si está dispuesto… ¿Sí? Ah… No, le llamo después –dijo el chico y colgó. Que está descansando y no quiere tomar la llamada.
–Bueno, hiciste lo que estuvo a tu disposición.
–¿Hice? Solo llamé por teléfono.
–Hay familias que ni así se hablan, chico.
–Voy a verlo: seguro así me escuchará.
–¿Por qué haces esto? No es tu familiar ni nada. Tampoco te consta que sea una buena persona. ¿Y si mató a alguien y lo buscan para ajusticiarlo? ¿Y si violó a una viejita?
–¿Una señora mayor?
–Te dijeron que lo buscaban por la herencia de una tía. ¿Y si solo era un decir y violó a la anciana?
–¿Yinn?
–Es un tipo raro.
–¿Solo porque limpia sus cubiertos con toallitas húmedas? Eso no lo hace asesino.
–Tampoco inocente –dijo Omar.
–Voy a buscarlo. Además, la casa de hospedaje está a dos cuadras. En cinco minutos llego.
El chico salió de la cafetería y tomó dirección contraria al parque. Antes se cercioró de que la pareja de gabardina no se encontrara aún por allí. Caminó a prisa. Cruzó la esquina de Centenario y siguió derecho hasta Goscinny, dobló a la izquierda y vio la casa de hospedaje estilo art déco y oprimió el timbre. Un fantasma salió a la puerta y le preguntó a quién buscaba. El chico solicitó ver a Yinn porque le traía un mensaje muy urgente. El fantasma le indicó al chico que subiera las escaleras centrales, doblara a la derecha y tocara en la segunda puerta del fondo hacia adelante.
–¿Quién? –preguntó una voz ronca dentro de la habitación.
–¡Yinn! Soy yo, el chico del Belain. Debo decirte algo. Abre.
Se oyeron los resortes de un colchón y casi de inmediato un hombre de cabello largo y corpulento abrió la puerta.
–¿Qué buscas? Estaba descansando.
–Lo lamento, Yinn. ¿Puedo pasar? Es importante.
Yinn vio preocupación en el semblante del chico, lo dejó pasar y se dirigió al baño:
–¿Qué sucede? –le preguntó mientras se echaba agua en el rostro.
–Pues lo diré así sin más: unos tipos fueron al Belain y preguntaron por ti. Una pareja extraña de gabardina y lentes oscuros.
Yinn secó su rostro con una toalla y reveló cierta angustia:
–¿Qué te dijeron?
–Que le habías robado a tu tía; pero que incluso así te había dejado una cuantiosa herencia.
Yinn sonrió:
–Cada vez elaboran más sus historias.
–No les creí, Yinn. Has sido un buen tipo conmigo en la cafetería y por eso me presenté.
–No hubieses venido –dijo Yinn con seriedad.
–¿Cómo dejar que te hicieran algo?
–Pero no me conoces. No sabes nada de mí.
El chico bajó la mirada:
–Sí, eso dicen. Pero uno no puede ir por allí sabiendo que van a matar a alguien y no intentar ninguna cosa.
–La gente muere: lo hace desde hace siglos, desde siempre.
–No podemos seguir así, Yinn. Debemos hacer nuestra parte.
Yin rio:
–De verdad eres muy ingenuo.
El chico guardó silencio.
–¿Qué es lo que más deseas? –le preguntó Yinn.
–¿A qué te refieres?
–Sí, si pudieras pedir un deseo, ¿cuál pedirías?
–Oh, ya –dijo el chico… Siempre he deseado largarme muy lejos de esta ciudad.
Yinn tronó los dedos y el chico desapareció sin dejar el menor rastro. Luego tomó asiento a la orilla de la cama y esperó.
Pasaron unos minutos y la pareja que había estado en el Belain apareció en el cuarto de Yinn.
–¿Cómo lo ves, Samaras? –preguntó Pearl–, no la ha pasado mal en esta ciudad: se ha vuelto un genio obeso.
–No me quejo –respondió Yinn.
–¿Qué hiciste con el chico? –preguntó Samaras.
–Cumplí su deseo. Es lo que hago. ¿Cuál es el de ustedes?
–¡Por favor! –exclamó Pearl–, ¿por quién nos tomas?
–Ya no tienes control de ti, genio.
–No le expliques nada, Samaras, y termina de una vez con él.
–Me he vuelto viejo –dijo Yinn.
–Pobre de ti –se burló Pearl–, nosotros somos inmortales.
–Lo siento ?le dijo Samaras al genio.
En segundos desenfundó su espada del bastón e hizo silbar el viento con un pase.
La cabeza de Yinn rodó por el piso. Pearl la tomó de los cabellos y la introdujo en un bolso de cuero:
–Excelente corte, Samaras. La próxima vez me toca a mí ser la policía buena y matar a la criatura. No me gusta ser la tipa mierda del cuento.
–Pero si ni te esfuerzas –le dijo su compañero, enfundando su espada.
–Vete al diablo. Soy muy simpática cuando me lo propongo.
Afuera ya había oscurecido y las luces de Ciudeath iluminaban las calles. El cielo lucía libre de nubes y la luna brillaba por completo, grande y redonda. Cerca de ella, en el negro y silencioso espacio exterior, el cuerpo del chico flotaba inerte muy, muy lejos de la ciudad.