Por Antonio Arroyo Silva.
Uno
Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote e intelectual nicaragüense recién galardonado con el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, a propósito de la poesía del mexicano Jaime Sabines, decía –utilizando el célebre aforismo de Ezra Pound— que los poetas son antenas muy sensibles de su pueblo, pues recogen en sus poemas no ya el sentir o la evocación del mismo, sino que, además, son capaces de verter ahí el coloquialismo con que el pueblo se expresa. Y no quiero decir con esto que el poeta sea una especie de sacerdote que predica a las masas, sino que simplemente se atiene a devolverles con su canto aquello que recogió de esa atmósfera que respira.
Jorge Rodríguez Padrón en el prólogo de su libro El discurso del cinismo (Eumo Editorial, 2002), donde hace una declaración de principios respecto a la escritura y, concretamente, la escritura poética, ve-piensa este espacio como el único y último reducto de la verdad, y ésta hay que ir a buscarla allí donde reine la ética. Un lugar habitable—dice—sólo si se mantiene una reflexión crítica. No el interés, sino el deseo: su motor. La acción despojada, libre. Acción que se propone despejar las máscaras. La poesía ha de poder manifestarse y comprometerse sin que la contaminen ambos propósitos. Siempre que se mantenga independiente de ese hecho externo con el que se compromete, es decir, siempre que el poeta permanezca en su habitación del decir, y su voz no se reproduzca hasta la saciedad. Y, de otra manera, cuando el hecho externo, o digamos histórico, no llene de consignas y límites esa poesía. Caso contrario, ésta se transforma en un discurso del cinismo, en una expresión demasiado complaciente con el lector, haciéndolo cada vez más cómodo en cuanto aprehensión del pensamiento y la cultura en general. Y saco a relucir este texto ya clásico de Rodríguez Padrón precisamente porque Isabel Guerra García Soles cotidianos asume este compromiso con eficacia. Un compromiso ya no sólo social, sino también textual. La suma de ambos da lugar a una ética consecuente de nuestra autora, una ética personal e intransferible que encuentra su habitación en el texto. Y desde esta aparente sencillez, llega al lector y con él se hermana en una suerte de sinergia. Le transfiere su ritmo vital, su sintaxis que es semántica.
20
Soles cotidianos está dividido en tres partes: “Pa(i)sajes”, que supone una asunción de la naturaleza circundante, quizás a la manera que preconizaba Pedro García Cabrera en El hombre en función del paisaje: un entorno local que se hace universal y no un telón de fondo. Un paisaje íntimo al que nuestra poeta confiesa sus aspiraciones, más que intelectuales, vitales; es decir, intelectuales fuera de los llamados cánones. De ahí ese despojamiento de elementos excesivamente líricos y que Isa Guerra opte por la sencillez expresiva. “Desasimiento”, que diría la poeta española Olvido García Valdés: desasimiento para hallar la vida fluyendo.
De las montañas azules,
como gramíneas, vengo
del sosiego de las montañas tranquilas,
de las agrestes cumbres brumosas.
Te traigo el aire fresco,
la hierba húmeda,
el olor a eucalipto
y unas cuantas flores silvestres.
(op cit, p. 14)
En “Viajes líricos” la poeta abandona la isla para viajar por otros lugares, sobre todo de Europa: las islas griegas, Malta, Alemania, se nos aparecen como pinceladas impresionistas, y junto a la experiencia del viaje, el asombro, el arte y la historia. Y después llegar al terruño para preguntarse: ¿dónde el/ amor espiritual/ hacia el objeto?
Todo esto y mucho más confluyen en esa “Proclamación sin pretensión” de Tristán Tzara de reafirmación de la vitalidad de cada instante, esto es, la tercera parte, “Soles cotidianos” que cierra el libro. No el sol de la mitología sino los momentos mismos de amanecer este sol, el “mientras quede un momento de vida será motivo de celebración”; pero también de solidaridad, hermanamiento por encima de los credos e ideologías. Sin esto la Vida no tendría sentido, no sería tal. Creencia que da humanidad a los objetos. Por ejemplo, esa cafetera que nos saluda/ inundando/ la casa/ con su olor/ mañanero.
Tres
La poesía siempre es un hecho comprometido, en primer lugar con la expresión poética, pues ésta ha de ser de una manera u otra una subversión contra un lenguaje de signos convencionales impuestos por un sistema que de por sí es alienante, ya que hace que veamos la realidad con esa mirada polifémica que la falsifica—en cuanto visión y en cuanto expresión misma—. Los significados de las palabras terminan perdiendo su sentido primigenio y se asfixian en la nada de la incomunicación. Así que la poeta prepara su canto afilando–perfilando las garras, las cuerdas y la magia de su voz. En segundo lugar, la poesía siempre reivindica. Mucho importa ese tiempo perdido por la prisa y la usura del mundo contemporáneo. Importa mucho tener la evidencia de que la libertad nunca será un hecho tangible, mientras aún queden muchos ladrillos por fijar en ese edificio, y aún más sabiendo que todos los movimientos y revoluciones nada han logrado, pues dejaron a un lado la mitad de la humanidad. Siempre de lado los débiles, los indefensos. Esos que han sido usados como bandera de liberación, ahora simples guiñapos.
Por eso digo con Gabriel Celaya, Blas de Otero, Juan Gelman y tantos poetas (incluso el citado Ezra Pound) que la poesía no puede quedarse indiferente, sino ahondar en las profundidades del ser y vislumbrar una humanidad verdadera, desde ese instante que les tocó vivir a esa eternidad llamada instante poético.
Y he aquí la madre del cordero haciéndose según su palabra. Todas estas lecciones aprende y aprehende nuestra poeta Isa Guerra en este su poemario Soles Cotidianos. Nuestra autora es consecuente, es decir, va más allá de la lección y dialoga desde su intimidad. Dialoga y canta con voz propia. Su respiración se detiene en todos los soles vividos y andados tanto por las personas que sufren como por las que celebran la vida. Una respiración, un ritmo que busca el equilibrio con los demás y con el entorno: el de la paz. Un consejo de paz acorde con los tiempos que corren o debieron haber corrido: los de siempre. Los de todos y todas.
Sardina Beach, 8 de mayo de 2012.