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Monterrey, Nuevo León, 27 de mayo de 2024 (Neotraba)

Todas las fotos son de Foto de Alekx Araujo

Te predispones a las circunstancias ajenas y a veces adversas. Bastante caóticas y casi todas autoflagelantes. Lo de habitar canciones es el paso lento pero directo al despeñadero. De eso nadie te advierte. La supervivencia es escasa. Nula. Navegar entre la melodía, de llanto corrosivo, la esencia honesta de su voz, de su canto, resulta letal. Y de conseguir huir con vida. Se torna en eterno retorno.

De por sí la noche ya te resulta bastante bochornosa. Peor a la espera entre la fresada sampetrina. Donde las preocupaciones y reproches son por no querer posar sobre la alfombra roja junto a tus padres. Va a haber pedo Reginita. Le dice el bato a su morrilla que se niega al acceso al recinto sobre la alfombra roja que han montado afuera. Ojalá tus problemas fueran así de banales. Piensas.

De gala, vestidos de noche, de traje. La combinación de perfumes caros, joyas y bolsos de lujo. Naca te queda corto. Te ves naquísima. Con tu vestido al estilo de Heidi sacado de la paca. Tus Vintage Havana de segunda y la exquisitez de la esencia de tu Baccarat imitación.

De cámara en mano ya la cosa cambia. Aunque a casi nadie le importen los estertores del periodismo. Del reportero “Cenicienta” que aprieta el paso para alcanzar el último vagón del metro. Donde si pa’ la medianoche los vendedores de burritos “Cristo Vive” siguen a la espera del último transmetro ya la hiciste. Y si llegas a la terminal y se han ido. Mamaste.

David Bisbal pa’ las finas personas. Ya en La Tumba el amontonamiento de heridas expuestas y purulentas a la espera de Arturo Meza y Lázaro Cristóbal Comala.

Llegaste al pedo. Siempre raspando. A la entrada te pasas, al cabo ya te conocen. Meza justo bajaba del escenario. Una multitud detrás lo persigue. Los seguidores de Arturo Meza son bastante apasionados. Más de una vez has podido ver la forma en la que buscan adherirse a un ínfimo rincón de su existir. De sus blancos cabellos. Entre arrebatos. Colarse en alguna de sus tantas desgarradoras historias hechas canción.

Escena premonitoria. Asincronía espacio-tiempo. Seguro te tocará verlo salir de la misma forma. Lázaro Cristóbal. La sal de tus heridas. Nadie tiene que saber todo lo que has llorado del placer que te provoca sentirte viva en la aflicción.

Su esencia es compasiva. Las letras de sus canciones son genuinas. Su canto desolador. Te desgarra en ratos. Más bien todo el rato. Desesperanzador. El trago amargo. Y ya perdiste la cuenta de las veces que le has visto en vivo. De la cantidad de llanto que ha brotado al escuchar esa misma canción que te zarandea hasta el dolor más añejo de tu existencia.

Podrás escuchar “Gin” mil veces y mil veces vas a llorar. Así mismito cuando te rompen el corazón. Mil veces te han hecho mierda y mil veces más vuelves a creer en el amor.

Bienvenidos al suicido colectivo. Son las palabras de Lázaro al subir al escenario. Y se ha quedado quién debe quedarse. Y he visto a varios hijos con sus padres. A la par de una vida turbulenta. Al calor de los tragos. De una noche bochornosa.

Te gustaría mucho traer a tu padre. A tu madre. Miras al centro del lugar. A la mesa más cercana al escenario. Bañada por las congaleras luces tenues. Y un humillo que brota a la distancia con un controlador manual. Al azar.

Y te imaginas por una puta vez en tu vida a los tres en esa mesa. La simpleza de lo imposible. De lo tan poco que necesitas para sentirte completa. Lo mucho que eso llenaría tus vacíos. En treinta años han sido ajenos a ti. A la vida que elegiste. A ignorar lo bien que te hace la música. Tus caudalosas emociones han sido sosegadas entre música, voces y ecos de voces irreconocibles. Jamás al calor de los brazos de tus padres.

Se han quedado la mayoría y han coreado cada rola. Una mesa de tres morras que no paran de hablar. Chuy Mario, el del audio, les pide que se callen. Pinche absurda necedad de ir a platicar a un concierto así de íntimo. Como a las salas de cine. Descerebrados. Ojalá les pudieras activar el modo silenciar. Te levantas y te les pones enfrente. Total, ni el concierto están viendo. ¿Para qué se quedan? Que alguien les regrese su cochino dinero para que le lleguen.

Tristeza, tristeza, tristeza y de vez en vez un hilito de tonta esperanza. Nosotros los chavales tristes también sabemos querer bonito. Anhelamos que nos quieran bonito:

“Aguántame hasta fin de mes, aguántame que aún estoy por ver, si me alcanza pa niños, anillo y juez, y la torna un día después”

Su música es condena. Una lista interminable de pecados por pagar. No correspondidos. La malaventura familiar. Y por amor siempre la llaga del pinche desamor. Se percibe un ambiente sofocante. Se aproxima el final. Cada noche con Lázaro Cristóbal Comala en Monterrey ha sido distinta. Todas han valido la pena y han sido un sinfín de versiones del mismo Lázaro. Distintas versiones de cada una de sus canciones.

Se apaga la luz. Un brindis con Gin. Una charla breve. Los puntos de fuga en tu vida son simples.

La esencia incandescente de Lázaro es imposible de preservar en una foto, un vídeo o incluso en estas palabras.

Hoy le hemos quedado mal a la noche, pero siempre tendremos más y mejores.


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