Las deidades del aire en Elizabeth Narváez-Luna: un poemario nonato
“En vísperas del vuelo” reúne gran parte de su poesía. Los temas rectores son la noche, la muerte, la imagen recurrente del agua y los sueños.
“En vísperas del vuelo” reúne gran parte de su poesía. Los temas rectores son la noche, la muerte, la imagen recurrente del agua y los sueños.
Por Edgard Cardoza Bravo
Ciudad de México, 13 de abril de 2023 [00:02 GMT-6] (Neotraba)
Para el filósofo, crítico literario y matemático francés Gastón Bachelard, la poesía no es únicamente lo que sus términos describen ni lo que evocan ni lo que afirman, sino que (palabras más o menos) por debajo del verso y sus significaciones posibles hay una corriente secreta cuyas raíces abrevan en el sueño y luego decantan hacia el elemento natural en específico (aire, tierra, fuego, agua) al que el poeta encomiende su hacer creativo. Según Bachelard, el estro de cada poeta está regido por un elemento natural en particular, y este es arropado a su vez por una atmósfera de ensueño. Son estos dos factores los que dan cuerpo y sentido a la escritura del poeta. En la misma dirección teoriza Edgar Allan Poe (“Filosofía de la composición”) cuando alude a una corriente subterránea de sentido que debe asumir el poeta para otorgar a lo creado energía perdurable. Para ambos, el poema, además de ser delineado en letras y alusiones físicas debe necesariamente de ser revestido de ensueño para alcanzar su poiesis de gracia. En la concepción de Bachelard toda imaginación artística, decíamos, está regida por uno de esos cuatro elementos naturales actuando bajo la dinámica de los sueños (Antes de contemplar se sueña, señala Bachelard). Según Poe, para entender la vida del universo deberemos primero entender la vida de nuestra imaginación: las emanaciones fundamentales de la vida del hombre fluyen siempre a través de un soñador.
De estas dos nociones de poesía estrechamente ligadas entre sí, participa la escritura de Elizabeth Narváez-Luna* (Celaya, Guanajuato, México 1968). “En vísperas del vuelo” reúne gran parte de su poesía escrita durante los últimos treinta años. Los temas rectores de tal viaje a contracorriente (de lo actual al origen, y no a la inversa) son la noche (física y simbólica), la muerte en tanto olvido y confrontación con las posibilidades de respuesta del mundo al ser sensible, la imagen recurrente del agua (presente prácticamente en cada cambio de ritmo y enfoque del poemario) y los sueños: mullidos depositarios de todas las búsquedas humanas.
En el año 2000, nuestra poeta sufre un accidente cerebro vascular que la deja al borde de la amnesia y precisa reaprehender la historia de sus pasos. Tal es la razón por la que esa línea secreta de sentido –que exigen Poe y Bachelard para la consecución esencial del poema– en el caso de Elizabeth Narváez, es, sin discusión, el tiempo de la memoria. Su principal terapia de recuperación desde aquel percance de salud ha sido el ejercicio memorioso de su propia poesía:
Me levanté a beberme la noche
(…) y sólo escucho esta lluvia de sal sobre mis huesos,
entre las sombras
una niña recoge sus recuerdos.
Esa niña en mención, es literalmente Elizabeth Narváez-Luna recolectando de la respiración de un nuevo origen los fragmentos del espejo fracturado, intentando re andar los pasos de la historia propia a instantes olvidada o dispersa en el caos de la memoria. Posterior a aquel quiebre mental únicamente ha quedado polvo, torbellino, neblina imaginante. Todo se mueve escurridizo, como el viento.
–¿Quién levantará los pedazos de esta mujer?: se pregunta.
–Toda ésta es piel arrepentida
para llorar los minutos de mi cuerpo.
El mar hoy tiene nombres que nadie conoce
para marcarme el rostro.
Desnuda, doliente, confundida,
el mar no espera,
tiene sed de carne en llamas:
se contesta.
En aquella época nebulosa, el suicidio es siempre una posibilidad latente. La imagen de “el ahorcado”, el cuerpo que se vence a la ignominia de la muerte autoinfligida, está presente en su vida y en consecuencia pende de muchos poemas de este libro. En estricto, la estampa de alguien balanceándose del cuello por efecto del viento y la zozobra, es también una imagen del vuelo. Pero la poesía –el éter vivificante y luminoso de la imaginación poética– recurrentemente hace el milagro.
En los ojos del ahorcado
se puede ver el firmamento,
las aves,
los sueños que se escaparon,
Con el alma mancillada.
(...) Y no hay dolorosa distancia entre estas manos y esa soga.
La ansiedad cosquillea en mi vientre.
El miedo me pesa en el pecho.
La sostienen también los recuerdos –cuando los hay– de tiempos felices (la infancia bajo la protección incondicional de los abuelos, los hijos, los amigos) y a últimos tiempos, un fuerte caparazón de fe cristiana. El poemario se mueve entre estos dos linderos: la feliz niñez y la más evidente simbología del cristianismo: la serpiente, el árbol del bien y el mal, la inocencia develada, las angélicas alas sobrevolando protectoras el albedrío del hombre, la desnudez oprobiosa, el agua diluviante, la escala de Jacob, la soga mística, etc.
Sí, la mano del dios que me ofreció de ese fruto
acarició mis alas,
me dijo: despéjate la angustia con
el encantador de palomas…
¿Cómo se puede caminar entre serpientes?
Deidad y centro
del universo más inocente.
(...) Pero hay un vuelo que nace
en medio de la noche.
Fuera de estos dos remarcados territorios de gracia todo es ciego ambular a expensas del caos diabólico. Según el planteamiento de Narváez en “En vísperas del vuelo”, a partir del instante mismo en que el verbo divino se hace carne y nos habita, todo es desolación, ‘angustia sin solución derivada del pecado primigenio’ (Kierkegaard), infortunada evidencia de que ‘el hombre es siempre lobo del hombre’ –recordemos también aquella frase casi al final de ‘Balada de la cárcel de Reading’ de Oscar Wilde (Y todos los hombres matan lo que aman) que luego suscribirá Rosario Castellanos en ‘Destino’, uno de sus poemas más conocidos: Matamos lo que amamos.
Y el sujeto en quien recaen las turbias volatilidades de los cielos imaginarios de “En vísperas del vuelo”, es necesariamente un ave: la simbólica paloma del espíritu santo cristiano, o el alburero pájaro de la cultura popular mexicana (el pájaro Uyuyuy). Como diría Quevedo: de estos dos vuelos su Majestad es(coja). Escuchemos de nuevo a Bachelard: Si los pájaros son el pretexto del gran vuelo de nuestra imaginación, no es a causa de sus brillantes colores. Lo que es bello, primitivamente, en el pájaro, es el vuelo.
*Elizabeth Narváez-Luna, es Licenciada en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato, Magíster en Literatura Hispánica por la Universidad de Notre Dame (Indiana) y Doctora en Español por la Universidad de Urbana-Champaign (Illinois). Su poesía ha sido publicada en “Poetas de Tierra Adentro” (Fondo Editorial Tierra Adentro), “Tesituras” (Ediciones Universidad de Guanajuato) y “Las Avenidas del Cielo” (Coedición UG / UAA). Actualmente prepara la recopilación (1989–2022) de su obra, bajo el título “En vísperas del vuelo”.