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Monterrey, Nuevo León, 23 de octubre de 2024 (Neotraba)

Qué hermoso el amor, esa rara orquídea que pocas veces, si tenemos suerte, llega a nuestra vida. En la actualidad muchos colectivos se empeñan en desacralizar la idea de amor idealizado. Quizá tengan razón en algunos postulados, pero definitivamente no en la totalidad de estos. El amor, la pulsión de vida, es lo que empuja a los seres humanos a superarse cada día, a inventar una excusa para enfrentar el mundo que se antoja inhóspito y hostil, precisamente porque muchas personas carecen de amor en su vida y lo único que miran a su alrededor es odio, opresión, resentimiento. El hecho de que algunos o algunas no experimenten amor de pareja no significa que no exista. El amor es una emoción magnífica que se produce en el cerebro por la liberación de sustancias químicas como la oxitocina y cuyo resultado es una sensación de bienestar que provoca carcajadas, sonrisas, abrazos y besos. Quien ya experimentó esa chispa electrizante de vida sabrá a lo que me refiero. Quién no, pues es libre de continuar gritando que el amor es una herramienta de opresión. Cada quien habla como le va en la vida. Pero no se nos olvide que somos un animal social y en nuestros genes está la convivencia con otros especímenes de nuestra raza y cuando esta conexión tiene fines reproductivos la chispa que ocurre a nivel neuronal es incesante, maravillosa.

La novela La balada de Max y Amelie, de David Safier, toca el tema del amor desde la perspectiva de un par de perros, Cicatriz y Max, que están predestinados a encontrarse una y otra vez en vidas pasadas y subsecuentes. Los perritos proyectan emociones que identificamos como humanas. Este libro conmovedor arranca lágrimas al público por la manera magistral en la que Safier conduce su historia y es que quién, en el clímax de su enamoramiento, no ha sentido que la pareja estaba predestinada a conocerse a través de las generaciones, como si su historia fuera interrumpida con la muerte, pero retomara su trama con cada nacimiento y los implicados deberán hacer lo posible por encontrarse o cuando menos estar atentos a las señales para reconocerse[1].

El mundo debía de estar lleno de criaturas que quizá no pudieran acordarse de lo que había sucedido en sus vidas pasadas, pero sí instintivamente de lo que sentían por el otro. Humanos. Perros. ¿Gatos, incluso? Qué bonito debía ser reencontrarse en cada vida sin que a uno lo atormentaran los malos recuerdos o lo persiguiera el odio”. (Safier, 301)

Y una vez que se produce el encuentro la gente lucha contra todo obstáculo para mantener consigo esa luz que significa el sentimiento más humano de todos. Porque, en efecto, hay parejas que incluso con una vida en común y con hijos de por medio nunca llegan a sentir el arrobamiento que el amor ocasiona. Sin embargo, las mismas personas en un mes aman a un desconocido o desconocida más de lo que pudieron amar durante diez, quince o veinte años a su pareja formal de toda la vida. Y ahí nos preguntamos ¿El amor es para todos? A Max y Amelie les ocurrió.

La historia comienza en un vertedero a donde llega un perro hogareño perdido. Ahí un grupo de callejeros famélicos, los hermanos de Cicatriz (el primer nombre de Amelie), lo atacan para herirlo de muerte. Pero Cicatriz, predestinada, se opone al asesinato del perro, lo defiende del líder de la manada y escapa con él sin conocerlo, solo se deja llevar por las circunstancias. Así, los perros inician una aventura que los llevará a atravesar cientos de kilómetros en el centro de Europa para hallar a la familia y el hogar de Max. Al mismo tiempo que se produce el encuentro un ente ejecutor de la muerte despierta de su letargo y los persigue para evitar que tengan descendencia. Esa misma historia se repite desde milenios atrás en vidas pasadas de los perros. Algunas veces Max es hembra y Amelie macho, a veces con edades diferentes y razas disímiles. Pero siempre son asesinados por una sombra que los persigue y no les permite vivir en paz.

Los perros tienen sueños en donde visualizan sus vidas pasadas. Paulatinamente comprenden porqué sus olores son tan familiares y la razón de que el vínculo recién creado sea irrompible.

-Dormitabas, pero, cuando ladré, despertaste de golpe. Y ladraste también. Fue como si me reconocieras en el acto. Y yo a ti. No nos habíamos visto antes, pero ¡nos conocíamos! Y echamos a correr el uno hacia el otro. Pero, antes de que pudiéramos saludarnos, mi amo me llamó: “¡Ven aquí! ¡Ven aquí ahora mismo!”. Pero no le hice caso. Nos saludamos, éramos incapaces de separarnos. Mi amo podría haber intervenido, podría haberme pegado. Eso era lo que hacían otros amos cuando sus perros no los obedecían. Con un palo, con el cinturón. Lo había visto con mis propios ojos (…) Cuando terminamos de saludarnos, lo miré y supe que quería quedarme contigo para siempre. Que no quería seguir con él. (Safier, 87)

De nuevo la idea del andrógino platónico se presenta en la literatura occidental, esta vez de la mano de David Safier que, con su obra de los perros reunidos a través de las generaciones, nos recuerda el mito que representa de mejor manera la necesidad de unión con la persona amada y reconocida. No importa si esta unión se da en el plano heterosexual, homosexual o transexual. El fervor del amor nos conduce a buscar entre los paisajes del vasto mundo a la persona que nos brindará la mayor plenitud que un ser humano es capaz de sentir.   

La obra literaria de David Safier está influida por la idea de reencarnación de la religión budista. Por tanto, concibe la existencia humana como un bucle de reencarnaciones hasta cumplir con los objetivos de vida que conducirán al alma al nirvana. Esta influencia de la sabiduría milenaria de las poblaciones aledañas al río Ganges es patente en otras obras del autor como Maldito karma (2007) y Más maldito karma(2015). Con la diferencia de que el registro de la voz narrativa en estas dos últimas novelas es cómico, mientras que el lenguaje, el tono y la trama de La balada de Max y Amelie (2018) es trágico. Las tres novelas pueden catalogarse como fábulas filosóficas porque los protagonistas de todas ellas son animales. A veces son personas transformadas en animales por acción del karma y otras es el animal reflexionando acerca de los atributos humanos de su vida.

En la historia de los perros, Max y Amelie emprenden una aventura llena de peligros como el enfrentamiento con lobos, la persecución de la enemiga, así como sueños que plantean al lector analépsis de diez mil años atrás para describir la primera vida de los canes situada en los albores de la humanidad civilizada, cuando las hordas de sapiens cazadores-recolectores aún no asentaban su cultura en un lugar específico. No obstante, desde entonces la enemiga persigue a los perros porque en una reencarnación previa ellos asesinaron a sus hijos.

¿Cómo era posible? ¿No estaban predestinados a quererse, a fin de cuentas? Igual que mi destino era impedir que vivieran su amor. ¿Qué pasaría si los mataba antes de que floreciera su amor? ¿Rompería el vínculo que existía entre sus almas? Y entonces ¿dejaría yo de estar condenada a perseguirlos? En ese caso, dejaría de ser un espíritu obligado a vagar por el mundo para terminar su trabajo. Habría cumplido mi cometido: les habría arrebatado el amor para siempre. (Safier, 144)

A pesar del idealismo, la novela dista de ser ingenua. Los personajes son profundos y tienen una sensibilidad compleja. Por ejemplo, la antagonista es una vagabunda trastornada de Hamburgo que busca a los perros para cumplir con su tarea en esta vida: evitar que Cicatriz se embarace de Max. Si fuera una obra ingenua, la villana sería fácilmente vilipendiada en favor de los perros. No obstante, eso no ocurre en la narrativa de Safier. La enemiga en otras vidas pierde hijos víctimas del hambre o es quemada viva por considerarla loca debido a las visiones de sus vidas pasadas. Es una obra triste pues no hay victimarios, quizá todos los personajes son víctimas del Samsara.

Los perros se habían encontrado. Lo presentía. Gracias al vínculo que unía nuestra alma. Estaba tumbada en un banco en la calle comercial de un nublado Hamburgo. No hacía tanto calor como en aquel sitio por el que deambulé cuando inicié mi viaje por el mundo, aunque tampoco hacía tanto frío como en Irlanda, donde el último hijo que tuve murió de frío en el invierno de la gran hambruna, mientras su cuerpo ardía de fiebre. (Safier, 61)

Con anterioridad a Sigmund Freud, a los niños que soñaban con cosas tan espantosas los tomaban por locos y los encerraban, les pegaban o incluso los quemaban. Todas estas cosas me sucedieron en anteriores vidas.

Ser quemada.

Viva.

El olor de la propia carne y los propios excrementos se metía en la nariz y mis gritos me resonaban en los oídos. Ese fue el momento en que enloquecí por segunda vez.

Sucedió alrededor del año 275 antes de Cristo, en una hoguera celta al sur de Inglaterra. El anciano sacerdote me susurró la suerte que tenía mi madre, pues dentro de un instante podría ver arder al demonio de su hija. (Safier, 108)

El final del libro devela que el amor es una fuerza capaz de transformar a las personas. No parece aventurado ni absurdo el epígrafe que elige David Safier para su novela: “En la noche dorada empezó nuestra vida eterna. Nuestra muerte eterna. Nuestro amor eterno.”

En conclusión, en la actualidad existen grupos de poder interesados en convencer a la población que el amor no existe, quizá con la intención de bajar las defensas, porque incluso el cuerpo se beneficia en salud cuando hay amor, y sumergir a la sociedad en una atmósfera de desconfianza y soledad depresiva con la cual es más fácil manipularla. Safier nos plantea con una hermosa fábula budista la potencia del amor contra la alienación de un mundo sin emociones, pragmático, cada vez más robotizado y estéril, líquido, desechable, como los poderes fácticos lo requieren.


[1] Según el mito del Andrógino, mencionado en los diálogos de Platón, los seres humanos están condenados a buscar la mitad que les falta, que los complemente, que los convierta en seres sagrados y omnipotentes.


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