Por Óscar Alarcón.
El título Despertar con alacranes (Tierra Adentro, 2012), no podía quedar mejor para estos tiempos en los que nuestro país está atravesando por una etapa de crisis. Y es que Javier Caravantes (Atlixco, Puebla, 1985) hace que sus personajes despierten de un letargo y abran los ojos a una realidad a veces no tan alentadora. Lo que es más, dentro del libro, la mayoría de las veces parece que hubiese sido mejor permanecer en el sueño.
Si en la literatura de Eduardo Montagner encontramos una propuesta en la que Chipilo —comunidad poblana con ascendencia italiana y que ha formado un lenguaje propio: el Véneto— se ha colocado en un lugar dominante, ya sea para el beneficio de unos cuentos en detrimento de los personajes de Montagner, en Javier Caravantes encontraremos una voz opuesta. Una voz de los vencidos: los habitantes de Atlixco —aunque más bien podríamos decir una voz de casi todas las comunidades cercanas a Chipilo—, pues es en el cuento “Las chipileñas nos vinieron a arruinar la vida” se describe el desencanto que las mujeres de esa locación provocan en la mayoría de los que las hemos visto pasar: rubias, de ojos claros, altivas y hablando en véneto como para demostrar quiénes son las que llevan el sartén por el mango, pues la no comprensión de un lenguaje también genera exclusión. Pero no hay que creer que se trata de una suerte de xenofobia, más bien es un retrato de la timidez adolescente, del primer amor platónico y de aquel acercamiento en el que casi puede olerse el perfume del cabello de aquella joven de la que siempre estuvimos enamorados, y que en cuanto pudimos acercarnos, nuestra estupidez ocasionada por la inexperiencia terminó por generar un desastre.
La narración de Caravantes es ágil, como si el que nos estuviera narrando fuese nuestro cuate de la banca contigua; la mayoría de las historias están contextualizadas en la universidad o en un ambiente de escuela, no por ello poco dramático. Pues es la edad en la que las tormentas se generan en un vaso de agua.
Los personajes que nos presenta Javier, aunque jóvenes, transitan entre la candidez del amigo que no se atreve a decir “no”, y la maldad de aquel que clava una piedra en el rostro de un indigente nada más por pasarla bien. En algunos cuentos estos personajes se nos revelan como personas engañadas, movidas por la hormona para encontrar a una muchacha a la cual ligarse —como en el cuento “No supimos buscar”—, o dentro de la desesperanza de ver que cualquier movimiento que se realice será motivo de perdición —“Tres cruces” y “San Cristóbal”—, aunque también nos encontraremos con personajes que se burlan de su propia situación y la de los demás, rayando en el absurdo —“Un lugar propio” y “No más que un seis”.
Algo que me llamó la atención es que no apareciera un cuento homónimo al título del libro. Uno espera que ahí se resuma el por qué de éste y lo que hace Caravantes es una invitación a que nosotros descubramos a cada uno de los alacranes que lo habitan.
Javier Caravantes es un narrador que ha comenzado a llamar la atención de la gente en Puebla, lugar donde habita por el momento, y no cabe duda, es un alacrán al que habrá que seguirle la pista.
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