James Tiptree Jr. o Mujeres detrás de la Bruma
James Tiptree Jr. publicó un cuento en donde los hombres llaman Brumas a las mujeres que no ven. Lorena Rojas apunta que ser mujer y ser joven es ser invisible dos veces.
James Tiptree Jr. publicó un cuento en donde los hombres llaman Brumas a las mujeres que no ven. Lorena Rojas apunta que ser mujer y ser joven es ser invisible dos veces.
Por Lorena Rojas (@olaenlamar)
Ciudad Tula, Tamaulipas, 11 de agosto de 2020 [00:15 GMT-5] (Neotraba)
Hace casi cincuenta años, James Tiptree Jr. publicó un relato en el que los hombres se referían a las mujeres como “brumas”, seres casi invisibles y fácilmente ignorables a no ser que se necesitara algo de ellas, como es el caso del protagonista, Don Fenton, quien narra:
La bruma femenina más próxima asiente en silencio. La más joven, sentada junto a la ventanilla, continúa mirando hacia afuera. Yo avanzo por el pasillo sin registrar nada. Cero. No las hubiera mirado ni pensado en ellas otra vez.[1]
“Las mujeres que los hombres no ven” es el título de este cuento de ciencia ficción que bien podría describir muchos aspectos de la vida de las mujeres –no sólo particular sino históricamente– y Alice Bradley Sheldon, la mujer detrás del seudónimo masculino de James Tiptree, lo sabía.
Alice B. Sheldon nació en Chicago en 1915, fue hija de un naturalista y una escritora de ficción, por lo que viajó por todo el mundo desde que era pequeña. Comenzó a escribir utilizando desde 1967 el seudónimo que se convertiría, años después, en un Premio Literario para cuentos de Ciencia Ficción escritos por mujeres.
Con distintos relatos publicados, el seudónimo de Alice fue adquiriendo relevancia hasta el punto de colocarse junto a otros nombres que ya tenían los reflectores de la literatura de ciencia ficción en los Premios Hugo de 1969, donde su relato “El último vuelo del Doctor Ain” fue finalista.
Robert Silverberg, reconocido autor del género, menciona algo de esto en el prólogo del primer libro de cuentos de James Tiptree Jr. Mundos cálidos y otros (1973), además de mencionar la entonces breve trayectoria del “autor”, ahonda en el misterio que rodea a su nombre –cuyo apellido coincide sólo con una marca de mermelada– y argumenta tajantemente en contra de la teoría de que Tiptree fuera una mujer, por parecerle totalmente absurda, ya que había “algo ineluctablemente masculino en sus narraciones”.
Pienso mucho en esa decisión de utilizar o no un seudónimo. Es cierto que para esos años ya había muchas mujeres escribiendo en el ámbito público, incuso en la ciencia ficción; sin embargo, ella eligió no hacerlo, quizá porque resultaba más cómodo aislarse de la vida pública y un seudónimo masculino podría traer ciertas ventajas, quizá permitiría disipar la bruma.
Recién releí este cuento, y me di cuenta de las veces que he sido percibida como bruma… es una sensación muy extraña. Estoy acostumbrada a vivir en pueblos pequeños, en los que la gente en general suele ser muy conservadora; sin embargo, tal vez por la cercanía con las personas a mi alrededor y ese ambiente de hogar, pocas veces lo identifiqué, aunque muy claras. Por otra parte, al vivir en otras ciudades he tenido la fortuna de involucrarme en proyectos encabezados por mujeres o construidos desde la noción de comunidad en los que no se manifiestan tanto ese tipo de actitudes.
Sí, es verdad que hombres y mujeres nos enfrentamos al hecho de que gente mayor que nosotros, por lo general señores, menosprecian nuestro trabajo o ni siquiera lo voltean a ver, ni qué decir de tomar en cuenta nuestras opiniones; sin embargo, ser mujer y ser joven es vivirlo al doble y es muy frustrante, mucho más cuando hay todo un sistema patriarcal que lo respalda.
En los últimos días me ha sucedido constantemente y es desconcertante, en primera instancia por la época en que vivimos. Al parecer los viajes en el tiempo ocurren más a menudo de lo que creemos y en un abrir y cerrar de ojos estoy en un momento en el que ignorar a una mujer al grado de ni voltearla a ver a la cara cuando habla es completamente normal. Interrupciones, esa mirada vaga que busca cualquier otra cosa antes que la tuya, que escupe cualquier palabra que suene más fuerte que tu zumbido sin importancia… Me ha pasado que es normal que yo salude y me pregunten por mi esposo antes de si quiera responder por cortesía, o que volteen a verme hasta que él me presenta, si no, no existo.
Por más extraño que parezca –o no– este trato es muy común no sólo por parte de hombres de pueblo o de edad avanzada, ni mucho menos de un estrato social en específico. Me han visto bruma profesores, doctores, periodistas sacerdotes, políticos y hombres al azar de los que no sé mayor cosa y al parecer soy yo la que tiene que lidiar con ello.
En el relato de Alice Sheldon, Ruth Parsons y su hija Althea aceptan llevar a Don Fenton en su vuelo liderado por Esteban, el capitán de origen maya. El repentino accidente provoca que los tripulantes se queden varados en un manglar de territorio yucateco. Este escenario sirve para que la autora explore la personalidad de Ruth a través de la mirada de su misógino narrador-protagonista, evidenciando así una brecha entre ambos, sus mundos y lo que creen saber uno del otro.
Por otra parte, paralelo a la fallida comunicación entre los dos personajes mencionados –o quizá a consecuencia de–, que se percibe falsa e interferente, tenemos el contacto entre el universo humano y el alienígena.
Publicado en 1973, en la edición de diciembre de la revista The Magazine of Fantasy and Science Fiction, este relato se inserta en una época en que es común representar la vida alienígena como destructora o salvadora. Si bien, para Ruth Parsons y su hija, los visitantes resultan ser aliados para escapar, lo más interesante está en el hecho de que Ruth pueda interactuar con ellos, esos seres extraños hablan, ven y llegan a acuerdos con las mujeres que los hombres no ven.
Por medio de la narración de Don nos damos cuenta de cómo el discurso se va transformando, si de inicio él creía dominar la situación, conforme se suceden los hechos notamos su descolocación; Ruth, por su parte, que parecía ecuánime y “gris”, toma acciones de forma serena pero firme, lo que sorprende al narrador y al lector.
Esto se anuncia con la conversación sobre el movimiento de liberación femenina que sostienen los personajes en medio del manglar, donde Ruth menciona quizá el motivo central de la historia:
Las mujeres no tienen otros derechos que los otorgados por los hombres. Don. Los hombres son más fuertes y agresivos y dominan el mundo. Cuando la próxima crisis de verdad los atemorice, nuestros supuestos derechos se desvanecerán como… ese humo. Volveremos a ser lo que siempre hemos sido: una propiedad de los hombres. Y de todo lo que haya marchado mal se le echará la culpa a nuestra libertad, como ocurrió con la caída de Roma. Ya lo verás.
La incomprensión de Don, unida al desencanto, hartazgo y a la vez la certeza de Ruth, son muestra de una ruptura que lleva siglos y que quizá no tenga punto de encuentro, motivo que en ella está determinado y que constituye el móvil de su decisión final: “Lo que hacemos las mujeres es sobrevivir. De a una, de a dos, en los resquicios que deja la máquina mundial de los hombres”, Ruth y Althea Parsons deciden irse y ese es el momento en que se muestran más fascinadas y, a la vez, convencidas de su destino, elegido al fin: “hemos comprendido –grita Ruth. No queremos volver”.
Tal vez acá no vengan los aliens por nosotras o si lo hacen, no querríamos ir. Sucede que la maquinaria de los hombres se ha encontrado con distintos frentes y, aunque muchas cosas no han cambiado, ahora nos nombramos, nos leemos, nos acompañamos para ahuyentar la bruma.
[1] Mundos cálidos y otros, Edhasa, 1985, p.78
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La lucha es larga, pero se ha avanzado… No hay que detenerse…