Hermafroditas: un grabado.
Óscar Alarcón escribe un texto sobre los Hermafroditas a partir de un grabado del libro "Monstruos y prodigios" de Ambroise Paré.
Óscar Alarcón escribe un texto sobre los Hermafroditas a partir de un grabado del libro "Monstruos y prodigios" de Ambroise Paré.
Por Óscar Alarcón (@metaoscar)
Puebla, México, 8 de agosto de 2019
Nombre del Autor: Conrad Lychosthenes
Nombre de la Obra: Pugna entre Siameses Hermafroditas
País: Francia
Siglo: XVI
Época: Manierista
Técnica: Xilografía
La tipología de este grabado nos habla de la teratología, que “es la ciencia que estudia las malformaciones físicas de los seres vivos, sean hombres o animales. Sus raíces se remontan a los tiempos en que cada “monstruo” era considerado, en cuanto acontecimiento insólito, portador de un significado particular, de una comunicación de la voluntad divina.”[1]
En este primer acercamiento a la teratología, Massimo Izzi, nos remite a Prodigios: “cualquier acontecimiento insólito, cualquier manifestación que parecía salirse del curso natural de las cosas, siempre ha sido vista con una angustiada atención. En un mundo en el que todas las manifestaciones estaban dirigidas hacia la acción de alguna fuerza divina, semidivina o demoníaca, no podían existir sucesos puramente casuales e indeseados.
Así, estos sucesos, precisamente porque contradecían el curso natural de las cosas y la actividad habitual de las fuerzas extrahumanas, tenían que contener un significado especial y particularmente importante, tenían que representar una comunicación concreta de la voluntad divina, que no se habría entrometido en el proceder habitual de los hechos naturales si no quisiera llamar la atención sobre alguna cosa irrenunciable.”[2]
Nos introduce mediante descripciones al tema de los monstruos, nos da información de los “monstruos por exceso” y “monstruos por defecto”. Más adelante continúa con la descripción de las anomalías, agregando que la razón de éstas estaba indicada en una cantidad respectivamente excesiva o escasa de esperma en el momento de la inseminación.
Esta concepción también concuerda perfectamente con el concepto puramente misógino de que lo que es fundamental en la procreación es la aportación del macho. Pero en la casuística de las monstruosidades humanas también podía reconocerse otra causa “natural”: algunos monstruos, en efecto, presentaban caracteres tan sorprendentemente similares a los de cualquier especie animal, que el origen del conocimiento se buscaba más bien en las prácticas de bestialismo, es decir, de relaciones sexuales con animales, que por otra parte no eran infrecuentes.
Dado que este tipo de relaciones ya aparecía explícitamente condenado en la Biblia, esta hipótesis hace que las causas “naturales” vuelvan a contarse entre las de trasfondo religioso y vuelve a proponer así el pecado diabólico.
El hecho más curioso es que en estos casos los animales también eran procesados y ajusticiados: como ejemplo, en 1556, en Sens, Francia, un tal Jean de la Soille, acusado de sodomía con una burra, fue condenado a asistir a la muerte del pobre animal en la hoguera para luego ser ahorcado y quemado; después, sus cenizas, mezcladas con las de la burra, fueron esparcidas en el viento.
La medicina clásica había establecido un modelo de explicación de las diferencias de género a partir de la unicidad de la carne. No existían dos sexos, sino que existían dos géneros o representaciones sociales de la diferencia. Los genitales femeninos y masculinos eran exactamente los mismos, aunque en posición diferente como consecuencia de la diferente dotación calórica de hombres y mujeres.
La mayor frialdad femenina provocaba, en la fase de gestación, la contracción de los órganos que, en los hombres, eran expulsados hacia el exterior por efecto de su mayor calor vital. Si todo dependía, como mantenía Galeno, de la cantidad de calor y de la fuerza expulsiva del organismo, las transformaciones eran entonces posibles.
Ambroise Paré dice del hermafrodismo que los hermafroditas o andróginos son criaturas que nacen con doble aparato genital, masculino y femenino, y por ello son llamados en nuestra lengua hombres-mujeres. En cuanto a la causa, es que la mujer aporta tanto semen como el hombre en proporción, y por eso la virtud formadora, que siempre trata de crear su semejante, es decir un macho a partir de la materia masculina, y una hembra de la femenina, hace que en un mismo cuerpo se reúnan a veces los dos sexos, y se les llama hermafroditas.
Existen cuatro variedades, a saber: hermafrodita macho, que es aquel que tiene el sexo del hombre perfecto, puede engendrar, y presenta en el perineo un orificio en forma de vulva, que sin embargo no penetra en el interior del cuerpo, y del que no sale ni orina ni semen.
La mujer hermafrodita, además de su vulva que está bien formada y por la que arroja el semen y las reglas, tiene un miembro viril, situado por encima de dicha vulva cerca del pubis, sin prepucio, pero de una piel delicada, que no puede volverse ni replegarse, sin erección alguna; de él no sale orina ni semen, y no hay rastro de escroto ni de testículos.
Los hermafroditas que no son de uno ni de otro tipo son los que están totalmente privados y exentos de generación, y cuyos sexos son totalmente imperfectos, situados uno junto al otro, a veces uno encima y el otro debajo, y no pueden utilizarlos sino para expulsar la orina.
Hermafroditas machos y hembras son los que tienen ambos sexos bien formados, y pueden utilizarlos y emplearlos para engendrar; y a éstos, las leyes antiguas y modernas les hicieron —y les hacen aún— elegir qué sexo desean utilizar, con prohibición, so pena de perder la vida, de utilizar aquel que no hubieran escogido, debido a los inconvenientes que de ello pudieran resultar. Pues algunos han abusado de tal manera, que mediante un uso mutuo y recíproco se entregaban en lascivia con uno y otro sexo, a veces de hombre, a veces de mujer, puesto que tenían naturaleza de hombre y mujer adecuada para tal acto.[3]
Este breve acercamiento a los hermafroditas nos permite ver que se encuentran relacionados con el término “monstruos”, pero cabe hacer la aclaración que no debemos considerarlos como tales.
Para algunos autores, su inclusión en la clasificación de la monstruosidad radica sólo en su aspecto formal, el cual ayuda a su estudio; o bien, su inclusión es debida a otra característica: la ruptura del orden natural.
Las malformaciones sexuales del hermafrodita generan irrupción en conceptos estéticos relacionados con la belleza y debido a ello mucha gente los califica como monstruos. Lo cual es un error. Merecen un estudio profundo y detallado —valiéndose de la teratología— en el que se mencionen sus características simbólicas, más allá de lo meramente físico.
La teratología estudia malformaciones físicas, visualmente sorprendentes, dichas malformaciones llevaban un mensaje lleno de significado, siempre enlazado a lo religioso.
La influencia del hermafrodismo en nuestros días puede entenderse a través del concepto “unisex” —propuesto por Foucault— para una nueva cultura que convive diariamente con estos seres. Una cultura en la que el hermafrodismo no es un símbolo exclusivo de lo físico.
Esto nos llevaría a una polivalencia frente a una sociedad que muestra su doble moral, representada de manera simbólica en la figura del hermafrodita, dualidad presente en la vida cotidiana.
.
Bibliografía
Izzi, Massimo: Diccionario Ilustrado de los Monstruos, editorial Alejandría, Barcelona, España, 2000.
Monstruos y Seres Imaginarios en la Biblioteca Nacional, Ministerio de Educación y Cultura y Biblioteca Nacional, España, 2000.
Paré, Ambroise: Monstruos y Prodigios, editorial Siruela, España, 1993.
[1] Massimo Izzi, Diccionario Ilustrado de los Monstruos, editorial Alejandría, Barcelona, 2000, página 465.
[2] Ibid, página 395
[3] Ambroise Paré, Monstruos y Prodigios, editorial Siruela, España, 1993, páginas 37 y 38.