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Hermosillo, Sonora, 2 de enero de 2025 (Neotraba)

La violencia horizontal

A riesgo de ser excesivamente esquemático, podría decirse que la novela negra tiene dos grandes vertientes, al menos como tendencia: la de la violencia vertical y la de la violencia horizontal. La primera construye su núcleo a partir de macroviolencias: la del crimen organizado, la del Estado, la de la dictadura, la del Ejército, etcétera. La segunda suele gestarse sobre la base de vínculos afectivos. El Edén I.A.P. (Fondo Editorial de Querétaro, 2023), de Manya Loría, apuesta por la violencia horizontal. Pero solo es una dominante, ya que por ahí merodea también el abuso y la corrupción policiales. Me gusta este enfoque porque ahonda en la complejidad de las relaciones humanas y porque no cae en la tentación de simplificar la realidad con la premisa según la cual los males del mundo se deben al exceso de las grandes estructuras y formas de poder. La violencia horizontal es la del poder encubierto, invisible, normalizado, pero igual de pernicioso.

El ojo femenino

La novela está construida con ojo femenino, y no solo porque quien escribió la obra es mujer y porque la protagonista se llame Ana, sino sobre todo porque cada línea sugiere cierta sensibilidad para captar y expresar las masculinidades nocivas desde el punto de vista de quienes históricamente las ha padecido más. No entro en detalles, pero uno de los pilares de la obra tiene que ver con ese tema, y es un gran acierto. Pero Manya Loría no reduce: gesta personajes hombres con matices y ambigüedades, personajes cuya bondad convive con una faceta vulgar, obscena y misógina. O personajes compasivos que sin embargo contribuyen a la violencia. La perspectiva es sostenida: el ojo femenino construye y valora el mundo.

Los gatos

El Edén I.A.P. hace un muy bueno uso narrativo de los gatos. Su presencia no es arbitraria. Tampoco responde al gusto de la autora por los michis. O tal vez sí, pero no importa porque la aportación literaria lo justifica todo y comoquiera es lo único que vemos. De entrada, los gatos sirven para redondear la configuración de su protagonista, Ana. Pero más relevante es aún es su participación en el terrible núcleo del conflicto, articulado en la escena más fuerte y quizás más lograda de toda la novela. Finalmente, la figura del gato tiene su sentido en el cierre de la obra a través de una dimensión simbólica. El michi de la portada tiene fundamentos.

Lo que suena y lo que se ve

La experiencia como guionista de Manya Loría es notoria en El Edén I.A.P. Basta un par de escenas con fuerte contenido violento cuyo impacto se redobla porque son fáciles de imaginarlas con formas, colores y texturas. Y qué decir del sonido: hay que tener algo de colmillo en escritura de guion para utilizar bien el ruido que produce una tetera o un maullido. Resulta oportuno traer a colación este aspecto de la novela ahora que tanta alharaca han causado las adaptaciones de Pedro Páramo y Cien años de soledad –percibo que con Como agua para chocolate no hubo revuelo–, como si el contacto entre distintas disciplinas artísticas fuera pecaminoso. O peor: como si la “alta” literatura no debiera entrar en contacto con formas de expresión “bajas”, como el cine de Netflix o –Avemariapurísima– series de televisión.

Limpiar el refrigerador

En un breve texto titulado “Un noir sin ‘mujeres en el refrigerador’ es posible”, Manya Loría sostiene que se puede escribir literatura negra en la que la mujer no sea un objeto: de la violencia, de la sexualización, de la insipidez narrativa. Parece fácil, pero quizás no lo sea tanto: las convenciones del género casi exigen la presencia de un cadáver femenino o una mujer en apuros o una femme fatale. O a veces la mujer simplemente no figura. La autora opta no por silenciar la violencia, rehuirla, sino poner el foco en otro lado: no se solaza en la descripción de los cuerpos vulnerados, algo casi completamente inútil cuando todos tenemos en la cabeza un montón de imágenes violentas extraídas de la realidad; se preocupa más por las secuelas de la agresión, por el dolor, por la consternación. En ese sentido, Manya Loría no lleva al colapso las convenciones del género negro; le basta con reformular algunos aspectos.

La portada

Por descuido, el nombre del autor de la ilustración de la portada no figura en el libro. Se llama Gabriel Astaroth y es pintor y tatuador. Su obra es oscura, literal y figuradamente, y muy sobria. Contiene suficientes elementos, sin embargo, para evocar la violencia y particularmente el interior de Ana, la protagonista.


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