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Puebla, México, 19 de mayo de 2025 (Neotraba)

Quizá las mejores mentiras que nos hemos contado como humanidad, son la música y la muerte; Belafonte Sensacional – La noche total (video oficial)[1]

No hace mucho, la historia y yo tuvimos un segundo aire. Me he llenado de libros sobre periodos muy distintos entre sí, pero que enmarcan algunas otras lecturas que me gustan. Y mientras más conozco, es imposible no dejarse llevar por los mitos que circundan la profundidad de la episteme.

Usualmente cuando se explica qué es un mito, por la edad a la que se nos presenta y por el poco tiempo del que dispone el docente, se simplifica; son relatos que pretenden explicar algo más. Y sí, así funciona. Pero en todo caso, un mito compartiría la misma función que un inventario o un instructivo, y muy pocas veces un mito se detiene a ordenar elementos dispersos.

Explicar la realidad no es algo que requiera de un mito. Porque cuando hablamos de mitos, tendemos a verlos como algo muy lejano. Balcánicos, mesopotámicos, mesoamericanos, indochinos, etc. Los vemos muertos, porque la modernidad nos hizo creer que así es. La ciencia dura como último bastión entre el mundo incivilizado y la cúspide del desarrollo. Y por eso los mitos nos parecen mágicos, propios de culturas extintas o extrañas.

Comprendemos que la realidad puede ser descrita por otros medios. Y a ellos nos entregamos. Por lo que cuando hablamos del imperio persa –por ejemplo– lo hacemos desde su extensión territorial en kilómetros, las vastas e interminables riquezas en sus ciudades, y el número estimado de obreros o soldados con los que contaba cada emperador. Y sí, saber esto explica muchos de los fenómenos culturales, sociales y bélicos que enmarcan el imperio persa. Pero saber “el por qué” no explica el “desde dónde”.

Tendemos a ver la historia de dos formas; como la historia de los grandes hombres, o la historia de los grandes sucesos. Nuevamente, es un problema que compete al tiempo del que se dispone para la educación y la forma en la que se presenta. Explicar la historia así es útil para resumir, pero se pierde una dimensión humana de empatizar con las personas de ese entonces. Para empezar, porque si no se atraviesan con el protagonista o participan del hecho, no existen. Así sucede con la mayoría de filósofos clásicos que, por su edad aproximada, pudieron haber participado de batallas como la de Maratón o las Termópilas, pero como soldados comunes. Reclutados de emergencia, como la mayoría de ellos. Y aunque parezca trivial, saber estos detalles nos proporcionan una mejor imagen de quiénes eran, qué hacían, qué pensaban. Tal cuál como se analiza a un autor hoy en día.

Se nos olvida que este mundo es antiguo, pero no viejo. Todo suceso es la consecuencia de otro y por tanto no podemos tratar la historia como algo muerto de lo que podemos desprender una de sus partes para su estudio. Es más como un tapiz al que se le desprende un hilo que desprende otro, que desprende otro más, y otro…

Por lo que pienso, un mito hace más que explicar la realidad inmediata. Del tapiz; el carrete de hilo. Y por eso es que no podemos pensar en un mito como algo muerto. No porque se usen cosas que no conocemos, o usen elementos que ya no están presentes en la realidad, dejan de tener validez. Este vicio humano por comprenderse lleva a experiencias bien extrañas. Y cada uno de los mitos renuevan su vigencia no en su contenido, sino en su interpretación.

Piense en Eurípides. Quizá el productor de fan-fics más grande de la historia humana. Sus obras más reconocidas se desprenden del mito[2] de Ilión (Troya para los latinos), y quizá porque para él, las obras homéricas ya eran el monstruo de referente que sigue siendo hoy en día. Por lo que, tras recopilar pedazos de relatos, rumores, leyendas y otros mitos de la península griega, empezó a modelar sus propios mitos. No para explicar la realidad de las ciudades-estado en Grecia. Sino para explicar comportamientos humanos desde preguntas muy simples; ¿qué fue de Andrómaca?

Es entendible incluso, saber que Eurípides no sólo exploró una obra para responder a su pregunta. Porque en el mismo contexto de Andrómaca, tiene paralelos igual de interesantes con el resto de troyanas. Y sí ya exploramos qué fue de –las que sin duda perdieron más en la guerra– mujeres de troya, qué fue de los generales aqueos. Y si Agamenón fue el único en regresar a casa, ¿qué fue de su reino en los diez años de ausencia?

Los mitos no tienen como deber único explicar la realidad. Sino explicar las cosas que la conforman. Es obvio entender que los primeros mitos se atañen a explicar cosas como la naturaleza y sus fenómenos, pero entre más se complejiza una sociedad, las partes que conforman la realidad son más profundas y enrarecidas.

Y entonces los mitos que se desprenden de esas realidades, explican generalidades más complejas. Como la rivalidad entre semejantes; véase el caso de Caín y Abel, Rómulo y Remo, Gilgamesh y Enkidu, Yahvé y Luzbel. Y lo que diferencia a cada uno de las sociedades que producen estos mitos –y los mitos en sí– son los elementos que nombran y el uso de cada mito.

Vale la pena preguntarnos en el filo de la navaja postmoderna, ¿qué mitos contamos hoy en día? ¿para qué usamos los mitos en una sociedad que parece haber explicado todo? ¿cuál es la línea entre mito y ficción?

En una nueva travesía por explicar cosas que nadie preguntó; nos cubriremos de mitos sobre bestias, hombres, dioses y todos los vicios posibles. Sí, será largo.


[1] Me intriga el mito cristiano en torno a las figuras de santidad. De lo canónico y lo que es herejía. Yo prefiero lo segundo. HECHOS SEGÚN LÁZARO.pdf

[2] Sé que suena raro decir que “La Ilíada” es un mito, porque acostumbramos que la figura del mito debe ser completamente fantástica. Explicaré los límites de la ficción frente al mito en otra columna.


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