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Ciudad de México, 10 de diciembre de 2023

[Hemos charlado con el escritor argentino Eduardo Sacheri, Premio Alfaguara 2016, quien en esta plática con presenta varias de sus principales inquietudes literarias y de vida, sin dejar de abordar al futbol como metáfora de lo registrado durante sus días andados por este mundo; asimismo, el también docente nos comparte algunas reflexiones destacadas acerca de lo que para él significan la memoria y la infancia…]

México, 30 de noviembre de 2019. Eduardo Sacheri (Castelar, Argentina,1967) es un profesor de historia en una escuela secundaria de Ramos Mejía, revisa textos escolares y evalúa exámenes cada cierto tiempo. Además, obtuvo el Óscar en 2010 cuando la película El secreto de sus ojos fue galardonada como mejor filme extranjero: Sacheri escribió el guión de aquella cinta, dirigida por el cineasta Juan José Campanella. Asimismo, nuestro entrevistado es padre de un adolescente, esposo e hijo; pero a pesar de tales ocupaciones y papeles asumidos en su vida, si uno busca su nombre en la Internet la principal definición que hallaremos será: “Oficio: escritor”.

Aunque, a decir verdad, me parece que además de todo lo ya enlistado Eduardo Sacheri es un hombre parado en la mitad de una cancha de futbol: con el número cinco en el dorsal, enfundado en una casaca color rojo –tal como es la camiseta de su equipo amado: Independiente–, con no mucha técnica en sus piernas (pues queda claro, incluso para él, que no es Maradona ni Messi ni Bochini) pero sí es poseedor de mucha pasión y derroche físico: así juega al futbol aún a sus 51 años de edad; y así enfrenta la vida… con cierta actitud como quien ha quemado las naves y no le resta más que ir a contracorriente enfrentando con su escritura al miedo y la desmemoria, a pesar del paso de los años (el jodido paso de los años), y a pesar de las ausencias.

“Somos lo que hemos sido…”

La memoria como trinchera, arma y –a veces, también– como montaña por la cual el viejo Sísifo repite, incesantemente, el mismo acto día tras día: en el caso de algunos momentos en la obra literaria de Sacheri, dicho eterno retorno pasa por recordar para que la llama de la memoria no se apague. Todo ello uno puede hallarlo en personajes entrañables de nuestro entrevistado; pienso, particularmente, en aquel prosecretario de un juzgado de instrucción, Benjamín Chaparro, quien a punto de jubilarse y cansado de una vida llena de nada, da un salto al precipicio de la memoria (¿o ya vivía cómodamente instalado en él desde hacía tres décadas atrás sin saberlo él mismo?) y decide ir y tomar el cielo por asalto, recuperando un amor desgastado tras el paso de los años, amor perdido tanto por su cobardía de no atreverse a decirle un “te amo” a Irene, como también amor perdido por la barbarie provocada por la dictadura militar argentina (1976-1983).

En aquella novela intitulada La pregunta de sus ojos (2009), uno se encuentra ante personajes petrificados en el tiempo, con miradas llenas de ayeres y palabras miedosas que no se han animado a saltar del balcón de unos labios y decir lo que es urgente e impostergable pronunciar desde años atrás. Pero el cuerpo siempre encuentra mecanismos para hablar: calla la boca, quizás, pero la mirada dice –y grita.

Benjamín cada mañana ha muerto un poco al mirar –a veces cerca, a veces muy pero muy lejos– a Irene. A cierta altura de la vida y de la novela (¿quién puede decir que algunos personajes literarios no están más vivos que varios seres humanos, de carne y hueso, a quienes conocemos y andan por ahí, en calles y avenidas, oficinas y en vagones del Metro de la ciudad, rumiando la existencia?), Chaparro sabe que su presente está colmado de días consumidos; el pasado no fue ya, sino que es habitante del hoy (y funge como escribano del futuro): “somos lo que hemos sido y cómo recordamos eso que fuimos”, dice Sacheri en las primeras páginas de esta entrevista.

–Personajes de sus novelas figuran como antihéroes, perdedores aparentes de la vida cotidiana, que en momentos de ruptura encuentran motivos para realizar actos extraordinarios. ¿Cuáles son esos ejemplos de dignidad y heroicidad que tuvo desde la infancia?

–Bueno, en cuanto a los ejemplos de mi niñez creo que los más importantes fueron aquellos de mis padres y mi abuela materna. Mi padre murió cuando yo era muy chico (tenía diez años de edad) y me dio un gran ejemplo hasta entonces. A partir de ahí fue sobre todo el ejemplo de tenacidad de mi madre, quien tuvo que echarse la familia al hombro y preocuparse porque sus tres hijos (soy el menor de tres hermanos) pudiéramos estudiar, ir a la universidad y convertirnos en personas con educación como para abrirnos paso en la vida. Y mientras ella hacía eso, mi abuela fue extraordinariamente importante para seguir acompañándome en la niñez.

–En sus novelas y cuentos, un fenómeno constante y enarbolado por el autor es el concepto y praxis de la amistad. En su obra literaria existe un sentido muy fuerte de la fraternidad, la camaradería y la lealtad a los amigos (tal como se aprecia en las páginas de La noche de la Usina, de 2016,historia que ha sido adaptada al cine bajo el título de La odisea de los giles, recientemente estrenada en México en la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional). ¿De qué parte de sus primeros años de vida obtuvo esos códigos reflejados en su obra literaria?

–Bueno, en la pregunta anterior me refería a la muerte de mi padre como una gran herida en mi niñez; por suerte, en los años setenta en Castelar, mi pueblo, era muy fácil salir a la calle y encontrarse con otros chicos y hacerse amigos. Realmente los códigos de amistad los obtuve de ahí, sobre todo jugando al fútbol; pero no sólo desde ese deporte, sino también jugando con las chicas y chicos de mi barrio. Creo que aprendí mucho sobre los valores de no estar solo y no dejar solos a los demás.

–En La pregunta de sus ojos (2005) se defiende la capacidad (y el derecho) a la memoria tanto a nivel político-social como en el plano más íntimo de los personajes centrales. En estos tiempos actuales en donde pareciera que todo se encamina hacia un supuesto progreso, ¿cuál es la apuesta de Sacheri al presentar personajes que no olvidan y deciden construir el futuro sólo si eso no implica borrar los hechos (positivos y negativos) del ayer?

–Tal vez sea por mi formación como licenciado en historia que desde la adolescencia siempre le di un lugar muy importante a los recuerdos en tanto constructores de nuestra identidad: los recuerdos como una construcción dinámica.

“Interesarnos por la memoria personal y colectiva no significa consagrar visiones estáticas del pasado, creo que el conocimiento sobre lo que somos y fuimos se construye haciéndonos preguntas y revisando las respuestas a esas preguntas y formulándonos nuevas. Básicamente me parece que esa es la manera: somos lo que hemos sido y lo que recordamos acerca de eso que fuimos”.

Una infancia a colores

El futbol es un pretexto para ser felices, dijo Ángel Cappa (entrenador argentino). En la obra de Sacheri pareciera que además de ser un mecanismo para hallar la felicidad, el futbol produce procesos identitarios: el amor al club del barrio y la pasión por una camiseta (ya sea del club que juega en la primera división o incluso de la propia selección nacional). Dentro del mundo afectivo del Premio Alfaguara 2016, ese deporte representa una puerta hacia la infancia: la relación con su padre, las primeras amistades y la capacidad de sorprenderse ante el verde pasto de una cancha, en donde 22 seres humanos juegan a ser niños eternos: si Rilke aseguró que su patria era su infancia, en el caso del autor de Papeles en el viento (2011) encontramos que en el futbol guarda gran parte de las huellas productoras del hombre que es hoy en día.

–¿Cuáles códigos habitantes dentro de una cancha le son referenciales tanto para la escritura como para la vida?

–En cuanto a códigos habitantes dentro de una cancha, creo que el fútbol como cualquier juego es una estupenda metáfora simplificada de lo que es la vida en sus complejidades (y la vida es extraordinariamente compleja, confusa y diversa). Los juegos inventados por los seres humanos permiten simplificar la vida y aprenderla de manera aparentemente sencilla. Y cuando jugamos creo que ponemos de manifiesto y nos asomamos a cosas más profundas de la vida; de hecho, esforzarse, sumarse a los demás, compartir la pelota, respetar las reglas, enfrentar desafíos y asumir las derrotas creo que son todas pedagogías que uno toma del fútbol y, si es mínimamente inteligente, se las lleva después al resto de la vida.

–Ha compartido que la relación tanto con su padre (quien murió cuando usted era un niño) como con Independiente (el equipo del cual es aficionado) andan en caminos simultáneos. ¿Cómo recuerda actualmente ese primer partido de futbol al cual fue de la mano con su padre?

–Curiosamente, mi primer partido en la cancha con mi padre no fue a ver a Independiente, porque el estadio de ese equipo nos quedaba extremadamente lejos de nuestra casa, sino que asistimos a la cancha de Deportivo Morón, un club de lo que era la segunda categoría del fútbol argentino y estaba cerca de casa. Mi padre me aclaró que íbamos a ver a tal equipo aunque fuéramos hinchas de Independiente. Y recuerdo mi sorpresa absoluta al ver los colores de las camisetas y del pasto, así como al escuchar los sonidos de la cancha porque, durante mi niñez de los años setenta, en Argentina la televisión era en blanco y negro: ¡no me imaginaba que un estadio pudiera ser tan hermoso y tan colorido en esas horas de la tarde!

–Es usted de los pocos escritores que mantienen una relación cercana con este deporte, junto al escritor mexicano Juan Villoro, el maestro uruguayo Eduardo Galeano, Roberto Fontanarrosa y seguramente lo que Osvaldo Soriano demostraba al ser hincha de San Lorenzo de Almagro. Más allá de su pasión ante dicho juego, ¿cree que existe una relación entre la literatura y el futbol? ¿Encuentra códigos, momentos o estados de ánimo compartidos?

–Lo que encuentro de relación entre la literatura y el fútbol no se lo atribuyo específicamente a dicho deporte; me parece que cualquier juego comparte con la literatura este rasgo de ser precisamente eso: un juego, ser (como dije en alguna otra respuesta) una suerte de metáfora de la vida donde hablamos de ella indirectamente, tangencialmente, le entramos a la vida desde otro costado para ver si nos es menos esquiva en su compresión.

–Me da la impresión de que si Sacheri fuera jugador de futbol profesional sería un “5” de esos clásicos, como el mítico capitán uruguayo Obdulio Varela, quien se imponía en la cancha (y seguramente en la vida) a través de ir con el cuchillo entre los dientes, derrochando esfuerzo físico y poniéndole el pecho a las balas. ¿Cuál es la posición de Sacheri dentro del juego de la vida?

–Me llama la atención esto de compararme con un “5” clásico, que derrocha esfuerzo físico y “le pone el pecho a las balas”, porque esa es un poco mi manera de jugar al fútbol. Todavía con mis 51 años a cuestas, lo que pongo sobre todo en la cancha y en la posición del número 5 (que es donde juego), es sobre todo mucho esfuerzo y mucha solidaridad, porque quienes no tenemos talento es lo que nos toca hacer. Y creo que uno cuando juega pone en juego, valga la repetición, su manera de ser, entonces creo que verdaderamente mi enfoque de la vida es el esfuerzo, la tenacidad y la paciencia… así es como espero estar enfrentando a la vida.

Los días de la revolución de Eduardo Sacheri
Los días de la revolución de Eduardo Sacheri
“Soy un profesor de historia”

–En Twitter se le mira enviando constantemente mensajes a sus alumnos del secundario en donde imparte clases: algún aviso de cierta tarea asignada, el recordatorio de una lectura que deberán realizar o un breve escrito en donde les desea éxito en un próximo examen. ¿Cuáles elementos tiene el aula para Sacheri? ¿Qué le hace regresar a ella? ¿Qué tanto sus clases de historia alimentan ciertas reflexiones presentadas en sus novelas y cuentos?

–Aclaro que más allá de que a mis alumnos en Twitter, efectivamente, suelo recordarles tareas, exámenes, etcétera, no tengo mayor éxito en lograr un rendimiento destacado en ellos, esto con relación a lo ocurrido también a otros docentes (estamos todos con los mismos problemas). En cuanto al gesto de la pregunta, me encanta dar clases de historia, soy un profesor de historia y me encanta comunicar lo que sé a los chicos de secundario que tengo en una escuela en la provincia de Buenos Aires, por eso regreso al aula. De todas maneras, el mundo de la docencia y el mundo de la escritura para mí son mundos separados, bastante separados. Uno tiene que ver con la ciencia, el estudio y el esfuerzo vinculado con el conocimiento; y el otro tiene relación con la ficción, el arte y la creación: voluntariamente no los conecto demasiado.

El secreto de sus ojos
La literatura contra lo intolerable de la vida

–Michel de Certeau, historiador francés, desarrolló el concepto de “faltantes” de la historia. Él decía que la historia oficial suele borrar a sujetos, experiencias y voces incómodas para el sistema hegemónico. Pero, aunque esa operación es realizada desde el plano historiográfico, tales “faltantes” tienden a volver a la superficie como un eterno retorno de lo reprimido. En la obra de Eduardo Sacheri pareciera existir algo que se niega a ser borroneado, algo que se niega a ser silenciado por el devenir cotidiano. ¿La literatura es un arma en contra del olvido?

Creo que toda forma artística creada por el ser humano es una forma de enderezar la vida con relación a las cosas que nos resultan intolerables: la muerte, el paso del tiempo, el avance de nuestra decrepitud e indudablemente (entre otras derrotas que la vida nos infringe permanentemente) también está el olvido. Así que sí es posible que la literatura, como toda forma de arte, sea un arma de eficacia fugaz contra el olvido.

–Finalmente, en otras entrevistas usted ha mencionado que la escritura de literatura la concibe desde dos grandes momentos: uno, en donde es necesario sacarse algo de encima, como si se tratara de una acción urgente e impostergable; otro, mucho más parecido a la labor de un artesano (releer, corregir, cuidar las palabras). Tras el éxito internacional que tuvo la adaptación al cine de La pregunta de sus ojos y la cálida recepción experimentada actualmente por La odisea de los giles, ¿qué le mantiene con esa necesidad de escribir a pesar del éxito? ¿Cuáles son sus anclas que le mantienen con los pies en Castelar, impartiendo clases una vez a la semana y escribiendo sin, aparentemente, la presión de que su próximo libro sea premiado o bien recibido por la crítica?

–Escribo porque me hace bien. No me cura mis dolores, pero a veces los mejora o los adormece o los pospone o los endereza un poquito. Por eso escribo. Da igual si lo que uno ha escrito hasta aquí ha sido exitoso o no; por supuesto, es hermoso que a otras personas les agrade lo que uno ha escrito, no me es indiferente eso y me satisface mucho. Pero la necesidad de escribir es la misma. Además, si planteara que lo próximo a escribir debe ser un éxito, me quitaría libertad, sentiría presión y no me permitiría hablar de lo que necesito hablar: ¡no tengo ni idea de lo que necesitaré hablar en el futuro! Pero seguramente la próxima curva del camino de mi vida tendrá algún dilema, dificultad, angustia, dolor y pérdida, que deberé tramitar del mejor modo posible a partir de lo que escriba. ¡Y si encima me impongo la necesidad de ser exitoso, sería demasiado…!


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