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Cuento e ilustración por El Sr. Castilla

Colombia, 17 de octubre de 2020 [15:07 GMT-5] (Revista Coartada)

Son alrededor de las tres de la madrugada y llueve mucho. Hay un auto estrellado contra un hidrante afuera del edificio. Por la puerta principal de éste entra un hombre alto de hombros anchos. Lleva gabardina, sombrero y una colorida máscara de lucha libre. Está empapado. Cruza rápidamente el vestíbulo hasta llegar al ascensor donde hay un tipo delgado con una camisa floreada y gafas de sol con forma de estrellas. Está sentado en una silla alta leyendo un libro de mitología griega y fumando un porro. Es el ascensorista. El hombre, mientras sacude un poco su sombrero, le pregunta por un hombre que acaba de entrar hace un rato. El ascensorista le dice que ha subido por las escaleras y que seguramente no debe haber subido mucho porque es un tipo gordo. Los gordos se cansan fácilmente, agrega. El hombre alto le sugiere al otro que suban unos cuantos pisos, pero el ascensorista le da a entender que el ascensor no está funcionando muy bien y que lo hace de vez en cuando, pero hoy no es una de esas veces. El hombre alto sale del ascensor y enciende un cigarrillo mientras mira el lugar buscando las escaleras. El edificio es el Knossos Palace, antiguo lugar de encuentro de la élite de la isla. Cantantes, deportistas, gente del ejército, actores, mafiosos y políticos frecuentaban aquel lugar, hasta que hace doce años encontraron muertos a un tipo del congreso y a su amante, una corista de la Orquesta del Caribe. La gente cuenta que la mujer del tipo los mató a tiros. Ahora el Knossos es una cueva llena de hijos de puta, ancianos abandonados, drogadictos y prostitutas. El hombre alto contempla por un instante la inmensidad de aquella construcción y empieza a subir por aquellas escaleras infinitas tras el tipo a quien persigue. Por su cabeza da vueltas un pensamiento: Si no lo mato, él me matará.

Un par de horas antes, en un galpón en el puerto, se lleva a cabo un combate clandestino de lucha libre organizado por una de las familias más importantes de la mafia, los Zuccardi. En el ring, resbalándose en su propia sangre, se enfrentan el príncipe Mutumbo, un negro africano que es la nueva promesa de la lucha libre clandestina, contra el campeón Cabeza de Puerco, un gordo de tres metros cuya cabeza es la de un cerdo, literalmente. Cabeza de Puerco quiere defender su título del campeón, pero el resultado de esta pelea ya está decidido: Cabeza de Puerco debe perder.

Ha subido diez pisos al menos y no ha encontrado a nadie, sólo un borracho, una travesti flotante y un muerto. La madera de los escalones chirrea con cada paso del hombre de la máscara. Mira para todos lados pero solo hay pasillos larguísimos que se pierden en la oscuridad. Camina por ellos y vuelve al mismo lugar a pesar de sentir que camina en línea recta y ya perdió la noción de estar subiendo o bajando por aquellas escaleras que no dan a ninguna parte.

Una hora antes en el galpón, Cabeza de Puerco sabe que está viejo pero puede ganarle a su oponente con facilidad. Mutumbo no es un mal luchador ni mucho menos, pero es joven y confiado. Sólo el arreglo de la mafia garantiza su victoria. En primera fila están los capos de la mafia disfrutando del espectáculo junto a prostitutas y apostadores. Entre ellos está Soledad Zuccardi, la organizadora de la pelea y detrás de ella está su matón de confianza; un hombre enmascarado conocido como Salamandra. El mismo que dentro de una hora estará persiguiendo a un gordo en un edificio viejo. La multitud apasionada grita hacia el ring donde, contrario a lo que Zuccardi y Salamandra esperan, Cabeza de Puerco parte en dos al príncipe Mutumbo.

Ha pasado una hora o más desde que el hombre llegó a aquel lugar. Teme que en cualquier momento aquel tipo al que busca lo tome por sorpresa. Uno de los dos no saldrá vivo del Knossos Palace. Bajo sus pies, en la alfombra, hay unas gotas de sangre fresca. “¿Cómo no las había notado antes?”, debe estar pensando el hombre de la máscara, pero con la suciedad de aquel lugar es fácil confundirse. Sin perder más tiempo, sigue el rastro de sangre. Camina por los pasillos a paso ligero, tratando de no hacer demasiado ruido y sube más y más escaleras. Siente que se adentra cada vez más en un laberinto donde lo espera una bestia que lo va a matar, si él no la mata antes. El rastro de sangre llega hasta una puerta: la cerradura ha sido forzada.

Una lluvia de sangre baña a la gente del público. Las tripas del príncipe Mutumbo están regadas en el ring. Cabeza de Puerco no dura mucho en aquel lugar para disfrutar su victoria. Huye porque sabe que lo van a matar por no obedecer las órdenes. Es un riesgo que corre por no perder su honor y su título de campeón, que a su edad, es lo único que le queda. Soledad Zuccardi manda a Salamandra tras él. Éste rápidamente se escabulle entre la multitud y sale al puerto donde Cabeza de Puerco prende su auto y se va camino hacia el centro de la ciudad. Salamandra corre hacia su auto para seguirlo. A esa hora las calles están vacías, lo que hace que sea más fácil perseguir a su objetivo, pero hace media hora que empezó a llover y no se puede ver nada. Los neumáticos patinan en el asfalto mojado. Salamandra saca su revólver .38 Smith & Wesson, cañón corto, y le dispara al auto que persigue. Los balazos atraviesan el vidrio trasero y el panorámico. Uno da en el hombro derecho de Cabeza de Puerco y el auto zigzaguea cuatro cuadras más y choca contra un hidrante. Cabeza de Puerco sale del auto y entra en un edificio inmenso: el Knossos Palace.

El hombre de la máscara se hace a un lado de la puerta forzada, sabe que Cabeza de Puerco está adentro. Saca su revólver y de una patada derriba la puerta. Es un departamento vacío, no hay nada ni nadie en la sala, sólo unas gotas de sangre que dan a una habitación. El hombre entra a la habitación y en ella hay un gordo con cabeza de cerdo sentado en el piso, contra la pared. “Pensé que nunca llegarías, Salamandra, ya estaba empezando a aburrirme”, le dice al hombre enmascarado. “No debiste matar al negro, Cabeza de Puerco, pero… yo habría hecho lo mismo”, le responde. Cabeza de Puerco se pone de pie con esfuerzo, escupe un coagulo de sangre y dice: “Salgamos de esto de una vez, ya tuve mi última pelea esta noche. Al menos no terminé siendo un matón de la mafia como tú, Salamandra. Ojalá te libres de esa deuda pronto”. Un disparo rompe el silencio de aquel laberinto oscuro.

Una hora más tarde Soledad Zuccardi le preguntará a Salamandra si Cabeza de Puerco está muerto y este responderá: el cerdo apenas se defendió.


Este texto se publicó originalmente en:

https://ellaberintodelminotauro.com.co/2019/03/04/el-cerdo-y-la-salamandra/


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