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Retrato de Fiódor Dostoyevski por Vasili Perov.
Retrato de Fiódor Dostoyevski por Vasili Perov.

Por David Guillermo Fernández Guerrero

Monterrey, Nuevo León, 24 de junio de 2020 [16:06 GMT-5] (Neotraba)

Rusia ha llamado mi atención desde hace mucho tiempo y esto se lo atribuyo a dos situaciones: la primera se la adjudico a mi padre y su admiración por los escritores rusos. Escuché emitir desde sus labios los nombres de Gógol, Chéjov y Dostoyevski desde que yo era pequeño, su encendida pasión por los temas que ama siempre son contagiosos. No obstante, la oportunidad de sumergirme en las letras de estos grandes escritores quedó suspendida.

La segunda, a la fuerte influencia que mi maestra del conservatorio, Svetlana Pyrkova, sembró en mi formación. Si bien, todo lo que sé sobre armonía y teoría musical se la debo en gran medida sus enseñanzas, los lapsos para aprender sobre su cultura siempre se hacían presentes, así fue como conocí el nombre de Pushkin. Ella me comentó que si deseaba introducirme a la literatura de su inmenso país, debería iniciar por leer a este gran poeta. Todo terminó en una gran deuda con las letras, las circunstancias no permitieron iniciar la odisea, sin embargo, tras cursar el seminario sobre literatura rusa con la Dra. Tatyiana Bubnova, di el primer paso. Seleccioné para realizar este escrito un fragmento de Los Hermanos Karamazov de Dostoyevski, El Gran Inquisidor. A continuación resaltaré algunos puntos que llamaron mi atención de la lectura, a manera de reflexión.

El libro comienza con una frase contundente y fuertemente realista: “Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: ‘No tardaré en volver […]’”. ¡Qué manera de iniciar el relato! El argumento invita inmediatamente a la reflexión y predispone al lector a lo que se enfrentará a continuación. Se podría realizar un análisis y un debate profundo tomando solamente las primeras palabras de este fragmento. Carmen Segura menciona en su ensayo titulado Etica y Religion en el “Gran Inquisidor” de Dostoyevski:

“El argumento del poema que Iván Karamazov narra a su hermano Aliosha es de todos conocido: Jesucristo vino a la tierra con un mensaje de libertad, pero al cabo de 15 siglos de ausencia, surgieron falsas doctrinas y los hombres se entregaron en manos del error y del pecado, aunque seguían amando dulcemente a Jesús. Él conoce el desgarramiento de su dolor y decide bajar a la tierra para consolarlos. Su descenso tiene lugar en Sevilla, un día después de que el Santo Oficio haya quemado a cien herejes. Pasa por las calles discretamente pero todos le reconocen y lo siguen mientras va obrando curaciones. En el momento de resucitar a una niña llega El Gran Inquisidor que inmediatamente ordenó su encarcelamiento. El pueblo, estremecido, se inclina profundamente a su paso.”

(Segura 135)

Me parece que este relato se presenta como un segundo juicio a Cristo, un juicio a Dios, realizado por sus fieles creyentes y seguidores, por los devotos a su palabra en voz del anciano Gran Inquisidor. Dostoyevski usa a este personaje para darle lengua a la humanidad y cuestionar al hombre que fundamentaría a la Iglesia. Este Cristo, real o no, termina en un calabozo obscuro por orden del Cardenal. Ahí se llevaría a cabo su diálogo, que más bien tomaría el carácter de un monólogo debido a que el milagroso no da ninguna respuesta o aporte a la conversación, sólo escucha.

El Gran Inquisidor comienza por cuestionar fuertemente al prisionero. “¿Por qué has venido a molestarnos?”, [Dostoievsky] le preguntó. Poco después le comenta que al siguiente día lo condenaría a la hoguera como “el peor de los herejes”. Me parece que el temor y aberración presentado por el clérigo podría provenir de un pavor al desvanecimiento de la Iglesia. El retorno de Jesús a la tierra pondría en duda la persistencia de la congregación o se vería en el apuro de reformarse, poniendo en peligro el poder político, económico, social y espiritual que ha desarrollado a través de los siglos en el nombre de Cristo. Las primeras potentes palabras del Gran Inquisidor pudieran tener dos postulados: la de una sociedad afectada por la presencia de Jesús o el de una Iglesia en pánico por el posible decrecimiento de influencia y poder sobre la sociedad.

Dostoyevski en 1876. Autor desconcido.
Dostoyevski en 1876. Autor desconcido.

Con Cristo en la tierra, los hombres quedarían en libertad y no habría necesidad de que siguieran las palabras de nadie, más que las de Jesús mismo. Segura afirma que “puesto que los hombres no soportan el peso de su libertad, y son, por tanto, incapaces de elegir el bien y el mal, es preciso someterlos para lograr su felicidad”. Sobre el concepto de libertad, Dostoyevski menciona en el relato, lo siguiente:

“Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándose a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no les permiten comprender, una libertad espantosa, !pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!, cuando, si convirtieras en panes todas esas piedras peladas esparcidas ante tu vista, verías a la Humanidad correr, en pos de ti, como un rebaño, agradecida, sumisa, temerosa tan sólo de que tu mano depusiera su ademán taumatúrgico y los panes se tornasen piedras”.

Dostoyevski mismo sobresale entre estas palabras, el autor habla a través de sus personajes y externa su sentimiento, su duda. Rescatamos de la correspondencia del escritor con su amigo Mikof que él no era un devoto católico ni un conocedor de la palabra, pero buscaba respuestas. “[…] Era un gran mártir y que, en su parte de religiosidad, creía en el más allá. Por eso, porque –cual otro Hamlet– vivía balanceándose en el columpio de la duda, es que vivía atormentado.” (Godoy 33) A pesar de tener una vida distanciada de la religión, su interés por el tema fungía como una exploración en el acecho de la redención a su dolor. Freud analizaría su oscilación entre la fe y el ateísmo como una salida a su vida de mártir. Unamuno mencionaba que “la paz hay que buscarla en la guerra misma” de tal forma que el escritor ruso buscaba entre el caos de las ideas, la claridad.

He sentido una gran afinidad con este texto, puesto que se asemeja a mi relación personal con la espiritualidad y la religión. Hace varios años que opté por alejarme de la iglesia, el culto católico que adopté de mi familia me parecía hueco. No lograba encontrar mi fe en una rutina adoptada desde la infancia a manera de repetición y observación. Al nacer, fui bautizado por mi abuela en el hospital, mi bautismo se dio entre angustias y un temor inmenso a mi posible muerte. No obstante, en una edad mayor, con conciencia y un mayor conocimiento, opté por buscar respuestas en la ciencia, en la astrofísica, en las estrellas. Por tal razón, he sentido empatía por el tormento que Dostoyevski cargaba. En ocasiones, cuando el dolor se vuelve insoportable, a pesar de creer o no, solemos voltear hacia arriba en búsqueda de una redención, cuestionamos nuestra existencia y la presencia de seres divinos que dominan el cosmos.

El relato del Gran Inquisidor es una obra donde Dostoyevski demuestra su temor y angustia por la existencia y el reflejo de una vida en Cristo. Sus enseñanzas han quedado postradas en los textos bíblicos y la iglesia ha sido su intérprete y vocero. Como el juego infantil del teléfono descompuesto, el mensaje ha pasado entre un millar de personas y el mensaje puede ser cada vez más obnubilado y ambiguo.

Me llevo la reflexión de cómo se comportaría la sociedad del mundo ante la presencia de Cristo en tiempos modernos. ¿Estamos preparados? ¿Dónde quedarían las herejías? ¿Qué sucedería con el cuestionamiento positivista? ¿Dónde quedarían las teorías científicas que explican el comportamiento del universo? ¿La definición de nuestra existencia tendría que transformarse? ¿Qué sucedería con los agnósticos y ateos? ¿Cuál sería la reacción de los devotos al conocer la verdadera personalidad e ideología de Jesús? ¿Qué tan diferente sería su palabra contra la que se ha traspasado por generaciones como la verdad absoluta? En este caso, requerimos de la literatura en plumas como la del inmenso ruso para liberar la imaginación y buscar el significado de nuestra frágil existencia.

Fiódor Dostoyevski en su féretro, dibujo de Iván Kramskói.
Fiódor Dostoyevski en su féretro, dibujo de Iván Kramskói.

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