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Por Laura Nivela

Guayaquil, Ecuador, 22 de julio de 2020 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Equinoccio en las lenguas

Mis amigos marchan con ruinas entre sus manos

De nuevo, el avión
La bala
El gas lacrimógeno
El acido
La escopeta
El tolete contra nuestros cuerpos
Los pies cansados de huir
La falta de aire
Estoy cansada
El llanto

Mientras los esperaba llamé a cientos de madres y hermanas desesperadas
Observé: sangre sobre el suelo, cabezas mutiladas, manos caídas, calles reventadas de chapas, incendios en los rostros de extraños, puños encendidos de rabia, cuerpos sudados
A mis amigos gritando sus nombres entre desconocidos por miedo a que los desaparezcan
Mientras los esperaba sentía como el corazón se me unía con el dedo índice
Tenía fracturas en los ápices porque quería abrazarlos otra vez
Como una madre o hermana desesperada

Mis amigos son los equinoccios en las lenguas
Caminan por toda la nueve de octubre para condensar y traer la sangre de todos los hermanos muertos
Porque no hay que olvidar
Cargamos los ataúdes con los gritos de las pupilas
Ahora que todo tiene sabor a ceniza
Nos comemos los dedos pero juntamos los codos
Nos mordemos las lenguas para borrar toda evidencia de que alguna vez pudimos hablar pero juntamos las raíces
En la migración olvide donde estaba el frente y donde el abismo, entonces decidí levitar y hablar por los oídos sobre los recuerdos de ustedes riendo
Sí, por ustedes soy madre diluida
Más bien, una madre recluida en un manicomio lleno de enredaderas que crea altares con velas derretidas sobre fotos desgastadas
Este tipo de madre que observa el equinoccio con los ojos corredizos en la tapa del cráneo y empieza a nombrar sus nombres sin vocales
C s h y l n s l                 d y n c t h
             P l n b t z n              r m d m n l
                                    D r m l n c y g l r j s
Cuando regresen, las vocales también lo harán.
Mi memoria es inconclusa y mezcla todo.
Las vocales abiertas y cerradas son lo más parecido al poro y al sexo, al ojo y a la boca, a los orificios nasales y a los dientes; por eso necesitan un cuerpo que habitar y nombrar. Un ápice que abrazar.

El mar tiene el nombre de mi madre

Caigo al agua de la piscina y trato de pensar en mi nacimiento. Las manos de un desconocido me aupaban del vientre de mi madre, un océano oscuro y cálido. La piscina está helada y tengo la sensación de que no es una sensación nueva. Me imagino este lugar como una foto antigua, donde el sol se choca con las pequeñas olas inertes del lugar. La foto está en blanco y negro, en medio de la piscina estoy yo. Sí, me veo a mi misma flotar y me envidio. También imagino que le entrego esta foto a mi madre, pero ella también está viendo una fotografía y por más que le grito en el oído, ella sólo ve la fotografía. Dentro de ella, está el mar.

La vemos juntas, ahora cada una sostiene un extremo de la fotografía y la casa se derrite. El tiempo se cae como paredes derrumbadas, entonces ella da el primer paso. Suelta mi mano y camina directamente al agua. Ahora, soy la única que sostiene la foto y la extraño. Miro hacia todos lados buscándola, creando excusas en los artefactos de la cocina que nunca pude comprender, su nombre. Mi madre… se llama —no lo recuerdo— mi madre se llama pez, óvulo, planta, cascada, tierra, semilla, espátula, sábana, caja, mesa, cepillo, dolor, alegría, piel, corazón, cabello, estrella, mar. Sí, eso era. Mi madre es el mar.


Sobre la poeta:

Ecuador, 1998. Actualmente, cursa una licenciatura de Literatura con mención en Edición en la Universidad de las Artes de Guayaquil. Es parte del grupo de investigación VIP “Trágico y tránsito”. Cuenta con la publicación de Vehículos amatorios, en la antología Tela de araña, muestra de textos y pre-textos (Editorial El Rasguño) y varias publicaciones de poemas en revistas digitales, como Cráneo de Pangea. Sus temas de interés actuales son la investigación en artes y el compostaje como una alternativa a la vida y a lo literario.

Laura Nivela. Foto de David Paucar.
Laura Nivela. Foto de David Paucar.

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